jueves, 16 de septiembre de 2010

Abuchean a Calderón en desolado Grito de Dolores


Verónica Espinosa



Dolores Hidalgo, 16 de septiembre (apro).- Al mismo tiempo que amanecía en la Cuna de la Independencia Nacional, ante una plaza semivacía y sin librarse de las rechiflas, el presidente Felipe Calderón repitió las palabras que el cura Miguel Hidalgo y Costilla pronunció al anunciar el inicio del movimiento que culminó en la Independencia de México.

“¡Uleeeero…uleeeero!”, se escuchó entre el público impaciente, entre los que había muchos desvelados que durmieron en la misma plaza, minutos antes de la ceremonia que encabezó Calderón con su esposa Margarita Zavala y sus hijos en los escalones de la Parroquia de Dolores.

Un par de horas antes, en la misma plaza había concluido el baile con la Banda del Recodo y la Sonora Santanera, en un esfuerzo por mantener a la multitud reunida –y despierta- para el acto oficial.

Del otro lado de Calderón estuvieron el gobernador Juan Manuel Oliva; el senador priísta Francisco Arroyo Vieyra; el presidente de la Suprema Corte, Guillermo Ortiz Mayagoitia; el presidente de la mesa directiva de la Cámara federal ,Jorge Carlos Ramírez, así como los secretarios de Gobernación, Francisco Blake Mora y de Educación, Alonso Lujambio.

“Llegó el momento de nuestra emancipación, ha sonado la hora de nuestra libertad, y si conocéis su gran valor, me ayudaréis a defenderla de la garra ambiciosa de los tiranos…pocas horas me faltan para que me veáis marchar a la cabeza de los hombres que se precian de ser libres…los invito a cumplir este deber, de suerte que sin patria ni libertad, estaremos siempre a mucha distancia de la verdadera felicidad”, leyó Calderón, al repetir las palabras de Hidalgo dichas hace 200 años según la versión de Pedro García, contemporáneo del prócer.

Y continuó: “Preciso ha sido dar el paso que ya sabéis, y comenzar por algo que ha sido necesario, la causa es santa y Dios la protegerá…Viva pues la virgen de Guadalupe, viva la América por la cual vamos a combatir...”.

Frente a Calderón, por cierto, fueron acomodados en la primera fila de invitados del sector oficial los obispos de las diócesis de Celaya, Benjamín Castillo, y de Irapuato, José de Jesús Martínez Cepeda.

Después de esta lectura, el presidente vitoreó a los héroes, a algunos de los cuales agrupó de tres en tres en esta arenga:

“¡Vivan los héroes que nos dieron patria y libertad, viva Hidalgo, viva Morelos, viva Allende, viva Josefa Ortiz de Domínguez, vivan Aldama, Bravo y Matamoros, vivan Abasolo, Galeana y Jiménez; vivan Moreno, Mina y Rosales; vivan Vicente Guerrero, Leona Vicario y Guadalupe Victoria; vivan todos los héroes de la Independencia, viva la Independencia nacional, viva el bicentenario de la Independencia, viva el centenario de la revolución, viva México!”.

La gente que apenas ocupó una parte de la plaza logró responder, pero su entusiasmo fue más evidente cuando de entre ellos surgieron los gritos de “¡Viva Dolores Hidalgo!” y cuando comenzaron a corear las canciones de José Alfredo Jiménez, el compositor nacido en esta ciudad.

Mientras tanto, rodeado de funcionarios del gobierno estatal que fueron acomodados en el atrio de la parroquia y otros invitados, Felipe Calderón saludó a un contingente de niños de preescolar vestidos con faldas, rebozos, huaraches, sombreros y gabanes, que fueron acomodados en medio del atrio para que agitaran la paloma de hule espuma que sostenían en la mano.

Inmediatamente después de la arenga, ya con la luz del día sobre esta plaza, de entre la multitud surgieron otros gritos, los gritos de la realidad: “¡Viva el Chapo!”, “¡Muera el mal gobierno!”.

En cuanto el presidente terminó de saludar a su paso rumbo a los vehículos que lo esperaban para trasladarlo al helicóptero en el que volvió de inmediato a la Ciudad de México, los dolorenses y funcionarios se retiraron de la plaza.

Atrás quedaron las calles desiertas.

¡Muera el mal gobierno! - Álvaro Delgado



MÉXICO, D.F., 13 de septiembre (apro).- Nadie ama a su patria por ser grande sino porque es suya, decía Séneca, y por eso, al cumplirse 200 años del inicio de la gesta de Independencia, es válido exclamar que viva México, pero también se impone gritar, con indignación, la proclama de Miguel Hidalgo: “¡Muera el mal gobierno!”

Sí, muera el mal gobierno, porque los sustitutos del priato han dado a los mexicanos en una década más de lo mismo.

Porque, de ser echado el PAN de Los Pinos en 2012, seguirá administrándose la misma dosis.

Porque, como partido de derecha, no tiene proyecto de nación, sino de facción.

Muera el mal gobierno, porque Felipe Calderón comete la insolencia de sentirse la patria.

Porque incumplió su compromiso de moderar la opulencia y la indigencia.

Porque el alza de impuestos y la creación de nuevos, así como los incrementos en precios de gasolinas y la electricidad, perjudican a los más pobres.

Porque se somete a la opulenta élite y le permite no pagar multimillonarios impuestos.

