viernes, 17 de septiembre de 2010

Claroscuros del Bicentenario Raymundo Riva Palacio

Distrito Federal– La reacción de la gente el 15 y el 16 de septiembre es una llamada de atención para quienes quisieron arrancarles su derecho a la conmemoración. En la mayor parte del país salieron a recordar la fecha histórica bajo un operativo nacional de seguridad sin precedente que contribuyó a que el saldo fuera blanco. En la capital federal, más de un millón de personas se volcaron a la calle la noche del Grito, y decenas de miles acudieron a ver el desfile militar la mañana siguiente. Si se utilizan las redes sociales como un gran panel –o un grupo de enfoque–, se puede concluir que el desfile tecno, con sus luces de neón y rediseño de los símbolos, cautivó a la mayoría de quienes lo vieron, y que las Fuerzas Armadas se encuentran aún muy alto en el respeto y credibilidad entre los mexicanos.

La conmemoración que apenas empezó no muestra claramente los puntos débiles en nuestras aparentes fortalezas. Uno tiene que ver con un aspecto cultural –quizás consecuencia de las deficiencias educativas que se vienen arrastrando desde hace algunos lustros–, donde una buena parte de los mexicanos realmente no tienen claro ni qué se celebra, ni los orígenes de esta memoria histórica. Por ejemplo, sólo 6 de cada 10 mexicanos sabe qué día se celebra la Independencia y apenas el 53 por ciento tiene claro que fue de España. El 21 por ciento inclusive, piensa que fue de Estados Unidos, y el 24 por ciento, de plano, no sabe.

La ignorancia va acompañada por otra confusión que tiene que ver con cuál es el conjunto de valores que define una identidad y una nación. En diciembre pasado la empresa de estudios de opinión Parametría realizó una amplia encuesta sobre el Bicentenario, que dibujó esos claroscuros. Sí, el 81 por ciento dijo que si le hubieran dado a escoger en qué país nacer, habría dicho México, pero un 14 por ciento dijo que otro, y de ese porcentaje, la mitad habría escogido Estados Unidos. El 22 por ciento piensa que si México siguiera dependiendo de España estaría mejor, aunque sólo un 5 por ciento habría escogido a esa nación en caso de haber podido decidir dónde nacer.

Es probable, como proposición, que estas respuestas tengan que ver directamente con las coyunturas, cuando menos en el caso de España. Hasta mediados de los 70, esa nación estaba más atrasada de México en materia socioeconómica, había tenido una dictadura –totalitarismo no es igual que autoritarismo, el modelo político mexicano de varias generaciones–, y sólo la calidad de sus políticos y la necesidad estratégica europea de unirse en un bloque, por lo cual le inyectaron recursos y dieron subsidios que hasta la fecha existen, provocó su despertar. Ante los Estados Unidos siempre ha existido una tendencia a la adhesión, que fue la causa, por ejemplo, que Benito Juárez ampliara Tamaulipas hacia el oeste para impedir que Nuevo León se anexara a Texas.

Pero hay otros factores en esta confusión nacional que tienen que ver con las deficiencias del Estado en materia educativa. Por ejemplo, cuando Parametría preguntó qué consideraban que era característico e identificaba a todo mexicano, el porcentaje más alto, 15 por ciento, declaró en la media nacional que el idioma y el 12 por ciento lo fiestero. En el Distrito Federal, la respuesta más socorrida (15 por ciento) fue lo fiestero, y relegó (al 13 por ciento) el idioma. Muy pocos apuntaron con precisión el conjunto de valores que identifica a una nación, como los símbolos patrios (4 por ciento), la cultura y la historia (3 por ciento), e incluso la religión (1 por ciento). Nadie mencionó la bandera o el Himno Nacional, pero colocó lo “trabajador y luchones” en tercer lugar (10 por ciento), seguido de la personalidad (9 por ciento).

La encuesta reflejó un etnocentrismo derivado de esa falta de universalidad. La quinta definición del mexicano fue el color de la piel, ignorando toda la mezcla racial que se dio durante la Conquista de América. Mencionan también la comida, que no es nacional sino regional, o la vestimenta, probablemente pensando en el sur mexicano, que encuentra en Mesoamérica sus raíces. Hubo quienes mencionaron al mariachi, cuyo origen se encuentra en Bohemia, en la República Checa, y otros “el gusto por el alcohol”, aunque México dista mucho de ser el país donde más se bebe (Alemania es el campeón). Nuevamente la coyuntura motivó respuestas sobre la identidad nacional: corrupción, inseguridad, delincuencia, conformistas, flojos, malhablados. Uno de cada 10, sorprendentemente, no pudo responder qué lo identificaba como mexicano.

¿Qué otro punto los vincula? La encuesta no lo incluyó, pero el Ejército es otro factor de unidad. Criticado, apaleado, justa o injustamente según el marco de referencia bajo el cual se analice, el Ejército fue vitoreado en el desfile del 16 de septiembre. Ni siquiera se interesó nadie en los matices, ni en el reflejo de algunas carencias. La Fuerza Aérea, tuvo que exhibir sus Pilatus –que son aviones para entrenamiento–, y sus Arava –que son aviones utilitarios que sirve para transporte limitado de tropa o ambulancia–, pues adolece de una fuerza de aire real, y bajo el nombre genérico del Ejército se incluyó también a su históricamente adversario, la Armada. La presencia de las Fuerzas Armadas, en todo caso, provocó admiración y orgullo.

Pero, ¿en todos lados? Hay zonas del país, particularmente en la franja norte de Tamaulipas y Chihuahua, donde las Fuerzas Armadas son mal vistas. Hay una creciente corriente de opinión crítica que está señalando sus abusos en la lucha contra el narcotráfico, pero en la opinión pública nacional, se siguen manteniendo con un apoyo de 7 de cada 10 mexicanos. Ese respaldo no está asociado con los intentos del secretario de la Defensa, Guillermo Galván, de que se le otorguen facultades de policía, ministerio público y control político, o de la tendencia de los comandos de Marina de aniquilar a cuanto narcotraficante enfrenta, que ya es motivo de preocupación entre algunos gobiernos del mundo.

Tampoco se relaciona con las precarias condiciones de vida de los soldados en misiones en zonas calientes del país, como Ciudad Juárez, donde elementos que ganan 6 mil pesos al mes, duermen en el campo, al aire libre, comen con 30 pesos diarios y tienen que estar en la trinchera de fuego durante dos meses consecutivos. Es decir, la realidad de las Fuerzas Armadas, con sus pros y sus contras, no existe en el imaginario colectivo de los mexicanos. Hay emoción, no información, como sucede también con la crisis de valores y conocimiento que reflejó la encuesta de Parametría sobre la identidad nacional, donde las deficiencias educativas no son tanta responsabilidad de los gobernados como de sus gobernantes. En todo caso, la conmemoración del Bicentenario no es el ejemplo de estos claroscuros, sino el pretexto para una reflexión no de qué somos, sino para dónde vamos.

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