sábado, 15 de octubre de 2011

La larga marcha de los indignados

Alejandro Gutiérrez

Rumbo al corazón de Europa.
Foto: APNo están desorganizados ni desinformados. Son los indignados y saben muy bien lo que desean: Políticas públicas que atiendan a las mayorías y fin de los privilegios de la casta de los políticos. Para exigirlo a gritos organizaron tres grandes caravanas desde España y Francia hasta Bruselas, centro de la Unión Europea, en un recorrido “por las venas” del viejo continente. Y en su larga marcha han sumado apoyos y adeptos, y han logrado que las redes sociales lleven su mensaje a todo el mundo… del que esperan más adhesiones. BRUSELAS.- Los rostros demacrados, la mirada cansada y la piel quemada son las huellas de haberse lanzado a la carretera. Es el costo de los más de 70 días que llevan bajo el inclemente calor de España o el aire helado de Flandes. Sus zapatos están desgastados luego de recorrer los casi mil 700 kilómetros que hay entre Madrid y esta ciudad, capital de la Unión Europea.

Pese a todo, los indignados del 15-M de España conservan el buen ánimo. Su movimiento se globalizó: se le han sumado jóvenes de Francia, Alemania, Holanda, el Reino Unido y Polonia entre otros países.

Son los mismos que el 26 de julio iniciaron una caminata rumbo a la capital belga para llevar sus proclamas y críticas hasta el centro neurálgico donde se han decidido algunos de los planes de choque que han demolido el gasto social en los principales países europeos.

Una de esas indignadas es una joven valenciana recién egresada de la carrera de comunicación, Isabel Vendrell, quien describe el viaje con una metáfora: “Hemos recorrido las venas de la Europa profunda como aire fresco que va al anquilosado corazón de la Unión Europea”.

Se refiere a las marchas que simultáneamente salieron de Madrid, Barcelona y Toulouse (Francia). Tras la concentración del 24 de julio en la madrileña Puerta del Sol, epicentro del 15-M, a donde habían llegado caravanas de seis ciudades españolas, los miembros del movimiento celebraron reuniones y debates durante dos días. De ahí surgió la nueva meta: Bruselas.

El 25 de julio –cuando tuvo lugar el Foro Social Indignado de Madrid– recibieron al Nobel de Economía Joseph Stiglitz, quien se mostró emocionado porque el movimiento es “una oportunidad para que la economía aporte medidas más sociales” y fue crítico con la de mercado “que no está funcionando como debería”.

La tarde del 27 de julio se inició la caravana desde la Puerta del Sol –kilómetro cero– y se le puso el nombre de Marcha Meseta; ésta se coordinó con otra que había salido de Toulouse dos días antes. A su vez los indignados catalanes decidieron que la suya, la Marcha Mediterránea, empezaría el 8 de agosto.

Tres marchas: una por la región de Burgos, el País Vasco y Burdeos (en la costa atlántica francesa) rumbo a París para luego seguir a Bélgica. En la capital francesa se sumó la de Toulouse. Y la Mediterránea subió por Perpiñán y Lyon a la capital francesa. A partir de ahí siguieron por rutas distintas hacia Bruselas.

Proceso se encontró con la Marcha Meseta tres días antes de su llegada a Bruselas, en el campamento instalado en un parque aledaño al estadio de futbol de Waregem. Esta ciudad de 40 mil habitantes está cerca de la frontera con Francia y a 100 kilómetros de la capital belga.



“Yes we camp”



Instalaron 30 tiendas de campaña y las tapizaron con lemas llenos de humor: “Los castrosos” (“porque son castrantes, hablan, debaten hasta por debajo de la lengua”, bromea Daniel, joven gallego que se unió después de París). Otros lemas: “La revolución se hace andando” y “No nos representan”. O el de un vehículo de apoyo de la caravana, sarcástica declaración de intenciones ante la constante negativa gubernamental de que acampen en las plazas: “Yes we camp”.

Los caminantes viajan con lo mínimo indispensable: tienda de campaña y mochila con ropa. El resto es ingenio y solidaridad en la carretera. Comida y combustibles son algunas de sus prioridades y en lo que más piden apoyo.

Mientras unos reposan en un breve descanso, una comisión recorre tiendas y supermercados pidiendo que les donen productos a punto de caducar. Regresan con yogur, pan, leche… Otra comisión instala un punto de información en el centro del pueblo y una más recorre la ciudad colocando panfletos para invitar a una asamblea pública.

Todos tienen comisiones “pero hacemos de todo”, dice Daniel. Lo muestra el gesto de un grupo de la Marcha Mediterránea que se fue a trabajar una semana a los viñedos de Nuits-Saint-Georges para obtener dinero para la causa común. “Es la autogestión”, resume Óscar, un músico valenciano que se sumó al movimiento desde su origen, el 15 de mayo.

