lunes, 7 de febrero de 2011

Carmen Aristegui y el derecho a preguntar

Yo no se si Calderón tiene un problema con la bebida, pero desde luego lo tiene con su intolerancia. El despido de Carmen Aristegui de MVS, por las preguntas que la periodista se atrevió a pronunciar, nos revelan cuán lejos estamos aún de convertirnos en una sociedad democrática. Lo que hizo Carmen fue absolutamente pertinente visto desde la ética periodística; en cualquier país democrático los periodistas están en la obligación de plantearse preguntas que son pertinentes para la la vida pública, incluyendo los aspectos personales que influyen en la capacidad de un mandatario para gobernar.

Pero vivimos en un país de simulaciones. En muchas charlas de sobremesa, en conversaciones privadas a todo lo largo del país se ha hablado del supuesto problema de alcoholismo de Calderón. Puede o no ser cierto, pero el tema no lo inventó Carmen Aristegui. Cuando la manta del PT con el texto sobre el alcoholismo presidencial desplegada en la Cámar suspendió la sesión legislativa por el abandono del PAN, el asunto se convirtió en nota periodística. El reportero del noticiero MVS de Carmen cubrió el hecho de manera impecable, incluyendo las distintas versiones de los legisladores. Al terminar la nota Carmen simplemente se hizo la pregunta sobre el contenido de la manta y la necesidad de tener una respuesta oficial sobre el tema, dado que ya se había convertido en noticia. ¿Dónde está la transgresión de la ética?

Hace cuatro años Jorge Ramos, el conductor de Univisión, publicó un texto que no tiene desperdicio: El derecho a preguntar. En él afirma: “Si nosotros los periodistas no preguntamos, no indagamos ¿quién lo va a hacer? Nuestra principal función social es evitar los abusos de los poderosos y nuestra arma es la pregunta”. Ramos dice que cuando entrevistó al entonces presidente Vicente Fox, le preguntó si tomaba antidepresivos (porque justamente había esa conseja popular). Antes de la entrevista, dice Ramos, “tuve mis dudas sobre si hacer o no esa pregunta. ¿Me estaba metiendo demasiado en la vida privada de Fox? Al final, decidí hacer la pregunta porque su salud afectaba la vida del país y los mexicanos –creo- teníamos el derecho a estar informados. Sé que a Fox no le gustó la pregunta pero la contestó. “Ustedes (los periodistas) tienen la libertad absoluta de preguntar y yo la libertad absoluta de responder.”

Parafraseando a Ramos, ahora resulta que Fox le dio una lección de democracia a Calderón. No tenemos certeza de que Los Pinos haya ordenado o presionado a los Vargas, dueños de MVS, para despedir a Aristegui. Presidencia ya lo rechazó, por supuesto. Deja mal sabor la insistencia de la empresa para que Carmen leyeran unos párrafos de disculpa preparados de antemano sin que se cambiase una sola palabra. Pero no puede comprobarse la “autoría intelectual” de Los Pinos. Lo que si se sabe es que la empresa lo comunicó al mandatario antes de anunciar tal despido. Y allí es dónde cabe cuestionarse la escasa sensibilidad de Los Pinos para quedarse cruzados de brazos por el despido de una de las principales periodistas del país por una crítica al presidente. En el mejor de los casos el empresario concesionario quería congraciarse con Calderón, en el peor obedecía órdenes. En cualquiera de ambos, quedamos como país africano, con perdón para los africanos.

Si Calderón no tiene problemas con el alcohol y se trataba de sólo un rumor, ahora se ha convertido en noticia internacional (CNN divulgó el despido y las razones durante el día). Al rumor ahora se añade la censura. Y por el contrario, si no es rumor y en efecto Calderón es candidato para AA, la salida de Carmen es muestra de un autoritarismo salvaje: despedir a los periodistas que digan la verdad. Por los dos lados pierde.

Pero en el fondo perdemos todos. Hace tres años escribí un artículo, Réquiem para Carmen, a propósito del despido de la periodista del noticiero de la W. El lamento sigue siendo el mismo:

“Réquiem por todos nosotros. La salida de la conductora Carmen Aristegui de W Radio, luego de cinco años de conducir uno de los noticieros más exitoso del país, es una mala noticia para la salud de la opinión pública y para la sociedad. Carmen Aristegui construyó un espacio crítico, incómodo para los grupos de poder acostumbrados a negociar con los concesionarios y los conductores pseudos periodistas. Allí se dieron a conocer las grabaciones entre el “gober precioso” y Kamel Nacif; allí se dio voz a las denuncias en contra del Cardenal Norberto Rivera por su defensa de sacerdotes pederastas; allí se ventiló la trágica muerte de la anciana de Zongolica cuando el resto de los noticieros decidieron abandonar el tema; allí se ventilaron las críticas sobre la Ley Televisa.

El silenciamiento de Carmen es un duro golpe para la salud del debate en el país. Los grupos de poder están empeñados en una suerte de “operación cicatriz” que intenta reducir las voces disidentes y generalizar las versiones de consenso, las verdades oficiales. Una falsa cultura terapéutica a la que se han sometido concesionarios de radio y televisión.

En una sociedad con ausencia endémica de credibilidad, en que la legitimidad de las instituciones y sus personeros está en crisis crónica, ministros de la corte incluidos, la sólida reputación de Aristegui constituye un activo social.

Carmen utilizó su credibilidad para recordarnos que en todo proyecto público en que hay ganadores, también hay perdedores; para hacernos ver que los consensos construidos falsamente conducen a la parálisis y eventualmente a la ruptura social; para airear los testimonios de las víctimas que el sistema pretende hacernos creer que no existen. Algo está pasando en México cuando voces como la de Carmen Aristegui y Gutiérrez Vivó, las de mayor audiencia, pierden micrófonos a manos de concesionarios que se pliegan al deseo de los poderosos. El resultado es que la opinión crítica está siendo desterrada dentro de las fronteras de nuestro país. Contemplamos el principio de una tiranía invisible a través del callado sometimiento de los medios. www.jorgezepeda.net twitter: @jorgezepedap

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