miércoles, 1 de diciembre de 2010

La tragedia griega de Amalia y su hija. Salvador García Soto

Serpientes y Escaleras |

Siempre actuaron juntas; no había decisión de una sin que la supiera la otra. El ascenso de la primera llevó al crecimiento de la segunda. Compartieron, además de los lazos de sangre, el poder. Hoy, que los excesos y problemas afloran en ese ejercicio del poder, también las dos están metidas juntas en una grave investigación.

Amalia García Medina y Claudia Corichi García, madre e hija, enfrentan, a dos meses de dejar el gobierno de Zacatecas, fuertes acusaciones y señalamientos por irregularidades y desvíos millonarios de recursos documentados en auditorías a su gestión. Y aun en la tormenta política y legal, como si se tratara de una tragedia griega —donde Hécuba intenta evitar el sacrificio de su hija a manos de Agamenón—, la ex gobernadora ha dado la cara por su hija y acusa complot y persecución política contra ambas.

Más que pruebas en su descargo, Amalia García ha recurrido a su defensa mediática y política con un expediente francamente endeble: “Quieren frenar mi aspiración al DF”, dijo a EL UNIVERSAL. ¿Cómo piensa la ex gobernadora de Zacatecas, que oficialmente tuvo su residencia en el estado que gobernaba hasta el pasado 1 de septiembre, aspirar a ser candidata a jefa de Gobierno del Distrito Federal si no cumple el requisito legal de mínimo de cinco años de residencia probada en la ciudad de México?

Amalia tendrá que recurrir a algo más que sus habilidades como política para enfrentar las acusaciones en su estado. Del total de auditorías practicadas a diferentes dependencias en su sexenio, al menos tres la señalan directamente como responsable y, si no prueba lo contrario, sería acusada penalmente por esos desvíos.

Pero, ¿cuál fue el pecado de una mujer política reconocida por su trayectoria como luchadora de izquierda? Fueron dos: el amor y la soberbia. La sobreprotección a su hija, a la que hizo senadora sin mayor experiencia política, y el consentir siempre sus muchos excesos, desplantes e injerencias en su administración le provocaron buena parte de los problemas que enfrenta.

Y la soberbia porque, aun en la derrota, después de que se equivocó al escoger un mal candidato del PRD y de que desoyó a figuras como Marcelo Ebrard o Andrés Manuel López Obrador, que le aconsejaban reconsiderar y apoyar una alianza PRD-PT-Convergencia ante el riesgo de perder, Amalia nunca tuvo humildad para aceptar que había perdido y que detrás de su derrota no había sólo un joven político como el actual gobernador Miguel Alonso Reyes, sino su archienemigo, con quien se confrontó y a quien golpeó con el brazo del poder, el ex gobernador Ricardo Monreal Ávila.

Porque ese pleito subyace en el fondo de las investigaciones contra Amalia García —que por lo demás fueron investigadas y documentadas minuciosamente por los órganos fiscalizadores—, el pleito entre ella y Monreal Ávila, quien valiéndose de su cercanía con el actual mandatario Alonso Reyes le va a cobrar viejas y abundantes facturas políticas a la ex gobernadora.

Amalia rompió reglas y códigos políticos no escritos cuando, en la etapa de transición, cuando ya había perdido los comicios y debía preparar una entrega al gobernador electo del PRI, se dedicó a maltratar y a sobajar a su sucesor, al que hacía esperar en audiencias, no saludaba en público o lo regañaba cuando dialogaban. Ni siquiera Ulises Ruiz o Mario Marín, dos viejos lobos que literalmente podrían ser cazados por sus sucesores, fueron tan rudos ni tan torpes con los gobernadores de oposición que tomarían su lugar.

Hoy la ex gobernadora y su hija la senadora enfrentan juntas, como en aquella tragedia de Eurípides, a los vencedores. Hécuba y su hija Casandra acabaron castigadas y maldecidas por los dioses. ¿Cómo acabarán Amalia y Claudia?

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