martes, 3 de enero de 2012

Las chifladeras de Calderón

Escrutinio

Por Juan José Morales



Una de las cuestiones en que más insisten algunos comentaristas en la radio y la televisión —sobre todo algunos que también escriben en diarios y revistas—, es en lo que llaman el alto costo de mantener a una bola de zánganos en las cámaras de diputados y senadores. Su leit motiv, la idea que repiten machaconamente una y otra vez, en diferentes tonos y en distintas formas, es que el presupuesto destinado al Congreso de la Unión es excesivo, que es dinero gastado inútilmente, que cada legislador nos cuesta un ojo de la cara, que el número de ellos debía reducirse drásticamente, y así por el estilo.

Nunca he oído a esos indignados comentaristas, sin embargo, decir una palabra sobre lo que el gobierno de Felipe Calderón gasta en publicidad gubernamental. Y ciertamente, no son centavos. Ahí sí que puede hablarse de dispendio. En el año que acaba de fenecer, Calderón y su gabinete gastaron en publicidad más de 5,500 millones de pesos, cantidad equivalente a todo el presupuesto anual de la Cámara de Diputados.
La cifra —la cual encontré en un artículo del colega Eduardo Ibarra— se había mantenido cuidadosamente oculta, pero tuvo que ser revelada por la Presidencia obligada por un punto de acuerdo de la propia Legislatura, que, al parecer, ya estaba harta de la campañita en su contra. Pero, por supuesto, sobre ella no han dicho una palabra aquellos comentaristas que mencionamos al principio. Ni la dirán, por la simple y sencilla razón de que el grueso del —ese sí— derroche de dinero en publicidad presidencial, se destina a la radio y la televisión.

En esos medios tenemos campañas publicitarias como aquella, según la cual, si el más pobre de los mexicanos, en el más pobre y remoto de los pueblos del país, necesita una inyección de antibióticos, una apendicetomía, una quimioterapia contra el cáncer o un trasplante de corazón, no tiene más que acudir al Seguro Popular, donde de inmediato se le brindará toda la atención que requiera. En los medios electrónicos tenemos también esa horrenda campaña que el ingenio popular ya ha bautizado como “las chifladeras de Calderón”, en que un mexicano rebosante de felicidad nos cuenta cómo, gracias al actual gobierno, su vida ha mejorado casi mágicamente, mientras silba sin cesar una tonadilla que ya tiene a la gente harta y con ganas de —como diríase en el lenguaje callejero— mandar a chiflar a su máuser a quien ideó esa estúpida publicidad.

Son más de 5,500 millones de pesos —que hubieran podido servir, por ejemplo, para aliviar la escasez de medicamentos en los hospitales públicos o reparar algunas escuelas deterioradas— los que derrochó Calderón en tratar de hacernos creer que vivimos en el paraíso o apenas a la vueltecita de él.

Y, desde luego, ese dinero ha servido, cuando fue menester, para apoyar campañas políticas panistas. No es casual, por ejemplo, que —como señala Ibarra— la Secretaría de Comunicaciones y Transportes hubiera gastado más de doce millones de pesos en una estruendosa campaña para publicitar obras de infraestructura en Michoacán, y que la campaña hubiera coincidido “casualmente”, con las elecciones en ese estado, donde la candidata panista fue cierta dama de nombre Luisa María Calderón Hinojosa, (a) Cocoa.
Sí, efectivamente, hay derroches que deben evitarse.

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