lunes, 17 de marzo de 2014

Estados Unidos contra Venezuela

La misión de Estados Unidos ya data del año 2002, con un golpe de Estado y paro petrolero en Venezuela. Luego, probaron con muchos candidatos y diferentes estrategias electorales para acabar por las urnas con Chávez. Frente a la muerte de éste, se abrió aún más el apetito por lo imposible: eliminar al chavismo como nueva identidad política



No es ciencia ficción ni película de Hollywood. Tampoco se trata de paranoia conspirativa de la Guerra Fría. Hoy, Estados Unidos manifiesta rotundamente su intención de acabar con el gobierno venezolano. La democracia que no vota al candidato de la embajada es democracia que no sirve para Estados Unidos. El Norte jamás aceptó a Chávez como presidente respaldado por los pueblos del Sur; ahora tampoco admite que el chavismo sin Chávez siga construyéndose como Chávez legó en Venezuela y América latina. El manual de golpe lento de Gene Sharp está siendo eficaz para desestabilizar pero incapaz de derrocar a la Revolución Democrática Bolivariana. ¿Por qué? Porque Chávez cambió tanto las reglas que la guerra planificada –venida de afuera– se encuentra ahora fuera de juego. A pesar de las muertes y el clima violento generado en las calles de Venezuela y del desgaste de la imagen internacional de Maduro, el intento duradero de golpe no logra su objetivo final y, además, está dividiendo a la oposición. La violencia concentrada exclusivamente en las zonas ricas del Este de Caracas no es suficiente para presentarse como una fuerza alternativa de gobierno con amplio apoyo popular. Capriles sigue manifestando que necesita apoyo de las mayorías para ser presidente, mientras Leopoldo López lo busca con un actitud violenta de una minoría. Realmente, no acaban de aprender cómo disputar el sujeto Pueblo al chavismo.
La misión de Estados Unidos ya data del año 2002, con un golpe de Estado y paro petrolero en Venezuela. Luego, probaron con muchos candidatos y diferentes estrategias electorales para acabar por las urnas con Chávez. Frente a la muerte de éste, se abrió aún más el apetito por lo imposible: eliminar al chavismo como nueva identidad política. La primera vía fue nuevamente la electoral, en abril del 2013, pero perdieron; por la mínima, pero perdieron. La segunda vez fue mediante una guerra económica durante meses para desembocar en un plebiscito contra Maduro en las municipales de diciembre pasado, pero otra vez más perdieron y no por la mínima. Esperar, sin embargo, hasta el 2016 como ordena la Constitución venezolana para realizar un revocatorio es algo tan democrático que no encaja en los planes golpistas. Ni los republicanos aceptan las leyes de la República Bolivariana, ni los demócratas la democracia venezolana, y por ello, el falso bipartidismo de Estados Unidos tiene una posición clara contra el pueblo venezolano.
Las infructuosas solicitudes a sus organismos internacionales han provocado un cambio de estrategia: Estados Unidos contra Venezuela. Naciones Unidas no les dio la razón y la OEA les dio la espalda. No sólo eso, sino que el cambio de época, pos Chávez, obliga a dirimir cuestiones del Sur en el Sur. La ALBA rechazó toda injerencia de Estados Unidos. La Celac también apoyó al gobierno de Venezuela para que continúe los esfuerzos para dialogar. Y por último, la Unasur, ha sido implacable en “rechazar la violencia y respaldar los esfuerzos del gobierno de Venezuela”. Todo eso es logro de Chávez, pero también de la experiencia acumulada de Maduro al frente del servicio exterior durante tantos años y del buen quehacer del actual canciller Jaua en sus últimas giras.
Estados Unidos se vuelve a ver sin libreto ante este escenario contrariado y, entonces, en su versión actual de la doctrina Monroe, regresa a las amenazas. En un inicio, vinieron las agencias económicas para ir abonando el terreno. Fitch descalificó a Venezuela; Moody’s habló de colapso económico; The Economist presagió el “fin de la fiesta”; Bank of America y Merrill Lynch prefirieron denominarlo como “primavera venezolana”. Después, llegaron las voces autorizadas. Primero, lo hizo el vicepresidente Biden con intenciones de seguir construyendo la matriz dominante de guerra civil con ingobernabilidad. Se sumó a la fiesta el secretario de Estado Kerry en tono injerencista amenazando con establecer sanciones económicas vía OEA a pesar de que Insulza (su secretario) ha dejado claro que no se puede apelar a esta opción porque “el caso venezolano no pone en riesgo la democracia ni la seguridad del continente americano”. Lo último, por ahora, es Kelly, el jefe de Comando Sur del ejército de Estados Unidos, quien se atreve, sin complejos y con descaro, a seguir en la senda del derrocamiento afirmando, ante el Comité de Asuntos Armados del Senado, que el país caribeño “va a precipitarse hacia la catástrofe económica” forzando además el rumor pretendido de “división en el seno de las fuerzas armadas venezolanas”.
La transición geopolítica hacia un mundo de muchos bloques económicos molesta muchísimo a la mayor potencia militar del mundo. En el año 2014, los Estados Unidos pretenden recuperar, caiga quien caiga y a la máxima velocidad posible, su hegemonía unipolar en lo económico. Para ello están acelerando su guerra económica contra los países emergentes mediante expectativas falsas de estancamiento; intentando atacar a China con campaña de marketing económico en su contra; provocando una guerra en Ucrania para robarle un aliado a Rusia; y ahora, es el turno de Venezuela siendo éste el gran enemigo político en su mismo continente.
Seguramente el gobierno bolivariano habrá cometido algún error en la gestión de tan complicada situación, pero que nadie dude de que la diplomacia de Estados Unidos en su estrategia de dominación global exige ahora una guerra local contra Venezuela.

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