domingo, 28 de noviembre de 2010

Lo conocí en Tijuana; él tenía 56 años y yo 19, relata la esposa mexicana de Maciel

¿Quieres ser padre? ¿De cuántos niños?, cuestionó a su hijo que quería ser sacerdote



Carmen Aristegui



Periódico La Jornada

Domingo 28 de noviembre de 2010, p. 12

Ustedes son la familia que construyó Marcial Maciel en México. Hoy han decidido compartir su historia con la sociedad mexicana; tienen sus razones para hacerlo. Una fundamental es que se conozca la verdad. Blanca, ¿cómo conociste a Marcial Maciel? Lo conocí en Tijuana. Es una historia muy larga; siempre te bajan la luna, el sol, las estrellas. Todo. Él tenía 56 años y yo diecinueve. Me dijo que era viudo y que andaba buscando una muchacha para casarse, que quería formar su familia. Lo conocí, no sé si desgraciadamente o afortunadamente. Ya no sé ni cómo decirlo. Pero así surgió todo.



Tú eras una joven de 19 años que acababa de separarse de su pareja; tenías un bebé muy chiquito, Omar, que después él adopta y lo reconoce como parte de esta familia. Así es. No hubo boda, él nunca se quiso casar. Yo era muy inocente, era una niña de 19 años y realmente no tenía la suficiente madurez. Sí adoptó a mi hijo Omar, que es de mi primer matrimonio que había tenido en Sinaloa. Y seguimos adelante y todo. Nunca nos casamos pero vivimos casi 30 años unidos. Por los viajes que él hacía, a veces estábamos juntos; a veces, por su trabajo, estaba fuera del país.



Según él, ¿en qué trabajaba? Siempre mantuvo lo de la Shell Internacional. ¡Puras mentiras! Luego decía que era detective privado, que era de la CIA. Total que puras mentiras; así me llevó todo el tiempo y yo ¡le creí toda la vida! Realmente yo no sabía con quién vivía. Pero pues la verdad llegó.



¿Cómo explicaba el hecho de que él se presentaba como Rivas y tus hijos son González? Decía que se llamaba José Rivas. Cuando llegó el momento en que se tenían que registrar, cuando nació Raúl, me dijo: “Voy a buscar un acta de nacimiento que tengo por ahí; voy a buscar bien los apellidos de mi papá”. Entonces ya no hubo de otra y me dijo que sus apellidos eran González y Rodríguez. Y el Rivas quedó atrás.



¿Fueron 30 años? Veinticinco. Él venía y se estaba un mes, dos meses; a veces nos íbamos de vacaciones. Iba y venía constantemente, y todos los días, tres, cuatro veces al día, me hablaba por teléfono. Nos escribíamos muchas cartas; me mandaba muchas tarjetas postales. Siempre hubo mucha comunicación.



¿Y cuándo te diste cuenta? En 1997, cuando salió la revista Contenido.



¿Tú viste Contenido, con la portada de Maciel? Sí, fue donde yo me di cuenta y hubo mucha confusión en mí porque realmente yo no sabía ni con quién vivía, y de hecho él estaba en Nueva York cuando salió esta revista. Yo iba a caminar, a hacer mis ejercicios y vi la revista en el puesto del periódico. Me quedé sorprendida. En la noche él me llamó por teléfono y le dije: “¿Qué pasa? Aquí hay una revista así y así, es Contenido, y sales tú. Y dicen estas cosas. Te acusan de abusos sexuales, de muchísimas barbaridades”. “No, no, pero cómo puede ser.” Él lo negó. Y dijo: “Ahorita voy para allá, tomo el primer vuelo que encuentre y voy para México”. Fue cuando yo me enteré de la verdadera historia, de su otra cara.



Raúl, tu madre vio la revista y dice: “Ese es mi marido”. ¿Qué hace ahí? Lo enfrenta. ¿Qué pasó contigo? En esa ocasión nos percatamos de la revista, habla mi papá y mi mamá le expresa: “Saliste en una revista, regresa de Nueva York”, y él me dice: “Raúl, te voy a mandar dinero en un sobre con el señor Antonio para que vayas a todos los puestos de revistas de Cuernavaca y las compres”. Y así fue; llegó el señor Antonio con un sobre de dinero, rento un taxi, compro todas las revistas. Las que pude, porque las personas me decían: “Oye, ¿por qué quieres tantas?” Envía al señor Antonio con maletas, se le llenó con las revistas y se las lleva.



¿Hubo algún tipo de confrontación, de reclamo, de pregunta de ti a tu padre? Jamás.



