viernes, 13 de marzo de 2015

Televisa, el secuestro de la democracia


Manifestantes protestan en las instalaciones de Televisa Chapultepec. Foto: AP / Eduardo Verdugo

MÉXICO, D.F. (Apro).- En poco más de tres lustros, Televisa pasó de necesitar al poder a erigirse en el poder del país. En abril de 1997, cuando se murió su principal accionista, Emilio Azcárraga Milmo, el consorcio enfrentaba el riesgo de que la familia Azcárraga perdiera el control.
Fue necesaria la intervención del entonces presidente Ernesto Zedillo para que los acreedores nacionales y extranjeros renegociaran la deuda de la empresa y Emilio Azcárraga Jean mantuviera la dinastía.
Zedillo respondió así a los servicios que ese soldado le había dado al PRI. Fue el mismo año en que el partido perdió el control del Congreso y de la capital del país en las elecciones intermedias que marcaron el inicio de la alternancia política.
En 18 años, el PRI no se ha recuperado de ambas pérdidas y en dos ocasiones ya cedió la presidencia de la República al PAN.
Televisa, en cambio, se consolidó con la llegada de los panistas, y ante la abdicación de la clase política ante el mercado y la imagen, ocupó el espacio que tenían los partidos y la administración pública para la construcción de liderazgos.
Nadie se quiere pelear con el monopolio, a riesgo de que su imagen sea destrozada día y noche ante los ojos de millones de mexicanos cautivos.
El presidente Enrique Peña Nieto es su máxima creación. Lo dio a conocer y lo proyectó. Le creó una imagen y le puso como esposa a una de sus estrellas de telenovela.
El pago ya no es sólo gozar de condiciones para mayores rentas, sino participar en el gobierno.
Es la misma lógica con la que ha operado la delincuencia organizada en México. Los delincuentes empezaron a necesitar la protección política y ahora no sólo deciden quiénes son presidentes municipales, diputados o senadores, sino que han empezado a participar en la gestión de recursos públicos.
Las designaciones de Arely Gómez como titular de la Procuraduría General de la República y potencial candidata a ser la primera fiscal general de la República para un periodo de nueve años, y la de Eduardo Medina Mora como ministro de la Suprema Corte, con el mero trámite del Senado, son mucho más que el pago a Televisa.
Son la demostración de la cohabitación de Peña Nieto con ese poder fáctico. Además del presidente, la encarnación de esa coexistencia es Aurelio Nuño, el jefe de la Oficina de la Presidencia, quien no autoriza una comunicación gubernamental de trascendencia si no pasa por el visto bueno de Televisa.
Ese fue el caso del video que en enero pasado presentó el entonces titular de la PGR, Jesús Murillo Karam, para sostener la versión oficial sobre lo ocurrido con la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. El video tenía todo el sello de Televisa.
No fue extraño tampoco que el conductor principal de la televisora, Joaquín López Dóriga, anunciara un día antes la renuncia de Murillo Karam y la llegada de Arely Gómez González, hermana de Leopoldo, vicepresidente de noticias de Televisa.
Pero nada garantiza la lealtad. Si Televisa necesita prescindir del PRI o aun de Peña Nieto, lo hará sin dificultad, investida en el gran elector en que la convirtió la clase política mexicana que sacrificó la democracia.

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