sábado, 2 de octubre de 2010

2 de octubre no se olvida - Pedro Echeverría


Efemérides: Tlatelolco, Méx, 2 de octubre.- (blank">Rebelión).- En México se grita como consigna: “Dos de octubre no se olvida” para recordar aquel asesinato de estudiantes por el ejército al mando del gobierno, el dos de octubre de 1968 en Tlatelolco, Ciudad de México. La realidad es que aquella tarde, durante media hora llovieron balas a diestra y siniestra (como si fuera una guerra) contra los miles de estudiantes y trabajadores que nos manifestábamos en la Plaza de las Tres Culturas contra el gobierno represor encabezado por Díaz Ordaz. Al gobierno le importó un bledo que hayan niños y ancianos acompañando a los jóvenes; miles tuvimos que correr como locos entre los altos edificios, otros tirarse al piso para evitar que una bala los atravesara. Hoy aquellos jóvenes tienen más o menos 60 años y son pocos los que han conservado su rebeldía porque el Estado, siempre hábil, tuvo la capacidad de absorber a muchos y simplemente mediatizar a otros para que olviden aquella “rebeldía juvenil”.

Pero los movimientos, como el de 68, no se miden por los miles de jóvenes que “cambiaron de camisa” en la primera oportunidad o porque muchos de sus líderes diez años después, hayan comenzado a escalar cargos dentro de los diferentes gobiernos o partidos. Los movimientos sociales valen o trascienden por su participación y por su significado: el movimiento ferrocarrilero, la huelga médica, las protestas contra los fraudes electorales en 1988 y 2006, el levantamiento zapatista, las batallas de la CNTE, el gran movimiento de Oaxaca. Importa poco que los líderes al final se hayan vendido y traicionado o que puedan hacerlo en el futuro; lo importante es lo que el movimiento aporta o ayuda para el desarrollo de la conciencia de lucha de las masas. Y no puede ser de otra manera. La carrera no es de 100 metros planos, sino de 10 mil. Como el ejemplo de tren: unos suben otros bajan y otros continúan de acuerdo al camino escogido.

Es importante subrayar y recordar que el año de 1968 fue de rebeldía en todo el mundo, no solamente en México. Tampoco fue sólo 1968, sino toda la década de los sesenta fue liberadora. No solo fue la lucha política en las calles, en las plazas y las escuelas, también fue (sobre todo) la batalla cultural de los jóvenes y las mujeres por romper contra la sociedad tradicional autoritaria y opresiva de los gobiernos, los empresarios, el clero, la familia, la escuela y el partido. La década de los sesenta fue una revolución cultural y política en los EEUU, en Francia, Alemania, Checoslovaquia; tanto en el mundo capitalista como al interior del llamado bloque socialista. Y en esa revolución fueron los jóvenes (los de la etapa más revolucionaria y transformadora de la vida) los que comenzaron a echar abajo el pensamiento y comportamiento viejo y tradicional. ¡Viva los hipies, los Beatles y los Rolling, la sicodelia, el amor libre, la libertad!

Sartre y su existencialismo, el Che y su humanismo, China y su maoísmo, Bakunin y su anarquismo y el filósofo crítico Marcuse, se convirtieron en bandera de los jóvenes luchadores sociales de entonces. “Prohibido prohibir” significó la plena libertad que iba unida a la “conciencia de la necesidad” de Marx. Los que militábamos en partidos marxistas radicalizados y pasábamos de los 25 años hacíamos esfuerzos por entender a aquellos jóvenes que dejaban sus hogares para organizar sus comunas, que rompían con su trabajo y sus ingresos para laborar en colectividad, que luchaban contra el consumismo y gritaban que había que hacer el amor y no la guerra y que con su guitarra, su pintura, su folklorismo y su rock, pensaban que podrían derrotar el capitalismo hipócrita y destructor de la humanidad. Si bien los acontecimientos políticos fueron los más difundidos, la revolución cultural fue la transformación real.

En México los gobernantes priístas se opusieron y reprimieron con brutalidad aquellos movimientos; los pocos líderes del panismo (casi inexistente entonces) se santiguaban y se solidarizaban con las condenas de la Iglesia alarmada por la destrucción de los valores de la familia, de la religión y del respeto a la autoridad. La izquierda oficial, entre ésta el PPS de Lombardo Toledano y los prosoviéticos, condenaron el movimiento porque “servía al imperialismo yanqui”. Los maoístas y anarquistas sintieron que el gran movimiento libertario mundial de 1968 les pertenecía. No fueron solo los anarquistas Dutschke (Alemania) o Cohn/Bendit (Francia), líderes en sus países (seguidores del pensamiento de Marcuse y Bakunin), sino fueron las grandes masas estudiantiles las que se opusieron al gobierno, a los empresarios y a las burocracias de los partidos de derecha y de izquierda que buscaban negociar y frenar la lucha.

En tanto que para cientos de miles de jóvenes las batallas de 1968 fueron su inscripción al movimiento social y político, muchos llevábamos varios años en militancias políticas en grupos del movimiento social, es decir, no electoreros. Sin embargo iniciado el movimiento los partidos y organizaciones de izquierda tradicionales nada pudieron hacer porque el movimiento los rebasó. Más aún, decenas de compañeros tuvimos que hacer a un lado la vieja militancia para ser un activista más del movimiento que tanto necesitaba de participantes. Los partidos, se decía, eran “los condones de la libertad”. Los jóvenes, por el contrario, buscaban romper con todas las ataduras que les impedían actuar con libertad. Ante una prensa vendidaza al capital, una radio y TV que sólo informaba lo que convenía al gobierno, decenas de miles de jóvenes salían todas las noches a dejar en cada casa un volante que orientaba acerca de la lucha estudiantil.

El dos de octubre, faltando diez días para inaugurar los llamados Juegos Olímpicos en la ciudad de México, el gobierno acudió a la represión y masacre del movimiento estudiantil que se había iniciado el 26 de julio. El dos de octubre fueron asesinados unos 25 según reconoció el gobierno, pero más de cien según dijeron los estudiantes. Creo que nunca se sabrá la verdad porque todas las pruebas, huellas y señales (como es la costumbre de la autoridad en estos casos) fueron borradas inmediatamente. Pero juramos no olvidar aquella masacre en que fueron muertos muchos de nuestros compañeros que al parecer hoy sólo es un simple recuerdo. Fueron batallas realmente heroicas la de los brigadistas, así como los mítines en los mercados, la repartición de volante, el boteo, las carreras para huir de la policía, las pedradas y las mentadas de madre, el secuestro, el uso y la quema de varios autobuses; las combativas asambleas que terminaban al amanecer, las familias siempre solidarias.

A pesar de los asesinatos y encarcelamientos, así como de la persecución de muchos dirigentes, el movimiento estudiantil de 1968 (sobre todo la década de los años sesenta) fue un corte histórico, un antes y después para analizar los problemas políticos y sociales del país en el siglo XX. La rebelión juvenil actual de los punk, anarquistas, “altermundistas”, ambientalistas, feministas, etcétera, tiene sus orígenes en aquel gran movimiento liberador en el interior de la familia, de la escuela, la iglesia y los partidos políticos. El autoritarismo y el despotismo de los hombres respecto a las mujeres, de los padres en la relación con los hijos, de los funcionarios públicos con relación a la gente, de los profesores respecto a sus alumnos, de los empresarios para con los obreros y del gobierno y los partidos respecto a sus electores y militantes, comenzó a cambiar en la siguiente década y ha avanzado en muchos sectores. Desafortunadamente ese despotismo y autoritarismo aún persiste en las entidades y sectores más domesticados.

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