Porque se sigue arrojando al infierno de la pobreza a más de la mitad de los mexicanos y se sigue acumulando fortunas al amparo del poder.

Muera el mal gobierno, porque la corrupción y la impunidad lo han penetrado hasta la médula.

Porque vale más las complicidades con Juan Molinar y el parentesco con Margarita Zavala que la vida de 49 bebés de la guardería ABC.

Porque han empujado al tobogán del olvido y la impunidad los asesinatos de los niños Almanza, de los 15 adolescentes en una fiesta en Ciudad Juárez, de los dos estudiantes del Tecnológico de Monterrey, de la señora Gabriela Pintado Terroba…

Porque la comisionada del Instituto Nacional de Migración (INM), Cecilia Romero, se mantiene en el puesto sobre los cadáveres de 72 indocumentados asesinados en Tamaulipas.

Porque desprecia a Diego Fernández de Cevallos y no quiere aclarar su secuestro.

Porque su “guerra” ha producido carnicerías cotidianas que ya superan los 30 mil muertos.

Porque mientras combate a cárteles “malos”, como Los Zetas, los que encabezan el “bueno”, Joaquín El Chapo Guzmán e Ismael El Mayo Zambada, pasean por donde les da la gana.

Porque los engaños sobre la captura de Edgar Valdés, La Barbie, sólo ratifican lo que sustenta al grupo gobernante: La mentira.

Muera el mal gobierno porque se entrega el patrimonio nacional a los magnates Germán Larrea, del Grupo México, y Emilio Azcárraga, de Televisa.

Porque Televisa ya no es sólo la secretaría de Educación, sino el suprapoder nacional.

Porque no sólo el crimen silencia a los medios de comunicación, sino el dinero público a carretadas y ha vuelto alcahuetes a periodistas que hasta se muestran como honorables.

Porque la militarización de la República, que la propaganda oficial y oficiosa atribuye a la “valentía” de Calderón, esconde los apetitos de represión.

Porque cada que Calderón convoca a la unidad, hace todo para dinamitarla.

Muera el mal gobierno, porque en la opulenta banalidad del Bicentenario exhibe que confunde lo grandiosos con lo grandote.

Porque, ignorante, quiso liquidar a Pedro Moreno y Víctor Rosales como héroes de la Independencia.

Porque, supremo ignorante de la historia, ha dejado en el olvido y en el abandono a sitios clave de la Independencia y desdeña la Revolución.

Porque, al fin fanático, se somete al clero vociferante que excomulgó a los insurgentes.

Muera el mal gobierno, porque, en vez de editar masivamente Los Sentimientos de la Nación, presentados por José María Morelos y Pavón el 14 de septiembre de 1813, para discutir su vigencia, Calderón hizo escribir la historia a su conveniencia y, sobre todo, sepultar la fraudulenta elección de 2006.

En Historia de México, el libro editada por el Fondo de Cultura Económica (FCE) que se pretende sea la historia oficial del panismo, hay por lo menos un capítulo falaz. Es el titulado “México contemporáneo (1988-2008)”, cuyo autor contratado por el gobierno de Calderón, Enrique Krauze, describe que la elección de 2006 fue impecable:

“En los meses anteriores a la elección del 6 de julio de 2006 el país se polarizó entre los partidarios del Peje (sic) y sus críticos. El propio político tabasqueño, creyendo que su ventaja era definitiva, cometió varios errores tácticos que a la postre, para sorpresa general, determinaron su derrota ante Calderón por estrechísimo margen. Durante el último semestre de 2006 (el periodo de la elección y la toma de posesión) el país vivió momentos de peligrosa tensión, pero la civilidad privó sobre la provocación y las amenazas de violencia. El 1 de diciembre de 2006, Felipe Calderón tomó posesión y dio inicio al segundo periodo presidencial del PAN.”

Y enseguida, el autor colma de elogios a Calderón:

“De un estilo discreto y ejecutivo que contrasta vivamente con el de su antecesor, Calderón se propuso asumir y enfrentar una guerra que México había postergado por demasiado tiempo: La lucha frontal contra el crimen organizado.”

Muera el mal gobierno, en fin, porque la propaganda multimillonaria de Calderón ya tiene hartos a los mexicanos, a los que desprecia.

Aun así, no es hora de guardar silencio. ¡Viva México! ¡Muera el mal gobierno…!

delgado@proceso.com.mx

Mucho y nada qué festejar - Miguel Ángel Granados Chapa




Distrito Federal– Obviamente, estas líneas han sido escritas al comenzar la tarde del miércoles quince, horas antes de que comenzara el festejo del Bicentenario en la ciudad de México. Ignoro por lo tanto el efecto que el fastuoso espectáculo generó en las personas que lo presenciaron o que lo siguieron por la televisión, según la tesonera recomendación de las autoridades que tal vez se asustaron ante el inmenso gentío al que antes convocaron y al que luego pidieron quedarse en casa o en un bebedero público. Ver el desfile de carros alegóricos, escuchar los conciertos en los puntos intermedios por lo que pasaría esa caravana, y al final el Grito y la pirotecnia, todo ello acaso resultó más cómodo visto en la pantalla del televisor, en la intimidad del hogar o en el jolgorio de los bares a los que recomendó asistir el secretario de Educación.

