domingo, 3 de febrero de 2013

Atentado de Estado. María Teresa Jardí






Lo único que iba quedando claro, luego del impacto del primer momento, era que la explosión en PEMEX no era un evento guerrillero. De haber sido un atentado con esa procedencia el grupo en cuestión de inmediato lo habría reivindicado. Aunque tampoco era esa la explicación de porqué no era un atentado guerrillero, dado que aun siendo un atentado de los enemigos que Peña tiene en su propio partido o un atentado del propio Peña que es la hipótesis que se perfila como la más certera, igual podían esos mafiosos, que al alimón se manejan como políticos, Peña o sus enemigos partidarios, que también saltan a la vista, es claro que podrían hacer la reivindicación en términos guerrilleros inventado un grupo con esas características a conveniencia. Aunque, como la inteligencia no es regla entre la mafia que como clase política hoy en nuestro país se desempeña, tampoco les hubiera resultado creíble la cosa, o no les resultará creíble si finalmente la PGR se inclina por esa explicación.
Porque, y aquí se encuentra el fundamento de la segunda razón demostrativa de que no se trata de un atentado guerrillero, es que de haberse tratado de un atentado ajeno a esos que manejan el Estado como rancho propio, no se habría dado en las oficinas donde trabaja gente igual de desesperada a los que son obligados a tomar las armas para buscar un cambio.
Y fundamentalmente no se habría dado en el lugar donde se guardan o guardaban las pruebas —lo más probable es que convenientemente ya estén quemadas o desaparecidas— de la corrupción inaudita con la que se ha manejado Pemex, que en manos del entreguista Peña va a concretarse con el regalo de la única paraestatal que queda en manos, más o menos, de la nación explotada por la voracidad de traidores que, a nombre de la imposición del neoliberalismo, se han convertido en los hombres más ricos del mundo y, aunque les ofenda que se les recuerde, también en los más canallas ladrones jamás vistos.
Razones en el pueblo sobran para poner bombas y al pueblo están invitando a hacerlo, desde Calderón, todos los días, como justificación para militarizar el país. No han dejado de hacerlo a pesar de que han ido de fracaso en fracaso las muchas gestiones tendientes a hacer estallar a algún grupo porque el pueblo mexicano es pacifista.
Aunque esa tampoco sea la razón fundamental de la apatía de los mexicanos. El miedo que produce la sangre impunemente derramada y la condena a la miseria ha producido una sociedad que atina a sobrevivir apenas. Pero como los pueblos incluso ante las más adversas condiciones impuestas conservan una cierta sabiduría propia, que no les ha podido ser arrebatada todavía a los mexicanos, queda claro, incluso sin analizar la periferia, compuesta por el lugar elegido, donde por guardarse los contratos, salta a la vista que lo que se busca es borrar la existencia de las licitaciones ilegales; por la hora elegida para asesinar a unos cuántos, pero no a demasiados. ¿En un país ahogado en sangre qué pueden significar 32 más, o treinta y dos menos, si en dos meses Peña tiene en su haber casi 2,000 ejecutados impunes? Como habría sido de haber consumado el atentado por la mañana. Aunque tampoco podía hacerse por la noche porque se necesitaban unos cuantos muertos para que los medios a modo demandaran —como desde el primer momento se hizo en la telebasura controlada por Milenio y seguramente también por Televisa y por TVAzteca— mano dura contra el pueblo y paso raudo a la reforma energética, que en realidad quiere decir entrega inmediata del último bien que a la nación le queda. Queda claro que se trata de un atentado de Estado y no de un atentado guerrillero. Vamos a extrañar a Ebrard y a Calderón los mexicanos. Con el peñista atentado de Estado cometido contra los trabajadores de PEMEX sumado a la militarización del Distrito Federal empezó la criminalización de la protesta.

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