Los medios convencionales les han perdido la huella. Pero en internet hay un hervidero de información gracias a los blogs (por ejemplo, TheMarchestoBrusseles), Twitter o Facebook en los que se replica la información y el debate ante la inminente llegada a Bruselas. Cada caravana lleva dos o tres computadoras para enlazarse al Media Centre, núcleo neurálgico del ciberactivismo. Y el debate se extiende al resto de la aldea global.

Los bolsillos vacíos pero la cabeza llena de ideas. Todos opinan, argumentan, rebaten; no obstante ahora lo tienen que traducir al inglés, francés, alemán y holandés cuando menos. Sólo en Francia se han unido jóvenes de Bayona, Burdeos, Nimes. La caravana Mediterránea transmite en línea la Radio en Marcha donde brinda pormenores de su travesía.

Óscar explica que muchas de sus decisiones “horizontalizadas” o “asamblearias” tienen una razón de ser, como el hecho de acampar en las plazas principales, “porque en sí misma es una acción, primero de difusión del movimiento, de contacto con la población, pero también de reivindicación de que nos interesa organizarnos”.

Dice que la etapa del recorrido por Francia tuvo gran significado porque los franceses conocían “el movimiento de les indignés”, pero no las propuestas. “La verdad es que los franceses conectaron mucho con el movimiento porque tienen una gran tradición de movilización y muchos se sumaron al 15-M”, añade.

Las propuestas mínimas, resumidas por los indignados catalanes, son: “No más privilegios para políticos, recortes drásticos en sus sueldos equiparándolos a los de la población, supresión de sus privilegios en el pago de impuestos, supresión de la inmunidad jurídica y de prescripción para los casos de corrupción y cese de los políticos corruptos”.

No más privilegios para banqueros, incluida la prohibición de cualquier tipo de rescate a entidades bancarias privadas y sólo rescatar por medio de proceso de nacionalización para construir una banca pública bajo control social, proponen.

Cero privilegios para las grandes fortunas como la eliminación de las sociedades de inversión de capital variable –mecanismo mediante el que evaden impuestos– y control efectivo al fraude fiscal y a la fuga de capitales a paraísos fiscales, entre otras cosas.

Todo ello, dicen, es suficiente para que el Estado tenga fondos suficientes a fin de ofrecer sueldos dignos y calidad de vida a la población, una buena política de vivienda que expropie las casas en desuso para aumentar el parque público de régimen de alquiler social, declaración de ciudades libres de desalojos y prohibir la especulación inmobiliaria.

Asimismo, la retirada de los recortes planteados, como los planes de austeridad en los servicios de salud y educativos.

“Sólo es sentido común, pero que se ha desvirtuado para permitir el beneficio exclusivo de las clases política y empresarial. Han dejado de lado a la sociedad, por eso hay que regresar a lo mínimo fundamental”, afirma David Martínez, profesor del ayuntamiento de Galapagar, en la comunidad de Madrid.



Ágora Bruselas



Jairo, español de bigote que cubre su corte de cabello estilo mohicano con un sombrero de ala ancha como de un western de Clint Eastwood, arremanga su jorongo para seguir sirviendo comida en la improvisada cocina y llama a gritos a todos para que pasen por el segundo platillo: macarrones con jitomate.

En eso suenan los aplausos y vítores para agradecer la solidaridad de una pareja de belgas cincuentones que de su vehículo descargan bolsas de manzanas, zanahorias y garrafones de agua. “Empieza la solidaridad”, dice en español un joven francés.

Pero lo inaudito está por llegar. Minutos después varios indignados se extrañan al ver llegar una patrulla de la policía de Waregem de la que bajan dos uniformados con cajas de víveres. Les indignés agradecen el gesto a los oficiales. Tras retirarse éstos estallan las risas por la inesperada escena y Jairo espeta: “No nos han gaseado ni nos han reprimido. Se han solidarizado”. Óscar remata: “Es que ellos tienen una labor social, pero a veces lo olvidan y ejercen el poder con la violencia”.

Y es que semanas antes, cuando celebraban el Ágora París fueron reprimidos por la policía. Cuando unos 100 indignados caminaban por el bulevar Saint-Germain rumbo a la Asamblea Nacional Francesa la policía los atacó, recuerda uno de los indignados quien reserva su nombre.

“Cargaron con mucha violencia. Eran como las nueve de la noche. Primero nos cercaron y luego se lanzaron contra nosotros, nos gasearon y nos llevaron a las comisarías, algunos fuimos interrogados. A las dos de la madrugada ya estábamos de regreso en La Bastilla”, dice.

Héctor Huerga, joven español que vivió siete años en Oaxaca donde fue editor, es miembro de la Comisión de Difusión y opera en el Media Centre del 15-M. Recuerda cómo estando en el edificio de Le Loop, un colectivo de hackers franceses donde decenas de ellos aporreaban sus teclados, llegaron las primeras versiones sobre la represión en el bulevar Saint-Germain; después se irían confirmando que hubo 110 detenidos y cuatro heridos leves.

Entre los próximos sábado 8 y sábado 15, todas las caravanas y representantes de 30 países celebrarán el Ágora Bruselas, en el parque Elisabeth de la capital belga, para discutir la internacionalización del movimiento.