Acaso el gobierno reculó en su invitación a festejar en la plaza de la Constitución ante informes o intuiciones respecto de los riesgos a que invita una multitudinaria concentración en un espacio que debe ser compartido con los muchos vehículos de las alegorías y la vasta parafernalia del espectáculo montado más con criterio mediático que cívico. Por eso, indebidamente, el gobierno federal se reservó el derecho de admisión al Zócalo. No se sorprendan si se les niega la entrada, advirtió más de un vocero. La plaza pública por excelencia, el espacio de todos, quedó así reservado a algunas decenas de miles, los precavidos que llegaron temprano, desde el mediodía para asegurarse un lugar, y los que portaron pases, distribuidos entre el personal burocrático de nivel medio y superior, gente como uno, confiable, no la chusma integrada por quién sabe quién, que se deja venir desde las sierras que circundan el valle, desde los pedregales, desde los antiguos pueblos hoy conurbados o, más próximas al lugar del suceso, de las colonias que circundan el Centro histórico, la Morelos, la Obrera, la de los Doctores, reductos de un México viejo, sospechoso, rejego a la modernización, que se empeña en ir de compras a Correo Mayor o Jesús María, en vez de hacerlo en Perisur o Santa Fe.

El discurso oficial de la cautela, del recatado resguardo en la quietud hogareña, o en el menos santo refugio en las cantinas dotadas de enormes pantallas, acaso se sumó, reforzándolas, a las prevenciones que alguna franja de la población albergaba ya ante la inseguridad que priva en no pocas zonas del país y que invita a no salir de noche, en general, y menos en una fecha en que los demonios andan sueltos.

En por lo menos trece ciudades de mayor o menor densidad demográfica y delincuencial no hubo anoche ceremonia del Grito. Las autoridades decidieron suspenderla y, aunque no lo hubieran hecho, quizá la proclama patriótica en labios de un gobernador o un alcalde osados habría caído en una yerma plaza poblada de ausencias.

También habría producido desgano de asistir la conciencia indignada del derroche practicado por el gobierno federal, que en fuegos fatuos y desfile carnavalesco aplicó millones de pesos dignos de mejor destino. Otras abstenciones quizá fueron generadas por la convicción de que no hay nada qué celebrar, una sensación gemela o causa o efecto de una suerte de desánimo que no es difícil observar en esta hora en círculos diferentes de la sociedad.

Ciertamente, si se cotejan las metas que la revolución de independencia fue forjando a lo largo de su andadura –de las iniciales proclamas de Hidalgo a los intentos institucionalizadotes de Morelos– con la realidad en que vivimos, puede embargarnos una sensación de desesperanza por la futilidad del esfuerzo bicentenario. La desigualdad atroz de la Colonia es comparable con la inequidad prevaleciente hoy.

No se han mitigado la miseria y la opulencia, como quiso el cura de Carácuaro y Necupétaro, poblaciones michoacanas por cierto que en diciembre de 2006 fueron escenario de las primeras escaramuzas del combate militar al narcotráfico. Para citar otro hito del trayecto de Morelos, en Apatzingán donde se promulgó la primera Constitución de la América española se condensó una de las peores lacras del tiempo presente, la del uso político de la procuración de justicia. Su alcalde está en funciones luego de haber sufrido cárcel por su presunta vinculación con La Familia (banda merecedora de la mayor condena social y el más severo reproche penal), sin que la acusación de la PGR tuviera el menor sustento.

Hay, sin embargo, mucho qué celebrar. La vida, por ejemplo. La revolución de independencia logró su objetivo: en 1821 dejamos de ser colonia de España y nos constituimos en nación soberana. Y así nos hemos mantenido, por mayor que sepamos o creamos que es nuestra dependencia respecto del exterior. No obstante la desigualdad expresada en la persistencia de gente que muere de hambre, y a pesar del agobiante desempleo, millones de personas pueden todos los días ganar su pan de manera honrada, con la frente en alto, para dar a los suyos bienes materiales y espirituales, como la esperanza de que podemos mejorar, pues no somos víctimas de una condena social dictada por fuerzas incontrastables.

La energía social de esa muchedumbre laboriosa, que nos rodea, a la que conocemos, de la que somos parte, esa energía que impide la parálisis o la corrupción cabal de la sociedad, esa energía, es digna de celebración donde quiera está presente esa energía, de semejante jaez a la que desplegaron hace dos siglos los revolucionarios que nos dieron patria.

Que México viva.

Tras 200 años ¿dónde estamos? 0 Lorenzo Meyer

Distrito Federal– Punto de Partida. La voz oficial nos pide unirnos hoy a los festejos que las autoridades han organizado para celebrar que, como nación, hayamos alcanzados ya dos siglos de ser libres. A saber a quién se le ocurrió tamaño desatino, pues es claro que lo ocurrido en las primeras horas de este día hace justamente dos siglos en el pueblo de Dolores, en Guanajuato, fue apenas el punto de partida de un proceso terriblemente violento y contradictorio que sólo once años más tarde desembocaría en la declaración de la independencia formal de la Nueva España, y que tomaría casi el resto del siglo dar forma a los requisitos mínimos para que la ex colonia empezara a funcionar como unidad nacional. Finalmente, también deberíamos tener muy claro que la independencia y la unidad nacional efectiva, es algo que aún no cuaja.



