miércoles, 5 de octubre de 2011

Apuntes sobre la ultraizquierda

José Steinsleger
Ilustrada o no, la ultraizquierda representa una de las muchas complicaciones que en la historia afrontan los procesos de cambio. Prima hermana de la ultraderecha (ilustrada o no), la ultraizquierda razona en términos maximalistas, y desde tiempos inmemoriales se guía por las palabras de Jesucristo a los apóstoles:

“Y todos los que creían estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno; y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hechos 2, 44-47).”

Claro… no todos los ultraizquierdistas observan las palabras del Maestro. La calle está feroz, y con las cosas pecuniarias hay que ser cauteloso. Como fuere, difícil es disentir de tan nobles propósitos. De mi lado, sé que no seré salvo: soy poco perseverante, no concurro a templos, carezco de bienes y propiedades, y en cuanto a eso de partir el pan “con alegría”, me pregunto si será posible incluir el mantel para no regar las migas.

Cuando en el siglo XVI los hombres de acción juzgaron improductivos a los ejércitos de cigarras murmurantes de cánticos y letanías que sostenía la iglesia romana, se hicieron revolucionarios. Los protestantes se consideraron los elegidos guiados por Dios, y estallaron en infinitud de sectas que rechazaban la idea de Estado. Y con plegarias y espadas, levantaron la nueva “Jerusalén unificada”: el capitalismo masón.

La ciudad de las leyes justas de Platón, Moro y Campanella se volvió el modelo, aunque privándola de la libertad de pensar y de elegir. Falencias que un par de siglos después, guillotina mediante, suplieron los líderes de la revolución francesa. Los ultras, por si acaso, ya estaban allí.

Orientados por Napoleón, los unos volvieron al redil de la pirámide diseñada por Agustín de Hipona y los otros, afiebrados por el Manifiesto de los plebeyos, de Babeuf, acusaron de “contrarrevolucionarios” a jacobinos como Marat y Robespierre, y a girondinos como Thomas Paine y Francisco de Miranda, quienes se habían tomado a pecho las cosas de la razón.

Pero tal como dice el proverbio griego: los hombres (y mujeres) nunca aprendieron nada de la historia, y siempre desperdiciaron sus lecciones. El 30 de agosto de 1918, en plena guerra civil, Fany Kaplan le disparó a Lenin tres tiros a quemarropa. En su descargo, la señora manifestó que el jefe de octubre era un “traidor a la revolución”.
Dos años después, Lenin publicó El izquierdismo como enfermedad infantil del comunismo. ¿Sirvió de algo su explicación para que las izquierdas superaran el doctrinarismo, y la necesidad de realizar alianzas con sectores más o menos progresistas, y (aún) con el enemigo?

En 1921, pegada a la resolución sobre la unidad del Partido (décimo congreso), se hallaba otra sobre la “desviación sindical y anarquista”. Y en 1923, el duodécimo congreso salió al paso de todos los que interpretaban la llamada “nueva economía política” (NEP) de Lenin como un “…abandono de las posiciones socialistas, y como la rendición de estas posiciones al capitalismo”.

Frente al tenaz condicionamiento de las potencias imperialistas, la NEP parecía lo razonable. Sin embargo, no hubo consenso. Stalin cortó por lo sano, y se lanzó a la “industrialización forzada” que organizó… Henry Ford.

A Trotsky y otros no les gustó el curso que tomó la “patria del proletariado”. ¿Tenían razón? La tenían. Pero el poder no lo tenían. Que así como en el cuento de Alicia, vale más que las palabras dirigidas por Jesucristo a los apóstoles. Al marxista inglés Perry Anderson, el olvidado Giorgy Luckacs le confesó: la peor forma de socialismo es preferible a la mejor forma de capitalismo (1971).

Como siempre le falta 20 para el peso y gasta por un peso y 20, la ultraizquierda huye de la política como el gato del agua. Y a la inversa de la sacralización y el victimismo, emplea una retórica de alteración y desinformación de hechos y descripciones, destinada a demonizar y satanizar la realidad.

La ultraizquierda ve al Estado y las entidades políticas, étnicas, culturales o religiosas como fundamentalmente malas, nocivas y, por “impías”, justifica que se le dé un trato político, militar y social diferenciado. Lo suyo consiste en definir las cosas antes, durante y, por sobre todo, después que fracasan los procesos de cambio que, con irresponsabilidad y soberbia, califican despectivamente de progres.

Soterrada y sicoanalíticamente hablando, la ultraizquierda anhela la derrota. En tanto, los primos hermanos avanzan. Tras imponerse en una elección de ensayo en el estado de Iowa, la líder del Tea Party Michelle Bachman, precandidata republicana a la presidencia de Estados Unidos, declaró:

“Dios se pregunta cuándo van a empezar a escucharlo. Tuvimos un huracán, tuvimos un sismo. Dios se pregunta qué más debe hacer para llamar la atención de los políticos.”

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