miércoles, 22 de julio de 2015

La dolorosa despedida de Hidilberto, víctima del ejército mexicano

César Vázquez / @LetraMia
Aquila, Michoacán.-Así vive la muerte la hermana de Hidilberto Reyes García, lo velan bajo un techo de palma donde las escenas son tristes y dolorosas, hay niños por donde quiera, les hace falta la voz y la presencia de un niño de 12 años que ha callado para siempre.
Las escenas paradisiacas que se han construido para los turistas, hoy asemejan eso, la entrada al paraíso idílico, arena blanca, un cielo lleno de vida, el sonido de las olas rompiendo en rocas, un aire suave que llega fresco sobre las cabañas y en el fondo rematan el escenario unas pocas palmeras.
Pero la escena la domina otra cosa, aquél paraíso terrenal gira en torno a un punto gris, es el féretro donde eternamente descansará Hidilberto.
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Tuvo una infancia como cualquier otro niño nahua, escuchaba todo el día el sonido del mar, la arena entre sus pies era algo común, vistiendo siempre con ropa humilde que la mayor parte del tiempo estaba sucia, y él supo desde siempre que había dos mundos, el de la realidad en la que él vivía y la de los turistas, que son la prueba de que existe otro mundo lejos de la playa y más allá de la tierra de labrar.
A sus 12 años Hidilberto Reyes apenas comenzaba a saber lo que era la lucha por defender la tierra y su gente, para él es común vivir en la lucha social, entre sus días de infancia conoció de todos los problemas que tienen con el gobierno, o el gobierno con ellos.
La comunidad nahua ha luchado por las minas y por las tierras, primero contra caciques, luego contra el gobierno, después contra Los Caballeros Templarios, y al final de sus días Hidilberto debió haber escuchado decir a sus papás o a algún otro vecino que el gobierno y el crimen organizado era un mismo enemigo.
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Si el hilo de su vida no lo hubiera roto una bala de las armas que el Ejército usa en las guerras pero que el domingo se dispararon en Ixtapilla, seguramente Hidilberto habría seguido la vida de sus padres, ser campesino y pescador, atender a los turistas en verano, y luchar para defender la tierra, las minas y hasta la vida.
Las versiones oficiales explican que los disparos fueron al aire, pero no explican cómo la herida que le arrebató la vida a Hidilberto estaba en posición vertical, el primer impacto con 9 milímetros de ancho, y después atravesando el cráneo del niño en forma sesgada desde la parte posterior de la oreja izquierda hasta el ojo derecho.
Hoy el cuerpo de Hidilberto reposa en un ataúd gris, a pesar de que el féretro está rodeado de peculiares flores multicolores que se cultivan en las viviendas de este lugar paradisiaco, a la vista sigue siendo más pesada la presencia de la caja.
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A un costado del cadáver del niño, sobre una desgastada silla blanca reposa su madre, siempre postrada de frente al féretro, sus ojos se entrecierran por la tristeza y las lágrimas, pero también porque ha pasado dos noches sin dormir.
De pronto se levanta de su silla y alguien la sigue para detenerla al observar que ya no puede estar en pie por la fatiga y el dolor; “-mi niño hermoso, perdóname por haberte dejado ir sin comer, te decía que no tardaba, nada más iba por tu papá, perdóname hijo por no haberte darte de comer, así te fuiste…”.
Después posa su rostro sobre un pequeño cuadro de cristal que tiene el ataúd, a diez centímetros está el pequeño rostro de su hijo, el cristal comienza a llenarse de lágrimas y después de un momento otra de las acompañantes opta por retirarla para que regrese a la silla.
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El cadáver de Hidilberto les fue entregado el lunes a las 10:00 de la noche, después de casi 30 horas de practicarle necropsias y dejarlo preparado para despedir los restos fúnebres.
El cortejo salió desde la escena paradisíaca y blanca, rumbo a la casa de sus padres, una choza que se pierde entre lo frondoso de la selva baja, donde en ésta época prevalece la humedad por las lluvias.
Frente a toda la comitiva niños y niñas levantan unas huesudas manos morenas y ásperas con las que sostienen cartulinas en las que se leen escritos como “No nos maten, somos niños”,  ”Alto al fuego”, “Estamos desarmados” y “Queremos que nos cuiden, no que nos maten”.
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Después de su casa los restos fueron trasladados hasta la capilla del pueblo de Ixtapilla, lugar donde pasó los últimos minutos de su vida. Después de la misa solemne decenas de camionetas y carros desfilaron hasta la comunidad de La Ticla, localizada a casi cinco kilómetros del lugar, donde se localiza el panteón regional.
La caravana se engrosó por cientos de campesinos que en las cajas de las camionetas llegaron hasta el sitio para despedir a un niño que fue asesinado por el Ejército mexicano.
Los restos de Hidilberto reposan sobre un camposanto frente al mar, la tumba fresca recién excavada, parece ser parte natural de la tierra que cubre el féretro del niño, allí quedaran sepultados por siempre los restos de un infante que ni siquiera alcanzó a terminar la escuela, que siempre vivió entre extraños que llegaban a la playa y la realidad de los nahuas.
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