Reflexión. Conmemorar el inicio del proceso que llevaría a que la Nueva España se convirtiera primero en los Estados Unidos Mexicanos, debería ser, en primer lugar, ocasión para propiciar la reflexión sobre la naturaleza de los proyectos nacionales que hemos tenido a lo largo de los últimos dos siglos y, sobre todo, debatir cuál podría y debería ser el proyecto mexicano del siglo XXI. En principio, los festejos centenarios deben ser más el momento de las grandes ideas y menos el de los fuegos de artificio.

Grandes Temas. Idealmente, en nuestro país cada persona, grupo, clase y región debería elaborar su lista de cuestiones a incluir en la agenda colectiva. Es evidente que hoy estamos tan divididos que no concordaríamos en los temas y, menos aún, en la manera de enfocarlos y en las soluciones posibles. De todas formas, y justamente por nuestras evidentes diferencias, un buen punto de partida sería confrontar los elementos más problemáticos de la pluralidad de agendas que hay en México. Uno de ellos podría ser precisamente el de la independencia misma: cómo surgió, cómo evolucionó y a dónde nos ha conducido.

El Origen. El movimiento político que se inició hace exactamente dos siglos lo organizaron y dirigieron no la gente del común sino esa parte de la élite que estaba insatisfecha con sus circunstancias. Jaime Rodríguez, profesor de la Universidad de California en Irvine, en su libro “Nosotros somos ahora los verdaderos españoles”, (Colegio de Michoacán-Instituto Mora, 2009), propone interpretar lo acontecido hace dos siglos en la Nueva España al inicio del siglo XIX no como una sino dos revoluciones que coincidieron, se combatieron y terminaron por cambiar la naturaleza política de México pero que, de inicio, ninguna pretendió la independencia de España.

Veamos primero este último punto. Al despuntar el siglo XIX, la Nueva España era la posesión más poblada e importante del imperio español en América: de sus seis millones de habitantes apenas 15 mil eran españoles y el pequeño ejército realista estaba compuesto básicamente por naturales de la colonia. Por tanto, afirma Rodríguez, si la mayoría de los novohispanos hubiera querido la independencia la hubieran conseguido con facilidad, pero en el inicio de los movimientos de cambio no tenían como meta la separación.

Las dos revoluciones que afectaron a Nueva España tuvieron un origen externo. La primera fue una revolución política pero pacífica cuyo impulso proviene de la disolución de un sistema político internacional como consecuencia de la guerra de los siete años (1756-1763) que se libró en Europa y América y que cambió el equilibrio mundial. En América el cambio afectó a Francia –se acabó la Nueva Francia a favor de Canadá–, a Inglaterra –de la que se desprendió Estados Unidos–, pero sobre todo terminaría por afectar más a España, pues con la caída de la monarquía española en 1808, se desató un proceso encabezado por quienes, alentados por una visión liberal, vieron en las antiguas colonias los posibles reinos de una gran nación española y que tendrían la misma calidad que aquellos que ya existían en la Península Ibérica. De haber salido bien este proyecto, incubado en las Cortes de Cádiz y de donde salió una constitución de lo más radical, la América Española se hubiera podido transformar en la primera mitad del siglo XIX en una comunidad de monarquías nacionales ligadas a España al estilo de la Commonwealth inglesa. El retorno de Fernando VII impidió este desarrollo.

La otra revolución, la armada, fue la iniciada por Hidalgo en el próspero Bajío, la zona más moderna de la colonia y buscaba mayor autonomía local. En su inicio, los insurgentes no dijeron pretender la independencia sino defender a Fernando VII de los “ateos franceses” y de los posibles aliados españoles de éstos, los “gachupines”. Ahora bien, esa peculiar defensa del rey, al incorporar a los indios y mestizos, se convirtió en una rebelión social. Empujado por este carácter de choque violento entre razas y clases, la rebelión se radicalizó y Morelos, en septiembre de 1813 y en sus “Sentimientos de la nación”, ya asentó como primer objetivo de la insurgencia: “Que la América es libre e independiente de España y de toda otra Nación…”

La división política original entre los criollos y mestizos radicales –los insurgentes–, los moderados y los francamente conservadores, se mantuvo después de 1821. Y sólo después de dos invasiones extranjeras mayores y una prolongada guerra civil, finalmente surgió un proyecto nacional políticamente dominante: el liberal, que en 1867 empezó a echar raíces con la restauración de la República. La maduración de este programa culminó en y con el Porfiriato, cuando el dictador logró someter a su arbitraje a todas las fracciones de la élite. Sin embargo, la falta de institucionalización del proceso político y la desatención al tema social en una época de transformaciones materiales relativamente rápidas, hizo que la conmoción creada por la sucesión presidencial de 1910 echara abajo el régimen y se iniciara una revolución.

La Revolución Mexicana se inició como un conflicto al nivel de la élite pero al igual que el movimiento de un siglo atrás, desde el inicio incorporó a elementos de las clases populares y por ello el proceso pronto adquirió el carácter de una insurrección popular con epicentro en los estados fronterizos del norte y en Morelos. El triunfo del carrancismo significó la violenta destrucción de los proyectos más populares y radicales, los encabezados por los hermanos Flores Magón, Villa y Zapata respectivamente. Pero también la Revolución logró la marginación de la vieja oligarquía y de la iglesia católica y luego aplastó al movimiento cristero. La reconstrucción del autoritarismo bajo la dirección de Obregón y Calles significó su estabilización con la creación de un partido de Estado sostenido por organizaciones de masas rurales y urbanas.