¿Por qué? Mira, era una persona… en primer lugar, mayor; era nuestro padre, nuestra figura paterna. Le teníamos un gran afecto; reconocemos: “Es nuestro papá”; como adolescente, como niño, lo ves en lo alto, como cualquier niño, y nunca cuestionamos nada. Ahora caemos en la cuenta de por qué le decían “padre”. Cuando estábamos en lugares públicos teníamos la indicación de retirarnos cuando llegaran personas a saludarlo.



Escuchábamos que le decían: “Hola, padre”. Pero mi mamá nos decía: “Ha de ser padre de muchos hijos”. Era un cuestionamiento que nos hacíamos, y en ese momento nos dimos cuenta.



Omar, ¿cómo viviste ese momento? En ese momento lo veíamos como una figura paterna, como nuestro ídolo, como nuestro patriarca en la familia. Nosotros nunca nos íbamos a imaginar que él fuese así. Lo quisimos mucho; él sabía cómo manejar los asuntos. Tenía una gran facilidad para expresarse, para inducir a las personas, para lavar el coco. Él siempre era muy afectuoso con todo el mundo. Me acuerdo que cuando llegaba a la casa, los vecinos le decían: “Oiga, usted debe ser un santo”.



Y siempre nos decía a nosotros que hiciéramos el bien. “No mientas, ten una novia hasta los 25 años, no fumes, no tomes.” A mí me mandó a Denver en 1997; en ese momento fue cuando surgió lo de la revista Contenido. Yo le digo: “Oye, papá, a mí me interesaría ser sacerdote, ser padre”. Y me dice: “¿De cuántos hijos?” Y entonces le dice mi mamá: “¿Pero de cuántos hijos tú eres padre?” Él se empezó a reír; una risita burloncita.



¿Cómo recuerdas esta escena, Blanca? Estábamos en la hora de la comida. Le dice a Omar: “Conque quieres ser sacerdote”, y se ríe. Pero de pura burla. “¿De cuántos hijos quieres ser padre, Omar?” “¿Pues de cuántos hijos eres padre tú?”, le contesté yo a él. No le gustó que yo saliera a defender a Omar. Y dijo: “Bueno, ya, vamos a seguir comiendo; no hay que amargarnos el momento”.



Christian, eres el hijo menor. ¿Qué pasa por tu cabeza cuando oyes todo esto de tu padre? Es muy confuso; la verdad realmente no sabía quién era. Toda la vida viví con mentiras hasta que me di cuenta de quién era mi padre en realidad.



Dejaste de verlo en una edad temprana. Sí, como a los seis años.



¿Cuando ustedes se separaron finalmente? Más o menos. Él tendría unos ocho años cuando nos separamos.



Y a partir de entonces ya no lo volviste a ver.



–Ya no lo volví a ver.



–Raúl y Omar, ustedes afirman que su padre abusó de ustedes. Me han dicho que se lo han contado a los legionarios. Esta historia ya la saben el obispo Ricardo Watty Urquidi, el padre [Rodolfo] Mayagoitia, director territorial, y Carlos Skertchly, el supuesto procurador de los Legionarios de Cristo ante la Santa Sede.



¿Por qué “supuesto”? Ricardo Watty Urquidi me comenta que Álvaro Corcuera no me puede recibir en enero pero que envía al subprocurador de los Legionarios de Cristo ante la Santa Sede. Y cuál fue la sorpresa, que no era ningún procurador, sino un padre que tuvo un cargo en una escuela de Brasil; y, bueno, no sabemos si engañaron al obispo Watty.



¿Todos ellos han escuchado tus narraciones y las de Omar? No, nada más las mías, pero yo les he hecho mención de los abusos a mi hermano.



¿Qué sucedió? A Mayagoitia solamente le comenté que había abusos, que había cosas muy fuertes; que si estaba preparado para escuchar. Le dije que habíamos sido abusados durante ocho años mi hermano Omar y yo. Mi primer abuso sucedió cuando yo tenía siete años de edad, en Colombia. Yo estaba acostado con él, como cualquier niño con su padre; baja mi calzoncillo e intenta violarme. Por instinto humano reacciono y me muevo. Se da cuenta y no me fuerza. Ese fue el primer abuso y de ahí ya empezaron todos los demás. Hacía que lo masturbáramos, que le sacáramos fotos masturbándolo; él se quedaba con las fotografías, se hacía el dormido y nos decía que su tío le hacía lo mismo; que ensayáramos con él.



¿Y tú, Omar? Mi primer abuso fue cuando fuimos a Madrid, en el Holiday Inn, me acuerdo. Se hacía el dormido y empezamos a masturbarlo; siempre nos decía que a él le dolía mucho la pierna, que al menos uno de los dos durmiéramos siempre con él. “Caliéntenme la pierna porque me duele mucho.” Y entonces… bueno, éramos niños, sin malicia, y él era nuestro padre.





