martes, 14 de diciembre de 2010

Las políticas del miedo Ernesto Pablo Juárez Catedrático y Analista de Medios


Hemos visto, con asombro primero y luego con espanto, el número de criminales menores de edad que aumenta día a día; y cómo son más jóvenes cada vez.

Este es el signo más ominoso de nuestro fracaso como sociedad y un dedo flamígero que apunta hacia los gobiernos que se olvidaron de nuestros muchachos hace mucho tiempo.

Somos presa del miedo que desata la ola delictiva en el que se muestran estos casi niños más sanguinarios y crueles que muchos otros con un largo camino en el crimen. Estas páginas han dado cuenta de cómo se acortan los tiempos en la carrera delictiva de algunos de ellos; entre cometer un delito menor hasta llegar al asesinato en apenas tres días, entre uno y otro evento.

¿Qué es lo que ha disparado este fenómeno al que ahora se trata de acotar con que prolongan la cárcel para los menores infractores? Sin duda la falta de esperanza en un futuro, porque el presente cae como pesada loza sobre cada uno de ellos para recordarles de las pocas salidas que tienen. La mayoría han sufrido algún tipo de abuso: desde el abandono hasta la crueldad –a muy temprana edad– por los adultos que se suponen deben ser sus protectores. En sus barrios son testigos desde muy pequeños de la violencia que los más grandes ejercen desde las pandillas.

La respuesta que les damos es una seria advertencia: habremos encarcelarlos más tiempo. Como si eso les importara. No, la medida no soluciona nada, sólo sirve para darnos un bálsamo de supuesta tranquilidad mientras los “estacionamos” unos años para que luego, una vez libres, agredan de nuevo.

Para nadie es un secreto que nuestro sistema punitivo no los readapta, porque no cuenta con la infraestructura y los recursos necesarios para hacerlo. Pero nadie quiere saber cómo operan los reclusorios, porque ahí hemos arrojado “a la escoria de la sociedad”, para no volver a saber de ellos. Esos que pensamos que nada tienen que ver con nosotros ¡qué iluso pensar que solucionamos algo cuando así actuamos Más pronto que temprano, esta amenaza sobre nuestra seguridad y nuestras vidas, estará en la calle otra vez, con un conocimiento criminal más desarrollado y cómplices que los harán más peligrosos.

Algunos, que han caído en esos lugares por delitos menores, pronto son aleccionados por los de mayor experiencia en toda suerte de mañas para delinquir con mayor provecho. Otros son asesinos en potencia que se insensibilizan a partir de la propia rabia y la frustración de una vida sin salida aparente. Pronto aprenderán a suprimir a un semejante sin el menor remordimiento. Tal vez se pregunten en su interior ¿Por qué habría de importarme éste que “me eché” si a nadie le importé yo nunca, incluso cuando me golpeaban salvajemente siendo apenas muy pequeño para defenderme? O cuando me veían tarde en la calle, con el estómago vacío sin tener donde dormir. ¿A quién le importó la muerte de mi madre cuando no tenía ni un cinco para curarse, dejándonos solos a mis hermanos y a mí? Las historias son conocidas, los especialistas en trabajo social las conocen bien. Quien quiera enterarse sólo tiene que acercarse a cualquier investigador.

Aquí en Juárez, sobre la génesis de la violencia el doctor en psicología Javier Cabada ha investigado por años y ha publicado con otros colaboradores diversos artículos sobre la materia. El cómo construyen los jóvenes su entorno, el doctor en sociología Salvador de León hace investigación desde hace algún tiempo. Un sinnúmero de académicos conocen los pormenores del fenómeno delincuencial y casi todos podrían estar de acuerdo en el mismo diagnóstico: la falta de políticas públicas que atajen el problema.

¿Dónde están los programas deportivos para las zonas marginadas de la ciudad, si ni siquiera hay espacios para el deporte en esos lugares? ¿Quién se hace cargo de los menores, que no están en edad de guardería, cuando se quedan solos porque los progenitores tienen que irse a trabajar? ¿Dónde están las bibliotecas con programas educativos para los muchachos de cualquier edad, a partir de lo que les gusta: los documentales, los videojuegos, la Internet? ¿Dónde el programa de comedores públicos subsidiados por el estado? ¿Por qué las escuelas permanecen cerradas los fines de semana, en que se pueden aprovechar las instalaciones para programas de desarrollo comunitario? Es más fácil cuidar una instalación en funcionamiento que una sin gente, sobre todo si se le entrega a los vecinos para que se hagan cargo.

Quizá algunos, de manera entusiasta, apoyaron la propuesta de la pena de muerte porque al final de cuentas es más cómodo deshacerse del otro como basura. En vez de exigir políticas que resuelvan de fondo el problema, como es el eliminar las causas de la frustración, el rencor y el odio, que hace que cualquier ser humano normal se convierta en un peligro para sus semejantes.

Cabe aquí reflexionar sobre la propuesta del obispo Onésimo Cepeda, cuando habla de que a estos muchachos delincuentes se les trate como enfermos, porque al final de cuentas eso es lo que son: enfermos sociales. Pero este enfoque supondría los recursos y la infraestructura clínica necesaria para una atención adecuada a cada caso. Es más fácil promulgar leyes que alarguen las penas; con mucho sentido político pero sin ningún sentido social.

Mientras tanto, esta semana y la próxima… y la próxima… salen libres algunos que hace años fueron puestos tras las rejas ¿Qué aprendieron de su estancia en el reclusorio? ¿Quién o quiénes serán sus próximas víctimas?

Ha llegado la hora de sustituir las políticas del miedo, por las del desarrollo armónico en sociedad.

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