La presidencia fuerte construida por Cárdenas, volvió a meter a conservadores y radicales, a empresarios y a sindicatos, en el nuevo gran proyecto nacional, pero tras el agotamiento del régimen en los 1980 resurgió la vieja pugna presente desde la independencia.

Con gran optimismo se pensó que el advenimiento tardío de la democracia política en el 2000 permitiría, por fin, que México contara con una institucionalización que por la vía de la división de poderes, el federalismo y el juego electoral limpio, mantuviera bajo control –autocontrol– la añeja e inevitable disputa por la nación entre radicales y conservadores, entre izquierda y derecha. De haber sido este el caso, el tercer gran proyecto nacional hubiera significado la convivencia constructiva y democrática de la pluralidad política que ha caracterizado desde hace dos siglos a México.

El Atolladero. La deshonestidad, la incapacidad y lo estrecho de miras de la actual clase dirigente, ha resultado ser el obstáculo inmediato mayor para que el bicentenario del inicio del proceso de independencia fuera, también, el tiempo de la consolidación de un proyecto nacional genuinamente moderno y viable. En cambio, lo que tenemos tras dos centenares de 16 de septiembre es el campear de la incertidumbre, producto de la polarización política y social, de la inseguridad generalizada, del desgobierno en varias entidades del país, de la mala calidad de la economía, de la ausencia de una política exterior y del cinismo ciudadano producto de la persistencia de la corrupción en la esfera púbica.

Debemos pugnar porque este sea el tiempo en que ya se tocó fondo y se empezó a retomar la ruta de la reconstrucción nacional que se inició hace dos siglos. Eso se lo debemos a los muertos de entonces, a los mexicanos que están por venir y, finalmente, a nosotros mismos.

Los aguafiestas - Sergio Conde Varela

A ese grupo se une el que esto escribe. Está constituido por intelectuales, historiadores y algunos periodistas y críticos políticos.



Ese grupo, considera que las publicitadas por televisión, fiestas del Bicentenario de nuestra Independencia se van a reflejar en una orgía de color, música e imágenes centrándose todas en el Distrito Federal.

Desde luego que para ello, se ha asignado la no pequeña suma de dos mil millones de pesos, contantes y sonantes. En esa suma se dejó fuera a los estados como nuestro estado de Chihuahua que tuvo lugares y hechos que formaron parte de la época independentista. También se marginó sin pudor alguno al estado de Jalisco, el cual también en la Independencia, tuvo participaciones importantes y a pesar de que Guanajuato ha estado durante algún tiempo bajo el dominio del partido del Presidente, poco margen se le dio para que los destellos históricos brillaran justamente en lugares precisos en los que se dieron los acontecimientos iniciados por los insurgentes de 1810

Todo se ha concentrado en la ciudad de México, en donde poco se vive la inseguridad que padecemos muchas ciudades de nuestra nación. Cómo se sentirá un juarense que en su ciudad no se puede celebrar el bicentenario grito, por la inseguridad odiosa que se vive, que trastorna la libertad e impide el gozo por celebrar una fiesta patria. Hay una diferencia enorme entre el DF y Ciudad Juárez. Al pueblo de Juárez, le ha costado mucho la presencia de cuerpos federales en la pesadilla que se vive y poca solidaridad de respuesta ha habido en las autoridades señaladas como responsables para responder. Mucho menos para proteger a la ciudadanía en el acontecimiento, como la asignación de miles y miles de elementos de seguridad para proteger la fiesta en el DF.

Es cierto que se va a echar la casa por la ventana, pero los estados y municipios, como el chinito, sólo viendo el espectáculo por las televisoras que estarán funcionando por tres horas y media cada una.

Imaginémonos lo que dichos medios de comunicación le van a costar al pueblo de México y después del espectáculo, la cantidad de anuncios que se van a lanzar como cortina de humo para que nos estemos todos los provincianos sin chistar, sin dar muestras de aprobación o desaprobación.

Puede haber mucha algarabía en todo esto y a muchos les encantan las fiestas como las que narramos, pero a otros nos parece mejor que los festejos se diseminaran por toda la república con un presupuesto tan dadivoso y que los debates fueran encendidos en torno al ataque contra nuestra libertad, que se ha despedazado por la ausencia de la protección a las garantías constitucionales que deben ser resguardadas por el Estado mexicano y que pueblos como el juarense ha sufrido un viacrucis interminable por la apatía y la falta de decisiones afortunadas en los negocios públicos de seguridad tal y como es su deber.

Los aguafiestas, no queremos “coco wash” de las bien pagadas televisoras y que las mismas estén vacías de historia. Y…la historia es una pasión, como diría Urueta, porque es una pasión la vida y la vida de muchos mexicanos está alejada de la fastuosidad de estas fiestas, porque sus vidas están acongojadas, sin solución alguna. De verdad.

Prisión y muerte de los jefes insurgentes - Víctor Orozco

El 21 de marzo de 1811, los insurgentes encabezados por Allende y entre los que venían los principales dirigentes del movimiento, entre ellos Miguel Hidalgo, llegaron a las Norias de Baján, rumbo a Monclova para atravesar Texas hasta Estados Unidos.

Sorprendidas, las sedientas tropas insurgentes que habían encontrado cegadas las norias, fueron cayendo en la emboscada tendida por Ignacio Elizondo, quien fingiéndose partidario de la insurgencia llegó hasta los carruajes de Hidalgo y Allende, para aprehenderlos.

Empezó así el vía crucis de los jefes de la revolución que los llevaría hasta Chihuahua.