Día a día habrá debates sobre la represión policial, Grecia y la voluntad de los banqueros, el lobby en las empresas agrícolas y de alimentación, medidas de austeridad europea y el papel del lobby financiero y la libre circulación de los inmigrantes, entre otros temas.

Pero a tres días de la llegada no están exentos de problemas. En Waregem los indignados se enteran de que Philippe Pivin, funcionario del área metropolitana de Koekelberg (Bruselas) les negó el permiso para acampar en el parque, “sin razones fundamentadas y mediante un correo electrónico”.

En respuesta, la eurodiputada del partido Izquierda Verde Nórdica Gabriela Zimmer dirigió una carta al gobierno de la ciudad de Bruselas para que se revoque esa decisión y se pueda desarrollar el Ágora Bruselas. En sólo dos horas, 37 eurodiputados se sumaron a la propuesta.

Se prevé que este fin de semana lleguen unos mil indignados más de España y el resto de Europa. El domingo 15 se celebrarán manifestaciones en más de 300 ciudades del mundo.



Crece el movimiento



Isabel Vendrell cree que la semana del 8 al 15 en Bruselas captará mucha atención mediática y “tiene mucho simbolismo, pero yo creo que el objetivo fundamental se ha cumplido en el camino, me refiero a las asambleas y encuentros con la gente de las poblaciones donde hemos pasado. Sí nos escucharon y en un buen número de sitios ya se organizaron en asambleas para atender y discutir sus propios problemas y sumarse al 15-M”.

Las minutas de esas asambleas están recogidas en decenas de cuadernos, el llamado Libro de los Pueblos que esta indignada muestra, porque ella es una de las integrantes de la Comisión de Transcripción y Sistematización de esas propuestas.

Antes de retomar sus labores explica que como ha dedicado parte de su actividad a documentar el movimiento con su cámara de video, ahora con un compañero francés y otro asturiano planean producir una película sobre el 15-M.

Una de las postales del movimiento: Horas después de la comida, en la plaza principal frente a la antigua iglesia Eloois, en el centro de Warengem, unos 15 indignados realizan una asamblea. Pero dos jóvenes de la localidad les explican que ya no se ve ni un alma en la calle porque “los belgas son en extremo metódicos y rutinarios, de la casa al trabajo y del trabajo a la casa para sentarse frente al televisor”.

Los pocos que transitan por ahí los observan sorprendidos. “La gente aquí difícilmente se reúne, hay poca convivencia”, dice Seal, un joven con largas rastas rubias.

Añade: “En Bélgica, la gente aún cree en los políticos. Éstos les dicen que la crisis es en el resto de Europa, no aquí. Que el hambre está en África, no aquí. Y se puede estar cayendo el mundo a pedazos, pero los belgas no se mueven”.

Andreas, un alemán que ahora vive en Cortrique, Bélgica, y que junto a Seal se unió a la marcha, opina que aquí “la división entre flamencos y la región francófona de Valonia está motivada más por los políticos que por los ciudadanos”.

Casualmente a esta asamblea informal no asistieron todos los del campamento. Es evidente que hay ciertas fricciones, porque en la jornada anterior, al llegar a Cortrique (en la frontera belga) desde Lille (Francia), algunos aceptaron la propuesta del alcalde de ubicarlos en un sitio distante del centro. Unos aceptaron por cansancio, otros se molestaron.

“Es lo que tiene un movimiento donde el signo distintivo y expreso es no tener líderes; hay cansancio pero nunca pasa a mayores y al día siguiente siempre tan compañeros como siempre, porque tenemos un objetivo y no queremos liderazgos ni nada de eso”, reconoce Daniel. El reportero es testigo de una discusión entre dos indignados, uno de los castrosos –que no quiso dar su nombre– y Gonzalo, un murciano que se adelantó a la plaza, una hora y media antes de la convocatoria, “para ir tomando la plaza”.

“Pues no digas que vas en nombre de todos, eso lo haces en nombre propio. Tú a mí no me representas, a mí me representa el pueblo”, decía el castroso. “Pues tú no me vas a decir qué hacer. Yo voy a tomar la plaza, es parte del movimiento”, reprochó el otro.

Después de la asamblea, todos se preparan para dormir. La salida es a las seis de la mañana del día siguiente rumbo a Gante, a unos 28 kilómetros.

El jueves 6, los primeros arriban a las inmediaciones de la catedral de Sint-Baafs, en Gante, alrededor de las seis de la tarde. Esta ciudad flamenca, la más importante después de Bruselas –de la que dista 70 kilómetros–, tiene mucha presencia estudiantil.

Pronto generan mayor atención que la jornada anterior. Cinco estudiantes del Conservatorio dialogan con ellos, los escuchan con la ayuda de una joven española que traduce al francés.

Los estudiantes de música se muestran dispuestos a sumarse a los eventos de Bruselas. “Nos interesa ir. Tenemos que despertar. Ya fue suficiente, los políticos deben entender que su labor debe ser en bien de la sociedad, no de los mercados”, afirma uno de ellos.

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