Maciel, acusado de abuso por sus hijosFoto Notimex

Lo quisimos mucho, pero creo que esto no se vale; definitivamente no tiene explicación alguna lo que hemos vivido, y no únicamente nosotros.



Blanca, ¿nunca te diste cuenta de nada? Yo no me di cuenta porque, como te decía, yo no sabía ni con quién vivía. Nunca sospeché; ni por acá me pasó que este tipo fuera así o sus mañas. Igual, como dicen ellos, ¡uf!, yo lo idolatraba, ¡lo adoraba! De hecho un día le dije: “Tú eres como un dios para mí”.



A ver, si nomás hay un dios en el mundo cómo voy a decirle a un señor que también es como un dios para mí. Yo lo quería muchísimo, ¡muchísimo! ¡Estaba ciega! Totalmente. Hasta que me di cuenta, en 1997, cuando vi la revista Contenido. Y no estaba segura de lo que pasaba, porque él todavía me decía:



“No, ya sabes cómo es la gente, ya no hallan qué hacer; lo que pasa es que me quieren sacar del Vaticano. Pídele a la Virgen de Guadalupe por el Papa que va a entrar ahora, para que no me saque”. ¡Y yo todavía pidiéndole a la Virgen!



¿Cuánto tiempo mantuvieron su relación después de que viste la portada de Contenido? Yo les creí a mis hijos en 1999, que habían sufrido un abuso sexual por parte de su padre.



¿Raúl, en 1999 se lo contaste a tu mamá? Sí; yo cursaba el tercer grado de preparatoria y me empecé a sentir muy mal; tenía una sensación muy rara, de terror. Yo no sabía ni qué me estaba pasando. Rompí con mi novia y dije: “Ahora sí no sé qué me pasa”. Le comenté a mi papá: “Me siento muy mal”.



¿Emocionalmente te sentías mal? Estaba muy confundido. Llegué a pensar que algo pasaba en mi sexualidad. Experimentaba una sensación muy rara, que no se la deseo a nadie. Le dije a mi papá: “Voy a ver a una psicóloga en Cuernavaca, porque ya no aguanto”. Me dice: “No, si vas a ver un psicólogo te pueden destrozar la vida. Yo te voy a mandar con un psiquiatra en Madrid”. Entonces me manda con el doctor Francisco López Ibor a una clínica muy prestigiosa en Madrid. En ese tiempo yo me quedaba por tiempos en casa de Norma y luego en un hotel.



Norma Hilda Bolaños es la otra mujer de Marcial Maciel. Así es. Ella estaba en Madrid. Y ustedes tenían relación familiar, por lo que veo. Sí, desde niños viajábamos con Norma, Omar y yo solos. Nos dijo: “Les presento a su tía Norma”. De niño eso nunca lo cuestionas. Entonces voy a Madrid a tratamiento con el doctor Francisco López Ibor. Si me permites, voy a mostrarte una carta. Éste es el diagnóstico del doctor; esta carta es muy interesante porque yo acudo con él por primera vez en 1999, y cuando me llega el diagnóstico, cinco años después, me comentan que yo tenía… Si me permites la voy a leer: “Paciente de 19 años de edad que acude por primera vez a esta clínica el día 1° de julio de 1999. Presentaba desde dos meses atrás sintomatología delirante con ideas de referencia; presentaba rasgos acusados previos de tipo obsesivo, humor subdepresivo. Desde el año 1994 siguió tratamiento ambulatorio a base de neurolépticos, Olanzapina, Risperidona, ansiolítico, Pinazepam y ocasionalmente Sertralina. Experimentó notoria mejoría”.



¿Durante cuánto tiempo tomaste esas sustancias? Como año y medio. Cuando llego a esta clínica, el doctor me dice: “Te vamos a atender muy bien y más si vienes recomendado por el padre”.



¿Y qué pasó, Blanca, con tu hijo Raúl? Mi hijo siempre estaba acostado, dormido, tomando ese medicamento que le había recetado el doctor. No se podía voltear, ni se podía levantar; estaba dopado totalmente. No podía hablar, siempre estaba echando saliva por un lado, quejándose. Pasaron como dos días y yo lo tenía que llevar al baño. Digo: “No, esto no es normal. ¿Cómo voy a tener a este muchacho así?” Habla el señor este, su papá, y le comento: “Mi hijo está así, ¿qué hago? ¿Lo llevo a un médico o qué?” Él me dijo: “No, no, no, sigue dándole el medicamento, lo va a componer; eso lo relaja. No pasa nada”.



