jueves, 2 de mayo de 2013

Dijeron ser anarquistas


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Octavio Rodríguez Araujo
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ueron ellos los que quisieron ser identificados como anarquistas, tanto en sus pintas y banderas como en las entrevistas filmadas por el Colectivo Malatesta, todo en relación con la toma de la planta baja del edificio de rectoría de la UNAM (Errico Malatesta, para quienes no lo recuerdan, fue un teórico anarquista italiano fallecido en 1932).
Ayer desalojaron el edificio y aceptaron el diálogo abierto con las autoridades universitarias para el 9 de mayo. Quisieron presentarse como un movimiento social a partir de su centro escolar: el CCH Naucalpan, pero éste tiene 56 mil estudiantes y ellos no pasaron de 15. En el momento en que abandonaron rectoría eran 12. No lograron ser un movimiento social: muy pocos estudiantes de la UNAM se les unieron y algunas de las pocas muestras de apoyo que convocaron fueron del exterior. Resultaron ser unos cuantos activistas con poca claridad en sus propuestas o mal asesorados. De las entrevistas en video del Colectivo Malatesta me interesa resaltar un punto para mí interesante, y éste fue reivindicar su derecho a ser anarquistas en la UNAM. Quizá nunca se enteraron, pero nuestra universidad ha garantizado un absoluto respeto a todas las ideologías. Jamás, en los últimos 50 años, la universidad ha perseguido a alguien por su ideología y sus posiciones políticas. En ella han surgido movimientos fascistas como el MURO y organizaciones de izquierda radical, todas contemporizando más o menos respetuosamente con miembros de todos los partidos que han existido.
Los cecehacheros pidieron en carteles y pintas una universidad laica y gratuita, sin saber que reú­ne estas condiciones desde hace mucho tiempo, a pesar de que algunos rectores han querido imponer cuotas de inscripción y colegiatura. Quizá porque eran muy pequeños o porque no habían nacido, no se percataron de que los planes de estudio, tanto en licenciaturas como en posgrados, han sido modificados en diferentes momentos, a veces con orientaciones sectarias de izquierda (como eliminar economía matemática en la antigua Escuela de Economía por ser burguesa) y otras cercanas a los lineamientos de la OCDE, sobre todo bajo los rectorados de Carpizo, Sarukhán y Barnés. Sin embargo, y este es un dato para mí importante, siempre se han respetado las libertades de cátedra y de investigación, que son, juntas, uno de los pilares de la autonomía universitaria. Sólo para poner dos ejemplos significativos, nunca se estigmatizó a Adolfo Sánchez Vázquez o a Bolívar Echeverría por enseñar marxismo en la UNAM, al contrario: ambos fueron distinguidos y premiados por nuestra universidad, y no precisamente bajo un rectorado de izquierda.
La pluralidad, pues, ha sido garantizada en la UNAM desde hace varias décadas. Aun con las reformas mencionadas, no se puede decir, aunque sea por comparación con las principales universidades privadas del país, que la UNAM sea una fábrica de cuadros para atender las necesidades empresariales y de la burguesía en general. Tanto los rectores De la Fuente como Narro Robles han insistido en que la orientación de los planes de estudio no debe estar sujeta a los requerimientos del mercado, lo que no debe interpretarse que la UNAM le dé la espalda a dichos requerimientos, pues es obvio que debe preparar profesionales no sólo útiles, sino necesarios, para quienes tienen la posibilidad de contratarlos, y de acuerdo con los vertiginosos cambios científicos y tecnológicos. Así como la UNAM no debe ser una fábrica de cuadros para el mercado, tampoco debe ser una fábrica de desempleados. No parece difícil entender esto.
Anarquistas o no, los jóvenes que tomaron la planta baja de rectoría estaban obligados, por simple honestidad, a no exagerar en sus demandas, pues corrían el riesgo de perder la credibilidad que supuestamente deseaban y que, al parecer, no consiguieron. En ninguna parte de la propuesta de reforma al plan de estudios del CCH se dice, por ejemplo, que el nuevo perfil del egresado debe ser para gente de clase media y alta. Esto lo inventaron los jóvenes para, según ellos (supongo), ponerlo como un evidencia de los intentos de privatización de la UNAM. Será muy importante que para el diálogo del 9 de mayo se preparen bien y no exageren ni prejuzguen sobre las reformas que están en curso y sus propias demandas.
Otro punto que me parece importante de las entrevistas es cuando dijeron que se cubren el rostro para no ser criminalizados. Ciertamente los gobiernos tienden a criminalizar la protesta social; empero, ¿no les llamó la atención –como bien señalara Javier Flores el martes en estas páginas– que el primero de diciembre las autoridades dejaron actuar deliberadamente a algunos grupos violentos y terminaron reprimiendo a otros que no tenían que ver en esos actos? Y este dato, para supuestos seguidores de Malatesta, debería ser significativo, pues éste sugirió en alguno de sus escritos que una de las razones de existencia de la policía es que si no encuentra delitos que perseguir, los provocará o los inventará, para justificarse.
Otra de las demandas, que ayer retiraron para insistir que sumovimiento fue por las reformas a los planes de estudio, era que se levantaran las sanciones a los expulsados y suspendidos por el Tribunal Universitario. Ellos se dijeron anarquistas, pero no consideraron que ningún anarquista consecuente confronte a la autoridad para luego pedirle que lo perdone por haberla enfrentado. Es un contrasentido, pues un buen anarquista no sólo está en contra de la autoridad sino que no confía en ella. ¿Podríamos imaginar a Bakunin o a Malatesta pidiéndole clemencia al poder que los llevó a prisión varias veces?
A partir del ofrecimiento de diálogo presentado por el abogado general de la UNAM acordaron desalojar el edificio de rectoría; qué bueno, pero quizá también haya influido en el ánimo de los activistas que, contra lo que tal vez pensaron, el movimiento que quisieron hacer no prosperó ni fue secundado por sectores significativos de la universidad, se quedaron prácticamente solos durante 12 días.
La lección que quizá obtuvieron fue que la fortaleza de la UNAM está basada en el diálogo y la razón. Quizá también aprendieron que vale la pena defenderla, pues pocas universidades del país son gratuitas, laicas, plurales y autónomas. Deberán irse tranquilos a sus casas y a su CCH sabiendo que con su actitud, al final, evitaron que estos valores fueran quebrantados. Enhorabuena.

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