jueves, 6 de enero de 2011

SI EL DE ARRIBA LO SOCORRE Ramón Quintana Woodstock


Corriendo, corriendo salí de juaritos, como cada fin de año me voy a la sierra, bueno es un decir, me gusta visitar aquellos lados que son inhóspitos, esos lugares del estado que casi nadie se regala. Es difícil llegar a Basaseachi, hay que atravesar muchos cerros, pensé que mi auto era indestructible, eso pensaron los que lo fabricaron en 1989, pero no creo que ellos mismo hayan pensado que en el 2011 alguien todavía lo estaría usando.

La vida estaba cambiando de año cuando mi yipesito estaba dando sus estertores, y escogió Creel para morirse. Hoy es martes 4 de enero, y lo más seguro es que me tenga que regresar en camión. La verdad no se a ciencia cierta como regresaré pero tengo que hacerlo, Juárez me reclama, debo de ser testigo de los próximos tres mil muerto de este año que ya envió su carta de presentación.

Nada sobresaliente hay en Creel, al menos ya todo me es familiar, entro a una tienda de abarrotes de nombre “Yumis” absolutamente toda la servidumbre es Raramuri, desde la que cobra en una caja digital hasta la que pone la marca sobre los anaqueles. Hay otras que rondan los pasillos y vigilan al cliente, es una atienda dotada de todo, ubicada en la avenida principal de Creel, la temporada es baja por lo que no hay muchos alemanes como de costumbre.

Previo a esto, ya habré regresado de la gran cascada de Basaseachi. Aquella es como un documental de National Geographic. Es enorme, desde el aparador se ve grande, enorme, y de tal punto a la cascada son más de tres kilómetros, sus aguas se sientan en lo profundo, choca con tal presión contra las rocas que esto provoca un brisa que adorna el chorro, al mismo tiempo el suelo se ve espumoso, digno de una postal. El lugar carece de vigilancia a pesar de se un santuario natural, hay pocos hoteles, que por cierto llegué a uno que por pura suerte carecía de agua caliente, y es de saber que esta zona es fría, fría, más fría que las chavalas arias, así que no hubo chacho, y para usar el retrete tuve que calentarlo con el vaho y luego sentarme.

Por increíble que parezca la gente vive feliz, los adorna el humo de las chimeneas y siempre huele a madera, es algo que con palabras no se puede explicar. Los trocones van y vienen, los hay de todos los tamaños y sabores, las casas son muy humildes pero un buen mueble de cuatro ruedas no falta, y por supuesto las antenas de Dish y Sky, son imprescindibles, las calles están enlodadas y así sus caminantes, les vale gorro traer las botas copadas de soquete, creo que debe se parte de libre arbitrio con el que viven. Se puede llegar a la cascada por dos puntos diferentes, incluso ya estando arriba se puede caminar hacia abajo, es una pendiente que se logra caminando y son casi cuatro kilómetros para verla en su punto de ebullición.

Como cada seis meses salí corriendo de la absurda realidad, y como cada seis meses, de a solapa. Hoy tengo que retirarme y dejar mi carcacha, luego regresare –a ver como le hago- por ella. La verdad estoy cansado de manejar, y la carcacha resintió mis malas vibras, yendo rumbo al Divisadero, exactamente en el señalamiento del kilómetro 23, se murió, luego le siguió el periplo de pedir aventón de regreso a la ciudad, en medio de la serranía esto era como una ruleta rusa, lo más afortunado es que me recogió alguien que trabaja para el gobierno de Tijuana en una pick up oficial, me salvé de que alguna cazafortunas me subiera a la fuerza y me violara. Eso era exactamente lo que me tenía con pendiente.

Como ya es costumbre, cada seis meses pierdo una cámara y cada tres un celular, así que esta vez en ese trayecto desapareció la primera con documentos visuales importantes. No importa, lo emocionante del aventón es que me tocó junto a una familia de Raramuris, Víctor, el hijo y Lupita y Francisco los padres, venían del Divisidaero donde habitan. Víctor lleva un cachucha de un equipo de béisbol norteamericano, sus pies visten huaraches de tres correas, luce unos quince años y su padre, igual de cachucha, la lleva a con la visera hacia atrás,; lupita se peinó en serio, lleva su traje manufacturado a mano, verde brillante, con franjas rojas, los tres se comunican en su dialecto, pero alternan con el que escribe en perfecto español. Fueron invitados –como muchos- a ver al Gobernador que pondría la primera piedra del aeropuerto de Creel.

Es mi segundo contacto cercano con la raza de la sierra, antes de llegar a Creel, saliendo de Cuauhtemoc levante a Manuel González, hombre de veinticuatro, que dice ser guardia de seguridad en Chihuahua y piensa pasar el fin de semana en medio de la serranía con su hija, esposa, padres y hermanos, ahí, en medio de un lugar sin nombre me pide el bajan y con asombro me detengo para ver los accesos hacia lo que dice lo llevarán a su hogar, al cual, antes de llegar tendrá que haber caminado dos horas. Dice que terminó la primaria y la secundaria en su pueblo, eso le valió para tener un empleo en la capital, a la cual llega en camión o de aventón, si el de arriba lo socorre…

Ramón Quintana Woodstock
refrigerador97@hotmail.com

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