sábado, 21 de septiembre de 2013

Todo con tal de vender Pemex. Jaime Avilés











Polémica o desconcierto provocó el párrafo último del Desfiladero pasado: “No me molestaría en absoluto si mañana, desde el Zócalo, AMLO propusiera una resistencia de brazos caídos y dijera: el proyecto de Peña Nieto es la ruta más corta al caos y no podemos evitarlo. México sólo empezará a cambiar cuando llegue al fondo del fondo. No nos desgastemos tratando de salvar a quienes nos odian porque aman a sus amos. Hagámonos a un lado para que el tiempo histórico transcurra más rápido. Nadie está obligado a lo imposible”. 
    Esto apareció el sábado pasado. Para el domingo en la noche ya no era vigente. Dos hechos invalidaron el escepticismo. Uno fue la masiva asistencia al mitin, que había sido convocado originalmente en el Zócalo, y que llenó la avenida Juárez y un tramo del Eje Central, de Madero a Cinco de Mayo. El otro fue el paquete de impuestos que presentó Peña Nieto y que sólo podría calificarse como lixiviación fiscal. 
    Nadie puede atribuirse, con honestidad, el “mérito” de que el proyecto de recaudación diseñado por Hacienda, la OCDE y el Banco Mundial, haya excluido el cobro de IVA a medicinas y alimentos, y aplazado el aumento de este impuesto de 16 a 19 por ciento. Eso de que Videogaray tenía un plan A –basado en el incremento y la extensión del IVA-- y un plan B, que habría sido lo que se dio a conocer, es una chapucería. 
    El proyecto recaudatorio fue pensado científicamente para exprimirnos gota a gota con tal de garantizar que Hacienda junte los 52 mil millones de dólares que Pemex dejará de ganar el próximo año, si “comparte su renta” con las trasnacionales, o dicho de otro modo, si es privatizado. Es obvio que los tecnócratas calcularon que si le apostaban al IVA para gravar (y agravar) a los enfermos y los hambrientos, no sólo no reunirían esa cantidad esencial, sino que además atizaría el descontento social imperante. Así que se fueron, según ellos, a lo seguro. 
    ¿Por qué digo que esta reforma es “lixiviación fiscal”? Como sabemos, el proceso que desarrollan las empresas mineras en México y muchos otros lugares del mundo (como en el sur de Argentina, donde los Kirchner no han vacilado en destruir los glaciares), se inicia con la demolición de montañas en las que hubo yacimientos de oro y plata, y en las que ya apenas quedan migajitas dispersas de esos metales. 
    Para apoderarse de tales migajitas, se utilizan explosivos que desmoronan los montes. Después, las rocas mucho más pequeñas son trituradas y la tierra en que se convierten es depositada en grandes tinas, y luego cubierta de arsénico y de agua, a razón de un millón de litros por cada tonelada de veneno. 
    Esa es precisamente la lixiviación. El arsénico separa las partículas de oro, plata y muchos elementos más y las aísla. Así, de una masa de 82 toneladas de roca, en donde hay medio gramo de oro por tonelada, la lixiviación permite extraer 16 kilos de oro al día (como en el Cerro de San Pedro, San Luis Potosí). 
    ¿Se entiende la comparación? Con la lixiviación fiscal, pretenden arrancarnos cada centavo cobrándonos impuestos a los refrescos, los chicles, la comida de gatos y perros, las entradas al cine, conciertos y corridas de toros, y lo que es peor, las colegiaturas de los niños, la renta de las viviendas, las hipotecas y los créditos para la construcción de casas. 
    Se dice que, además, desaparecerá la llamada “consolidación fiscal”, ese mecanismo que desde el sexenio de Fox supuso la devolución del 99 por ciento de los impuestos a los miembros del club de los dueños de todo. ¿Será verdad que Televisa y sus clientes ya no podrán escudarse en el Teletón para evadir impuestos? ¿Será que Alberto Bailleres y Miguel Alemán ya no podrá promediar las inmensas ganancias de sus minas y líneas aéreas con las enormes y exageradas pérdidas de sus cadenas de cines y de sus plazas de toros en el centro y en el norte del país, para quedar exentos de pagar impuestos? ¿Será que los más ricos y la clase media y los consumidores de gasolinas y diesel aportarán los 52 mil millones de dólares anuales que en teoría costará la privatización de Pemex?
