domingo, 24 de octubre de 2010

50 años de abogado. José Agustín Ortiz Pinchetti

El Despertar

Al cumplir 50 años de abogado esta semana he hecho curiosas reflexiones que quisiera compartir. Para empezar: no estoy de acuerdo con tanta calumnia contra la abogacía. Nuestra cercanía en grupo es considerada maldición gitana. Se dice que no se puede vivir con nosotros ni sin nosotros. Como muchos, elegí esta carrera porque las matemáticas no estaban en la lista de materias y tenía un pariente cercano que me ayudó a abrir brecha. Hice un matrimonio de conveniencia con la abogacía que terminó siendo de amor. No sólo me dio un buen pasar; su práctica me pareció divertida. Aprendí a entender los conflictos humanos, la necesidad vital de llegar a acuerdos. El criterio jurídico ayuda a entender la estructura del Estado, lo que es muy útil para la política. En realidad sólo practiqué 40 años, los 10 recientes he estado metido en la política, que es más intensa, dura, emocionante, riesgosa y, si se practica como se debe, mucho más útil.

Miguel Ángel Granados me elogió al decir que me admira porque dejé mi despacho próspero para seguir la causa de AMLO. Es un reconocimiento generoso y lo agradezco de corazón. Pero no he hecho ningún sacrificio. Me siento rejuvenecido. Lamento que muchos insulten a la política y a los políticos desde lejos, sin atreverse a bajar al ruedo. También lamento que muchos de mis compañeros se hayan vuelto reaccionarios. Harían mucho bien al país si en lugar de dedicarse a la neurosis contemplativa se comprometen en serio. No me hago ilusiones.
En la época de mi graduación crecíamos 6 por ciento y no había desempleo: creímos vivir el milagro mexicano, pero era una prosperidad superficial. La desigualdad histórica se mantenía. No logró crearse un mercado interno. Atribuir poder mágico al presidente era una tontería. El tapadismo, una abyección. La oligarquía maniató a los presidentes. Ninguno fue verdadero estadista: los hubo frívolos, incontinentes verbales, dos perversos y los dos recientes, ineptos. En estos años se completa un lento derrumbe. La crisis de la posrevolución a la que se refería Cosío Villegas en 1948 se acerca a un desenlace. Lamento decir que mi generación ha llegado a la orilla final con las manos vacías.

Es difícil que yo viva más de dos décadas. Tengo la fantasía ociosa de imaginar México después de mi muerte. No caigo en el escepticismo y menos en el franco pesimismo. Creo que el país se salvará porque tiene inmensos recursos. El mayor: su gente. Mi trabajo político me ha puesto en contacto con la base social, con el verdadero pueblo de México. Sus cualidades son enormes. He aprendido a respetarlas y quererlas. La salvación vendrá si se organizan, no de la elite. Es demasiado miope y egoísta. El legado de la nueva generación será el renacimiento de México.

jaorpin@hotmail.com

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