Por lo pronto, la tropa de realistas los sometió a vejámenes sin cuento. Un oficial sobreviviente dejó un relato de los hechos, del que incluyo algunos pasajes: “...a muchos los dejaron como los parieron sus madres, sin escapar por pudor ni el bello sexo”.

Distinguiéronse en este procedimiento los indios comanches que venían con la tropa de Elizondo, los que después de hacer el despojo de ropa asesinaban a los prisioneros...serían las seis de la tarde cuando se hizo una gran salva acompañada de desaforada grita....Viva Fernando VII y mueran los insurgentes.

Los generales fueron de allí pasados a una casa que se tenía dispuesta para su prisión y de ella salieron al tercero día para Chihuahua. Los demás prisioneros continuaron su marcha hasta el hospital, donde se reunieron con los otros de la noche anterior.

La habitación era reducidísima; y así que para que cupieran fue necesario que todos se acomodaran parados pecho y espalda, en términos que no podían reclinarse ...El día que amanecimos suplicamos a los soldados que nos diesen agua ...pero aun este socorro se nos negó a pesar de correr el agua a distancia de tiro de pistola...

Algunos de nosotros lograron por fortuna salvar una que otra prenderilla y dinero: diéronselas para que a trueque de aquellas les trajesen pan o tortillas ...pero se lo cogieron despiadadamente...

Por último, el segundo día se dispuso que nos hicieran un rancho; se trajeron reses, su carne se puso a cocer en peroles: no había sal con que condimentarla y suplieron por ella con tequesquite, mezclárosle maíz y he aquí un pozole que ni para cerdos: el efecto que produjo fue el de una purga; llámonos pronto la gana de evacuar el vientre en gran cantidad, ¿pero donde hacer esta apestosa operación? Allí mismo, y henos aquí habitantes en un lago de excremento humano; por tanto llegamos a familiarizarnos con él: ¿de que no es capaz el hombre puesto en el conflicto de ejecutar alguna cosa? Nuestros verdugos no nos permitieron que siquiera entrara el aire...”.

Después de esto, Elizondo mandó fusilar a numerosos oficiales y a los soldados de tropa los repartió como gañanes o naboríos, esto es como esclavos, entre los hacendados de la comarca.

La guerra civil que vivía la Nueva España al igual que muchas otras de su género, se manifestaba con crueldades infinitas, por ambos bandos.

Desde Baján, los prisioneros emprendieron el camino hacia la sede de la Comandancia General.

En el camino, a excepción del cura Hidalgo, separaron a todos los clérigos, quienes fueron conducidos a Durango, por encontrarse allí la sede del obispado.

Mucho se ha debatido sobre las razones por las cuales fueron enviados a la villa de Chihuahua. Existen varias posibles: la primera es que el sitio donde se verificó la aprehensión se consideró ubicado dentro de la jurisdicción de las Provincias Internas de Occidente, la segunda es que Chihuahua representaba una plaza segura para el gobierno virreinal y la tercera, de orden personal, que no debe descartarse, es el parentesco entre Manuel de Salcedo, gobernador de Texas y Nemesio Salcedo, el comandante general de las Provincias Internas, a quien su sobrino deseó quizá reservarle el honor de juzgar y fusilar a tan peligrosos enemigos de Su Majestad.

Tal mérito fue sin embargo fue disputado por Félix Calleja quien aún cuando llegó tarde, se apresuró a ordenar al mariscal Bernardo Bonavia segundo en jefe del Comandante, que remitiera a Miguel Hidalgo a la ciudad de Zacatecas, en donde él mismo se encontraba, pensando que los prisioneros habían sido conducidos a Durango, “...aún sin esperar las órdenes del Comandante general.

Decretos de guerra y amnistía

El 23 de abril de 1811, llegaron a la villa de Chihuahua, donde los esperaba otro duro decreto del comandante Salcedo, promulgado en prevención dos días antes y dirigido “A todos los vecinos estantes y habitantes en esta Villa de San Felipe de Chihuahua, de cualquier estado, calidad y condición que sean”.

Después de congratularse por la captura de los jefes insurgentes en territorio de las Provincias Internas, atribuyó a la providencia divina el que Hidalgo “...ni aún llegase a sospechar un secreto que tantos sabían”, esto es, la trampa y la traición de Elizondo, aludiendo a un hecho que efectivamente ha sido señalado por varios historiadores decimonónicos, pues al parecer la esposa de Mariano Abasolo, doña Manuela Rojas Taboada sabía del complot y puso al tanto a los generales insurgentes, que desdeñaron la información por las simpatías hacia los realistas que se le atribuían a la señora. La infeliz mujer en realidad sólo trataba de salvar a su marido, para lo cual había hablado con medio mundo tratando de conseguirle un indulto y persuadirlo de que emigraran a Estados Unidos .

Finalmente consiguió salvarlo y en medio de penurias sin fin lo acompañó en la prisión en España, donde a poco aquel falleció.

Agregaba Salcedo: “De un momento a otro vais a ver en medio de vosotros como reo, al mismo que acaso temisteis como Tirano feroz, rodeado de ladrones y forajidos destrozando nuestros bienes, saqueando y profanando nuestros templos, atropellando la honestidad de nuestras esposas y de nuestras hijas, armando al padre contra el hijo, al hijo contra el padre, al marido contra la mujer, a la mujer contra el marido, al vasallo contra el vasallo, rompiendo los vínculos sagrados que nos unen a Dios, al Rey y a la Patria, trastornando, en fin, y confundiendo todo el orden social, todo lo divino y lo humano”

Cuando pasó la collera de prisioneros, los vecinos pudieron contemplar al monstruo pintado por las autoridades virreinales. A todos se les confinó en las celdas preparadas y se inició la instauración del proceso penal.


