jueves, 23 de septiembre de 2010

Trepidante lección - Sergio Conde Varela

Un pueblo trabajador, entregado con tesón principalmente a las labores del campo, impuesto a luchar en contra de las injusticias por los aumentos desmedidos de la luz y los fertilizantes, un pueblo que con mucho sudor de su frente consigue los ingresos para su diario sustento, es el de Ascensión.



El martes pasado, ese pueblo en su mayoría enardecido, con una coraje explosivo y una voluntad de volver a la famosa Ley del Talion de “ojo por ojo y diente por diente”, arremetió con furia a un grupo de secuestradores a los cuales captó en flagrante delito y posteriormente dos de delincuentes murieron dentro de una camioneta oficial, sin que se conozca plenamente el informe sobre la causa de la muerte.

Este hecho, de una de las poblaciones que en el tiempo y por informes de la entonces Secretaría de Gobernación era una de las más productivas en la república, debe ser una lección no para los delincuentes sino para las instancias de gobierno que han dejado pasar días, meses y años sin que se imponga la ley, en una serie interminable de actos antisociales, en los cuales se han perdido vidas, patrimonio, negocios, jóvenes, hombres y mujeres.

La ausencia de medidas obligadas por la ley que no se han implementado ha producido el hartazgo social a que hemos hecho referencia.

La situación que ha vivido Ascensión, no es propia de ella, sino de los 67 municipios de nuestro estado incluyendo Chihuahua capital y por supuesto nuestra frontera, considerada la más violenta de la tierra.

Los sociólogos oficiales, si es que le tienen amor a su profesión y a México, deben entender que no es sólo Chihuahua sino muy buena parte del país la que sufre el deterioro supremo de valores tradicionales y que todos los grupos sociales se impactarán, porque lo que aconteció en este poblado agrícola, batallador y luchista, puede llevar a la frase “Todos somos Ascensión”, como antes se estableció “Todos somos Juárez”. Hay miedo, molestia, incomodidad, angustia por la inactividad en la resolución de estos problemas que están ahogando prácticamente a la gente y que los niveles de gobierno están obligados a resolver porque así lo exigen las normas jurídicas.

La lección que se desprende del caso Ascensión no es una lección de gabinete, ni de declaración mediática, es la realidad misma que se desprende de las entrañas profundas del pueblo que voltea hacia todas partes y no encuentra la respuesta en quienes deben dársela y a pesar de las denuncias, judiciales y públicas, la indiferencia ha sido la respuesta a este mal que camina de manera incesante desbaratando toda una serie de instituciones en las cuales se apoyaba el desarrollo social y que subrayamos, no son otras que las que las leyes señalan pero que no se cumplen.

Los hechos que se dieron imponen la seriedad de buscar a fondo sus orígenes y no sólo eso, sino la ejecución de medidas, que es la principal función del Ejecutivo. Se ha tomado erróneamente la postura de andar diagnosticando enfermedades sociales, sin darles el tratamiento y la medicina adecuada. Se habla y se habla de líneas y líneas de investigación que sólo quedan en la bitácora de cada día y que se pierden con el paso del tiempo por ser tantos los hechos antisociales que han rebasado todas las estadísticas de la criminalidad de que se tenga noticia.

No sería justo que el caso Ascensión se minimice, como ya es una práctica constante que se utiliza para no hacerle frente a los acontecimientos. El coraje y la impotencia colectiva se perciben a muchas leguas de distancia y no es posible que irresponsablemente se voltee la cara hacia otras cosas triviales, sólo para quitar la atención de lo que verdaderamente importa. La gente pide a gritos que impere la justicia, el orden, el respeto al pueblo porque el estallido de las pasiones puede llevar a un cataclismo social y eso de plano no se vale. De verdad.

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