    Las pataletas de los directivos del PAN y de las cúpulas empresariales ¿son parte de un espectáculo preparado para que unos y otras aseguren su tajada del pastel petrolero? Como dijo Descartes, no lo descartes, y sin duda cuando se arreglen entre sí, aplicarán la lixiviación a la clase media (o lo que de ella queda) y a las clases populares, tal como lo han venido haciendo desde 1982. 
    En su libro “La mafia que se adueñó de México”, AMLO anticipó lo que ahora sucede. Al comparar la situación actual con la que se vivía en 1853, cuando tras la caída de un pelele similar a Felipe Calderón, regresó al poder Antonio López de Santa Anna, que ya había sido presidente en 10 ocasiones, los liberales le ofrecieron un proyecto de gobierno en beneficio de los pobres, mientras los conservadores le aconsejaron fortalecer los privilegios de los ricos, apoyar a la Iglesia y dotar de más recursos al ejército mediante el aumento de impuestos.
    Y esto, que fue exactamente lo que hizo Santa Anna, es lo que está haciendo el PRI: en el presupuesto de egresos para 2014, las dependencias que recibirán más dinero son las secretarías de Gobernación, Defensa y Marina, así como la Policía Federal. El último gobierno de Santa Anna duró muy poco. A los seis meses de asumir la Presidencia se le murió Lucas Alamán, su ideólogo de cabecera. Con la brújula perdida, cobró impuestos por el número de ventanas de cada casa, o de ruedas y caballos de cada coche, o de animales domésticos, etcétera. 
    Antes de cumplir dos años, una rebelión popular lo obligó a huir del país. Hoy, Peña Nieto no es Santa Anna. El regreso de Santa Anna es el regreso del PRI y quien funge como Lucas Alamán es Pedro Aspe, cuyo alumno favorito, Luis Videgaray, maneja la Secretaría de Hacienda obedeciendo las indicaciones de su maestro, encima del cual está Carlos Salinas de Gortari, el dictador invisible. Y al margen de este cuadro costumbrista están Peña Nieto y su cáncer de tiroides, pero eso no importa, porque no encajan en la analogía. 
    Lo cierto, lo obvio, lo irrefutable, es que el nuevo Santa Anna (o “nuevo PRI”) tampoco tiene un proyecto de gobierno en beneficio del país y del pueblo, sino un compromiso con la Casa Blanca, la Unión Europea, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico y el Banco Mundial. Y ese compromiso consiste en la entrega de nuestro petróleo a las potencias de Occidente, para apoyarlas en sus guerras por la disputa de Medio Oriente frente a China y Rusia. 
    El acto del domingo pasado en la Alameda Central del DF mostró que hay una nueva fuerza política organizada y disciplinada que, sin recursos, vino de casi todo el país a decir, como lo expresó Claudia Sheinbaum, “aquí estamos”. Y allí volverá a estar el domingo 22 con la intención de duplicarse en las calles de la ciudad de México.     Según los organizadores, la gente que vino de Puebla era la cuarta parte de la que quería llegar, y los cinco mil de Tlaxcala eran la mitad de los que estaban puestos para hacer el viaje. Los contingentes de los municipios de Ecatepec y Neza fueron interceptados por la policía del estado de México, pero se bajaron de los camiones y continuaron hasta su destino como pudieron. 
    Pese a la mala leche de Luis Hernández Navarro, coordinador de la edición de La Jornada de ese día, quien mandó avisar en primera plana que el mitin, se pasaba a 20 de Noviembre –lo que despistó a muchos fuereños, pues ignorando el nombre de esa calle creyeron que se cambiaba la fecha del acto--, y pese a la peor leche de Josetxo Zaldúa, --el agente de los trabajos sucios al servicio de quien pague más-- quien en la edición de ese mismo diario a la mañana siguiente dio por buena la cifra de asistentes calculada por la policía, de todos modos y sea como sea, el arranque de la batalla final contra el neoliberalismo contó con la asistencia de más de 80 mil personas. Que son poquísimas.
    Pero esto, una vez más, es tan sólo el principio. Los maestros nos enseñaron mucho acerca de lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer cuando se protesta en las calles. Así empiezan las revoluciones. Con lo que ahora se conoce como el método “ensayo-error”. Mismo que nos han venido aplicando desde hace tres décadas, con dos ligeras variantes: después de la fase “ensayo-horror” que terminó el último día del sexenio de Fox, pusieron en marcha la fase “ensayo-terror”, que inauguró Felipe Calderón y profundiza la administración Peña.

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