En 45 palabras conmemoró Calderón el festejo patrio

“Frente a cincuenta mil personas congregadas en el Zócalo gritó el tradicional ¡Viva México! con el que en esta ocasión fue celebrado en modo simultáneo el Bicentenario de la Independencia y los 100 años de Revolución.

La Jornada en línea
Publicado: 15/09/2010 23:29

México, DF. Con 45 palabras pronunciadas en menos de 60 segundos, el presidente Felipe Calderón Hinojosa celebro desde el balcón central de Palacio Nacional el bicentenario de la Independencia como el primer siglo de la Revolución.

¡Mexicanos, vivan los héroes que nos dieron patria!

¡Viva Hidalgo!

¡Viva Morelos!

!Viva Josefa Ortiz de Domínguez!

!Viva Allende!

!Vivan Aldama y Matamoros!

!Viva la Independencia Nacional!

!Viva el Bicentenario de la Independencia!

!Viva el centenario de la Revolución!

!Viva México¡ !Viva México! ¡Viva México!

Cada arenga fue seguida con el correspondiente “!viva¡” de los alrededor de cincuenta mil personas que se congregaron en el Zócalo.

Al término, el mandatario jaló durante segundos el cordón que hizo tañer a la Campana de Dolores, para enseguida dar paso por más de 15 minutos de un espectáculo de luz y sonido e infinidad de luces.

Gobierno Municipal de Querétaro panista honra memoria de Porfirio Díaz y Victoriano Huerta

Cortesía de : http://exijamosloimposible.blogspot.com/
Víctor López Jaramillo

Como parte de los festejos del Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución, el gobierno panista de la alcaldía capitalina ha adornado la ciudad con pendones con imágenes alusivas a héroes de dichos momentos históricos, entre quienes incluyeron a Porfirio Díaz, dictador contra quien Francisco I. Madero se levantó en armas en 1910, y Victoriano Huerta, quien tras un golpe de Estado asesinó al propio Madero, que había sido electo presidente de manera democrática tras el exilio de Díaz.

Es decir, para el gobierno capitalino encabezado por Francisco Domínguez Servién, tanto Porfirio Díaz y Victoriano Huerta son personajes dignos de ser recordados y honrados colocando su imagen en pendones por las principales avenidas de la ciudad junto a las de Pascual Orozco, José María Pino Suárez, Ricardo Flores Magón entre otros.

Los carteles alusivos a la Independencia y la Revolución, que contienen la imagen en tonos grises, adornados en la parte inferior por un diseño que intenta representar una banda tricolor, tienen el escudo del Gobierno del Municipio de Querétaro, el logotipo de la Q que distingue a la administración de Domínguez Servién, la marca de la empresa Megacable y el distintivo del Festival Bicentenario.

Dichas imágenes colgadas en postes en las principales avenidas fueron colocadas sin orden cronológico alguno ni más explicación que una pequeña biografía de un párrafo y apenas diferenciando en una acera a los personajes de la Independencia y en otra a los de la Revolución.

En lo que respecta a los personajes revolucionarios, la imagen del dictador Porfirio Díaz se puede apreciar, por lo menos hasta este lunes 13 de septiembre, en Avenida Universidad en sus intersecciones con Calle Invierno y Avenida 5 de Febrero.

En tanto, el pendón con la imagen de Victoriano Huerta, a quien todas las facciones revolucionarias desconocieron como presidente y lo llamaron usurpador, se puede apreciar en la misma Avenida Universidad, dos veces consecutivas.

Llama la atención la redacción de la mini biografía de Huerta, que dice que en 1913 “destruyó a Madero”.

Cabe destacar que entre los personajes destacados de la Independencia, el gobierno capitalino incluyó a edificios y acontecimientos como la Parroquia de Dolores y la “Ejecución de los Caudillos”, es decir, cuando Hidalgo y Allende fueron fusilados en 1811.

Entre los personajes de la Independencia también se incluyó a Agustín de Iturbide y Miguel Domínguez.

Apuesta gobierno ahora a 'teledictadura': AMLO en Plaza de Tlaltelolco


Pidió tener fe en que se salvará el país: “es cosa de que logremos que nadie sea indiferente” al porvenir.

Notimex
Publicado: 15/09/2010 20:58

México, DF. Ante un numeroso grupo de sus seguidores, el tabasqueño Andrés Manuel López Obrador conmemoró el Bicentenario de la Independencia de México y dio el Grito en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, donde hizo un llamado a seguir luchando por una auténtica democracia.

En un breve mensaje, después de una verbena, acusó que el actual gobierno confía en su dominio en la mayoría de los medios de comunicación, principalmente de las televisoras, para seguir manipulando al pueblo. “Incluso, ahora su apuesta es a imponer con la teledictadura al próximo presidente de México”, según el político tabasqueño.