Por supuesto que Maciel no quería que su hijo tuviera un tratamiento psicológico en el que hablara. Yo creo que este señor lo quería tener atontado. “Así lo voy a volver loco; va a haber un momento en que este muchacho no pueda hablar.”



¿Ustedes confrontaron a su padre, Omar? No, por lo regular era su facilidad de palabra… dulce, amable. Yo estaba por cumplir 21 años. Vamos a Nueva York y nos presenta al hermano de Norma; se llama Luis y me dice que si me gustaría ir a Denver a trabajar. Podemos imaginarnos el porqué. Cuando en ese entonces mi hermano le comenta a mi mamá de los abusos sexuales, creo que ahí él nos está desvinculando como familia, separándonos.



A ti, Omar, te manda a Denver, y a ti, Raúl, con un psiquiatra y te dopa. ¿Y tú Blanca? ¿Qué te puedo decir? Llegué a pensar en ponerle una demanda, pedir ayuda, defender a estos muchachos, porque realmente es algo tan duro que… ellos crecen con el corazón vacío, lleno de traumas y problemas psicológicos. Todo el tiempo fui mamá y papá para ellos. Entonces gracias a Dios toda esta situación me ha dado la fortaleza de irlos sacando adelante.



Christian, debe ser muy duro oír a tus hermanos narrar lo que acabamos de escuchar. No tenemos noticia de que tu padre haya abusado de ti. No, no. Gracias a Dios. Aunque fuera del aire, Blanca, dijiste: “Me lo pidió prestado”. ¿En algún punto te dijo: “Préstame a Christian”? Me dijo: “Nena, a ver si cuando Christian tenga unos ocho añitos me lo prestas para que me lo lleve a Irlanda, para que también se prepare como Raúl”. Y yo le contesté: “Sí, no te preocupes, te lo voy a prestar, con todo lo que le hiciste a mis hijos. ¿Todavía quieres que te preste a Christian?” “¿Qué les hice?” “Tú sabes qué les hiciste, ¿cómo crees que te voy a dar a mi hijo?” A Raúl se lo llevó a Irlanda sin mi consentimiento.



¿Cómo fue eso? Fueron a España Omar y él, con su papá, y de regreso me mandó nada más a Omar; me habló por teléfono y me dijo: “¿Qué crees, nenita, fíjate que mandé a Raúl a Irlanda con una familia; va a estar muy bien, no te preocupes, se va a preparar ahí para que sepa muy bien el inglés para su futuro”, cosas así. Me quedé sorprendida otra vez, porque dije: “¿Cómo, por qué se lleva al niño?” ¿Y cuánto tiempo se fue a Irlanda? Dos años. ¿Un día te dijo: “Me lo llevo” y regresó al niño dos años después? No me dijo sino cuando ya lo había mandado. Me mandó a Omar solo para México y de ahí se llevó a Raúl a Irlanda. Tienen cartas, postales, tarjetas navideñas que les enviaba su padre. Está, por ejemplo, esta carta, en la que hace mención de lo que habíamos platicado, donde se espanta cuando le digo que voy a un sicólogo: “Querido hijo: me dijo tu mamá que gracias a Dios y a la santísima Virgen tú ya estabas y te sentías bien; no te imaginas la alegría que me da. También me dijo que te recomendaron un psicólogo de Cuernavaca. Mira, Raúl, yo te recomiendo que no vayas con esos psicólogos porque pueden arruinar tu mente para toda la vida y hacer que no puedas vivir sin estar tomando pastillas. Se me hace muy raro que no encuentres a la doctora que recomienda el doctor López Ibor, que es el que te conoce y sabe bien tu situación. Además, recuerda que esa doctora trabajó 10 años en Madrid con López Ibor. Yo ya he hablado con esa doctora y te he recomendado”.



¿Supieron qué contenían esas pastillas que tomaba Raúl por prescripción del psiquiatra recomendado por Maciel? Bueno, yo investigué más o menos para qué tipo de personas eran prescritas. Eran para personas que tenían esquizofrenia, que eran muy hiperactivas, que no podían dormir. Cuando éramos adolescentes él nos daba unas pastillas rojas, Darvoset de 100 miligramos; nos daba la mitad de esa pastilla cuando nos dolía la cabeza. Es un derivado de la morfina.



Blanca, a lo largo de esos años, ¿tuviste algún indicio de que él consumiera y que diera a tus hijos algún tipo de sustancias? ¡Nunca en la vida! Lo único que sé es que él traía siempre un maletín como de médico; sacaba un montón de pastillas después de los alimentos, o antes, y decía que eran vitaminas. Pero nunca supe qué tomaba, menos qué les diera a mis hijos.

No hay comentarios: