Televisa es, fuera de toda duda, la compañía de transmisiones por televisión más influyente de México, lo mismo en el ámbito cotidiano que en las altas esferas del poder donde se toman decisiones que afectan a millones de personas en todo el país.
Luego de permanecer por varias décadas en esta posición privilegiada, la empresa de Emilio Azcárraga se encontró a raíz de las elecciones presidenciales de julio pasado en uno de los momentos más adversos de su historia, una situación de cuestionamiento amplio verdaderamente inédita en sus varias décadas de existencia.
Fue a la alianza entre Enrique Peña Nieto y Televisa, la producción telenovelesca detrás de este candidato, la estrategia que quedó resumida en el motto “si la televisión hiciera presidentes” que el propio Peña Nieto pronunció en el primer debate entre los candidatos a la presidencia, contribuyó a generar la pregunta de por qué una televisora, una compañía privada, tendría que influir de tal manera en la elección del principal funcionario público de México. ¿O no es un supuesto fundamento de la democracia que el voto de todos los ciudadanos vale por igual?
En medio de esta situación, alimentada por los propios deslices de Peña Nieto y la publicación, por parte del periódico inglés The Guardian, de documento que supuestamente probaban la relación entre la televisora y diversas instancias afines al mexiquense, la credibilidad de Televisa comenzó un proceso de declive en el que, por fin, se descubrió que ni sus periodistas ni sus noticieros informan con veracidad absoluta, que en el manejo de la información —sobre todo en la concerniente a los asuntos más trascendentes de la vida política nacional— introducen sutiles estrategias para favorecer o perjudicar a un personaje determinado, para difamar disimuladamente, inclinar la opinión de miles o millones de personas hacia una alternativa en particular, manipulación que se ejerce con la suficiente sutileza como para no generar acusaciones francas, evidencia de que sucede, y también para que sus críticos sean motejados de paranoicos o conspiracionistas.
Con todo, movimientos como el #Yosoy132 e incluso esas manifestaciones espontáneas que se dieron en las semanas previas a las elecciones de julio pasado, cristalizaron la suspicacia creciente contra la televisora, la exigencia de que su poder fáctico, no establecido, sea moderado de manera efectiva para contrarrestar la inequidad que genera con su influencia.
Casi un mes después de este primer momento crítico, la empresa se vio involucrada con el narcotráfico cuando, el 23 de agosto, elementos policiacos nicaragüenses detuvieron a 18 personas que viajaban en 6 camionetas identificadas con el logo de Televisa, llevando consigo poco más de 9 millones de dólares en billetes en los que se descubrieron restos de cocaína. A una de detenidas, Raquel Alatorre, incluso se le vinculó familiarmente con Javier Alatorre, el conocido presentador de TV Azteca.
De inmediato la empresa negó todo vínculo tanto con los detenidos como con los vehículos, asegurando que, en el caso de ambos, la filiación con Televisa estaba falseada: ni los 18 eran empleados de la empresa y la documentación de los vehículos, a nombre de esta, supuestamente eran apócrifos.
Y si bien existe la posibilidad de que, en efecto, se trate de una falsificación en todos los aspectos, no deja de ser elocuente que un grupo de supuestos delincuentes crean que al amparo de la iconografía de Televisa es posible ir de un país centroamericano a otro, transportando enormes cantidades de dinero y drogas ilícitas, sin que ninguna autoridad se atreva a detenerlos. Igualmente queda claro que de algún modo, justamente debido a esa crisis de credibilidad que enfrenta la empresa, la demostración de inocencia tiene que provenir de esta misma y no de la parte acusadora, sobre todo cuando el conflicto se dirime, como tantas veces lo ha hecho Televisa, en los medios y no en los tribunales.
Al final la verdad de los hechos se ha empantanado entre comunicados oficiales y trámites burocráticos. Ni Televisa ni la Secretaría de Relaciones Exteriores —que debe participar en la investigación en tanto los detenidos son ciudadanos mexicanos— se muestra interesados en aclarar el asunto. De cualquier modo, estas personas ya están acusadas de lavado de dinero  y crimen organizado y serán juzgadas el próximo 3 de diciembre.
Este incidente corona un segundo semestre de 2012 poco favorecedor para la empresa, aunque también es cierto que con la vuelta del Partido Revolucionario Institucional a la presidencia de la república, puede ser que la impunidad vuelva a ser el sello que dé por terminado cualquier tipo de investigaciones al respecto. De nuevo, como en la época de su mayor gloria, para ambos, el PRI y Televisa parecen seguros en una alianza promisoria para los intereses particulares de cada uno.
Sin embargo también es cierto que el escenario no es el mismo que el de décadas pasadas. Si algo quedó claro en el proceso electoral de 2012, es que a dichos poderes fácticos bien puede oponerse el poder que cada uno de nosotros posee en sus decisiones cotidianas y, especialmente, en la posibilidad de la organización colectiva.
Con información de sinembargo.mx. En el sitio en español de la BBC, “La mala hora de Televisa”.