domingo, 5 de diciembre de 2010

La década panista Víctor Orozco


Junto con el cuarto aniversario del gobierno de Felipe Calderón, se cumplió una década de gobiernos panistas en el Poder Ejecutivo federal. Es un tiempo más que suficiente para saber si la conclusión del régimen anterior representó algún cambio de relevancia.

Sobre todo durante los últimos sexenios de su reinado, al del PRI se le hicieron recurrentemente al menos los siguientes cargos (todos fundados): instrumentó un modelo económico que favoreció a unos cuantos y perjudicó a la mayoría, propició la edificación de un régimen altamente corrupto, instituyó una especie de presidente-monarca avasallador de los otros poderes constitucionales, fue antidemocrático, generador de gigantescas fortunas personales derivadas del ejercicio del poder o bajo la complicidad de quienes lo detentaban, manipulador de las organizaciones obreras, demagógico, represivo, alimentador de cortesanías y clientelismo, proclive a la inclinación ante el imperio norteamericano. ¿En dónde se cambio? Veamos:

– En el ámbito de la política económica no se advierte ninguna mutación. Ambos gobiernos blanquiazules, se limitaron a pisar en las huellas de sus antecesores priístas. Concesiones jurídicas y metalegales a los grandes capitales, nacionales o extranjeros, contención a los salarios, uso de los ingresos petroleros para financiar el gasto corriente, promoción de islas de altos consumidores y contracción del mercado interno, aliento a la formación de colosales fortunas privadas. Según el último informe de la Comisión Económica para América Latina, México es un acaparador de pobres, por encima de cualquier otro en la región. Todo ello existía ya en los tiempos de Salinas y Zedillo.

– En el de la política sindical, tampoco se advierte transformación alguna. Hace poco Miguel Ángel Granados Chapa informaba de la riqueza propia de un potentado que ostenta el líder del otrora poderoso sindicato de ferrocarrileros hoy extinto debido al desmantelamiento del sistema ferroviario. La casta que lo dirigía, sin embargo, sobrevivió al desastre y a la afamada transición. Ni qué decir de las corruptas raleas que usufructúan a la CTM, a las organizaciones de los petroleros, de electricistas, a las de los maestros, convertida esta última en uno de los más fuertes aliados de los gobiernos panistas.

– Hay modificaciones en la relación que guarda el presidente de la República con los poderes legislativo y judicial, así como con los gobernadores y cabildos municipales. Las antiguas subordinaciones comenzaron a desaparecer desde 1997, cuando el PRI perdió la hegemonía en el Congreso federal a raíz de la reforma electoral del año anterior. La mutación, con ser positiva en sí, ha derivado en un viciado sistema de alianzas y complicidades entre las camarillas de los partidos, que viven y se reproducen como plagas, dando lugar a una clase política parásita y opulenta, hasta donde se tiene conocimiento, la mejor pagada y más numerosa del mundo.

– La escuela democrática de la que tanto presumía el PAN y que arrancaba de las primeras enseñanzas debidas a Manuel Gómez Morín, terminó por naufragar en el cinismo de Vicente Fox, quien apenas hace una semana se ufanó muy orondo que en las elecciones de 2006, “había cargado los dados hasta donde pudo” para evitar que asumiera la presidencia López Obrador. ¡Ah, si el fundador del PAN pudiera contemplar el engendro en el que derivaron sus afanes contra las elecciones manipuladas y fraudulentas

– El tráfico de influencias, el contratismo, las compras arregladas, que sirvieron para producir “comaladas de millonarios” en el régimen del PRI, como decía don Daniel Cossío Villegas, siguieron tan frondosos como antes. Uno de los héroes panistas, Juan Camilo Mouriño, podía desempeñarse a la vez como príncipe y como gerente, regresando hasta los tiempos del porfirismo. Lo mismo que los hermanos Sahagún.

La verdad es que si se siguen contando paso por paso cada uno de los rubros o grandes temas sociales o políticos en el México contemporáneo, no se encuentran cambios, ni mayores ni menores, entre el régimen panista y el priísta. No es lo que esperaba, ni aquello que le ha convenido al país, el cual se habría visto beneficiado si las prédicas de honestidad y respeto a la voluntad popular difundidas por los voceros panistas durante décadas, se hubieran sostenido en los hechos, a la hora de convertirlas en políticas públicas. Desde el poder, el PAN podía haber hecho contribuciones sustanciales a mejorar y sanear nuestra vida política. Lejos de ello, su práctica como partido gobernante la enturbió y ensució en mayor grado que antes del año dos mil. El daño causado es enorme y del mismo se han resentido todos los ciudadanos, pero de manera directa e inmediata aquellos que confiaban y creían en las palabras y propuestas del PAN. Con vistas a los resultados diez años después ¿Tiene algún sentido para estos desencantados preferir la boleta blanquiazul a la tricolor? ¿Acaso podrá ser diferente un gobierno de Peña Nieto o Beltrones a uno de Creel o Cordero, para mencionar a los mencionables?

La década panista ha matado en los adherentes al PAN hasta las utopías, que como todas, eran generosas e inalcanzables y por ello, siempre estaban dispuestas como faros para guiar a quienes las seguían. ¿Qué podrá ofrecer este partido en lo sucesivo? ¿Democracia? Tal vez, después de la impostura foxista, en el limitado espacio de elecciones secundarias y reducidas a contar mejor los votos recibidos por candidatos intercambiables y por tanto con diferencias irrelevantes. ¿Paz social? Ello suena a burla en medio de la hecatombe actual. ¿Honestidad, combate a la corrupción? ¿Con su joven dirigente entrampado en la explicación sobre el origen de su riqueza? ¿Con sus despachos de abogados litigantes que tienen en una mano al cliente y en la otra a la autoridad encargada de resolver?

Con lo que llevamos visto de esta década, es una estafa la prevención que hace Felipe Calderón sobre el peligro que regrese lo antiguo y que tan acres respuestas le mereció por parte del PRI. La realidad es que lo más negativo del pasado nunca se fue, lejos de ello, lacras y vicios encontraron nuevos portadores en los jóvenes “yuppies” del PAN, o en muchos de sus miembros que pronto le tomaron sabor a las mieles del poder y se aposentaron allí donde manaban.

El rescate, como ha sucedido en otros momentos de frustración nacional, vendrá de diversas fuentes. Ante el vaciamiento de ideales y grandes proyectos que padecen los partidos hoy en día, no debería extrañarnos la emergencia de una poderosa coalición en la cual confluyan panistas, priístas, izquierdistas de varias matrices y ciudadanos independientes, que recuperen viejas aspiraciones y conduzcan al país entre otros cauces, por el de la democracia y la honestidad, divisas que fueron tan caras a varias generaciones de los primeros.

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