De igual modo, pidió a la ciudadanía tener fe en que México se salvará: “es cosa de que logremos que nadie sea indiferente al porvenir de la patria, tenemos de nuestro lado la razón histórica, la patria no la construyeron los héroes para se mancillada por ambiciosos, la patria es tierra para el bien de todos, es el espacio que nos legaron para vivir con dignidad y justicia, para soñar y ser felices, sigamos luchando hasta el día en que caiga para siempre la oligarquía y surja la auténtica democracia” dijo.

En palabras de Miguel Hidalgo recordó que el poder de los opresores es demasiado débil cuando gobiernan contra la voluntad de los pueblos.

Finalmente lanzó arengas de celebración con los nombres de los héroes patrios.

Cumple Calderón con el ritual del Grito; lanza vivas al Bicentenario


Daniel Lizárraga



MÉXICO, D.F., 15 de septiembre (apro).- Con siete arengas y seis menciones a los héroes nacionales, el presidente Felipe Calderón dio esta noche el grito de Independencia en Palacio Nacional envuelto en una fiesta, como nunca antes se desarrolló en México y, sobre todo, tras recibir el espaldarazo político del expresidente Carlos Salinas en su guerra contra la delincuencia organizada.

A las 23:00 horas Calderón apareció en el balcón central de Palacio Nacional para hacer sonar tres veces la campana y lanzar vivas a los héroes que nos dieron patria; citó a Miguel Hidalgo, José María Morelos, a Josefa Ortiz de Domínguez a Ignacio Allende y a Mariano Matamoros.

De manera especial Calderón elevó el tono de voz cuando arengo a la gente reunida en el Zócalo a gritar “¡Viva la Independencia, viva el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución!”
Sonriente, Calderón ondeó nueve veces la bandera mientras que abajo del balcón principal panistas traídos desde diversos puntos de la Ciudad de México, encabezados por la diputada local Mariana Gómez del Campo, incitaban al a gente a gritar “¡México, México, México!”

En el marco de las fiestas patrias por el Bicentenario de la Independencia y el Centenario del a Revolución, llegó a Palacio Nacional el expresidente Carlos Salinas de Gortari, quien en una entrevista en canal 11 dijo que vino a la Ciudad de México para responder al llamado de unidad hecho por Felipe Calderón para enfrentar a la inseguridad pública.

Vestido de traje negro, camisa blanca y corbata verde, Salinas dijo que este es el momento en que deben de prevalecer los intereses del país por encima de las motivaciones personales; y recordó que al iniciar la Segunda Guerra Mundial el expresidente Manuel Ávila Camacho también reunió a otros expmandatarios como Emilio Portes Gil y Lázaro Cárdenas, ante el riesgo de un ataque bélico.

“Como dijo el expresidente Manuel Ávila Camacho, estamos los de ayer y los de hoy, y todos unidos no habrá enemigo que no podamos vencer”, afirmó.
Otro de los invitados especiales fue el expresidente Vicente Fox, quien llegó acompañado de su esposa Marta Sahagún.

En entrevista con canal 11, el guanajuatense dijo sentirse muy motivado de regresar a Palacio Nacional; y afirmó que desde su centro de estudios impulsa que los niños pobres sueñen con llegar a ser presidentes de México.

Tanto Salinas como Fox no aparecieron en los balcones de Palacio Nacional a lo largo del desfile de carros alegóricos; tampoco en los momentos en que Calderón dio el Grito de Independencia.

Para festejar el Bicentenario de la Independencia el gobierno de Calderón colocó “la alfombra roja de Palacio Nacional”, sobre la cual desfilaron no sólo los expresidentes, sino también los políticos, deportistas, artistas y empresarios. “Yo amo al presidente porque ha agarrado a los narcos”, dijo la actriz Evangelina Elizondo.

Las entrevistas con estos invitados especiales se fueron mezclando con charlas con los seleccionados nacionales, Carlos Salcido, Javier l Chicharito Hernández, Gerardo Torrado…

“Yo me di cuenta que era mexicano cuando iba a la escuela y veía las ceremonias los lunes”, comentó Rafael Márquez, cuando le preguntaron en qué momento de su vida se dio cuenta que era mexicano.
Los invitados especiales de la familia Calderón Zavala fueron recibidos con arreglos florales en las fuentes de Palacio Nacional y una larga alfombra roja que condujo hacia los patios en las que se instalaron pequeñas salas al estilo virreinal.

Felipe Calderón dio el grito de Independencia sonriente, relajado y repartiendo abrazos, incluso con el expresidnete Vicente Fox. En los tres años anteriores, Calderón ha tenido algunos sinsabores en las fiestas patrias: El 15 de septiembre del 2008 dio el grito con un hombro dislocado, sin movimiento por el aparato ortopédico colocado en su lado izquierdo. Esta noche, en Morelia, su tierra natal, el narcotráfico arrojó granadas contra la gente que participo en la verbena popular. Murieron ocho personas y más de 120 resultaron heridas.

Ahora, en el año 2010, Calderón abrazo a sus hijos y sonreía constantemente mientras surgían los fuegos artificiales detrás de la catedral metropolitana.

La gran obra de su gobierno fue debelada esta noche, cuando en una de las esquinas de la Plaza de la Constitución se levantó una estatua que representa a todos los mexicanos, que pesa más de 70 toneladas y mide 20 metros de altura, conocida como “el Coloso del Bicentenario”.

Al terminar el grito Calderón ofreció una cena en el patio Central de Palacio Nacional en donde hubo bailes típicos.

Andrés Manuel López Obrador AMLO Grito Tlatelolco