lunes, 23 de noviembre de 2009

Astillero


Decálogo del Zócalo
Reino de las urnas
Jelipe Revolucionario
Julio Hernández López




López Obrador invierte a largo plazo. La institucionalidad, la legalidad y la representación política crujen y caen por todo el país, pero el tabasqueño persistente cree posible vencer en segunda oportunidad (con reglas, organizadores y jueces aún más envilecidos, y en circunstancias de innegable desgaste) a los mismos intereses confabulados que desde ahora han tomado el control del país por encima de cualquier apariencia o pudor, al instaurar una toma anticipada del poder desde San Lázaro y Xicoténcatl, con oficina central en Toluca.
Impecable desde el punto de vista teórico puede ser el decálogo dominical del nuevo PAN (Proyecto Alternativo de Nación) que ayer presentó en el Zócalo el por sí mismo destapado candidato a la Presidencia de la República. Un discurso bien hecho en un país de discursos, diagnóstico claro y propuestas aceptables en un planteamiento de pacifismo revolucionario que en otro extremo del abanico ideológico y con otros enfoques había presentado el viernes anterior Felipe Calderón. López Obrador piensa en 2012, cuando otros piensan en 2010. AMLO plantea la amplia y limpia reconstrucción del gran movimiento nacional ciudadano que le dio tres años atrás el triunfo electoral sustraído por quienes manejaron a Calderón, pero al mismo tiempo abre las alforjas políticas a la improbable reconstitución del amasijo de oportunismo y traiciones de cúpula que en 2006 ayudó al calderonismo desde dentro, en un escenario de reunificaciones y nuevas alianzas regidas no por las urgencias de lo directamente social sino por la lógica sinuosa de lo electoral.
El tiempo dirá si la oferta que el momento requería era la abiertamente electoral y si con ello no se está circunscribiendo el ámbito de la lucha social a las naturales ambiciones y regateos que conlleva el interés en los comicios. Si los tiempos son fundamentales en la política, en este caso habrá de preguntarse cuánta será la duración de los tiempos de “normalidad” en los que lo electoral tendrá viabilidad: un país tomado militarmente, hundido en lo económico, devastado en lo político, irritado socialmente e inviable a partir de su institucionalidad actual, difícilmente podrá aspirar a recorrer en términos tradicionales el inimaginable trienio de catástrofes que el país vivirá si Calderón continúa en el poder de cuyo periodo apenas cumplirá la mitad en unos días más.
Pero, aú=un cuando se llegara a ese momento de las urnas, es posible prever, a partir de los comportamientos e indicios actuales, que esas elecciones estarán tan contaminadas y manipuladas que el esfuerzo en ese 2012 se topará con las murallas electrificadas que desde este 2009, o en el 2010 ya en puerta, no fueron derribadas o desactivadas mediante la organización explícita, concreta, sin coqueteos con lo electoral (cuyo tiempo habría de llegar más delante, si es que llegara), de la lucha social, de la necesaria protesta activa. En momentos como los actuales, es imposible no preguntarse cuánto distrae de lo importante e inmediato el ceñimiento a lo electoral, a lo que en términos políticos y sociales tan distante e inseguro aparece.
El posicionamiento de AMLO como virtual candidato en campaña, con programa de gobierno en vías de redacción a través de un comité específico, opaca las pretensiones del camachismo-chuchismo-ebrardismo de construir un frente reunificado de renovadas izquierdas que abriría caminos plurales hacia candidaturas como la del jefe de gobierno capitalino. Y, al mismo tiempo, multiplicará los flancos de ataque de sus detractores, sobre todo los mediáticos, que tendrán material para envolverse en las falsas banderas de la libertad de expresión por la cuidada propuesta lopezobradorista de “democratizar los medios masivos de comunicación”. Las empresas mediáticas contrarias a López Obrador podrán fabricar forzadas similitudes con el chavismo venezolano cuando el tabasqueño no habla de expropiación, cancelación de concesiones o censura sino, simplemente, de “democratizar” los medios, “evitando el monopolio y auspiciando la libre competencia”. López Obrador nada más propone que haya “todos los canales de televisión o estaciones de radio que sean técnicamente posibles, con absoluta libertad, sólo impidiendo que se concentren en unas cuantas manos, como sucede actualmente”. TV Slim, por ejemplo.
El desplazado Calderón también planteó aires de cambio dentro de la institucionalidad en su discurso revolucionario del viernes, convertido en promotor de transformaciones profundas a partir de la nada política en que ahora se mueve. El mero 20 fueron varias las referencias discursivas a la necesidad de no caer en las tentaciones de la violencia y de caminar por senderos pacíficos, en un apresuramiento de tiempos y conceptos que el sábado tuvo memorable celebración precoz con un desfile militarizado que apenas duró poco más de veinte minutos. Revolucionario de discurso –México, país de discursos–, Calderón se atrevió a plantear: “2010 debe ser un año en el que retomemos con fuerza el ideal democrático de Madero, las causas de justicia y de equidad de los revolucionarios”. Añadió, entre otras cosas: “Ésta es y debe ser también la hora del cambio para México, porque es hora de detonar las profundas transformaciones que requiere nuestro país para consolidarse como Nación democrática y equitativa”. Con la carabina 30-30 en el atril, Jelipe Revolucionario también dijo: “ Hoy debemos conmemorar la Revolución cambiando lo que haya que cambiar, y cambiándolo hasta donde se deba de cambiar, con todo lo que ello implica” (mmm, ¿los extremos discursivos se andan juntando?).
Los priístas también apuestan al cambio pacífico. Francisco Rojas, el coordinador de los diputados del PRI, anunció ayer que su partido presentará “iniciativas para sentar las bases de un cambio estructural, con visión a mediano y largo plazo”, que reivindiquen “la rectoría del Estado” y que ayuden a la renovación del sistema político en cuanto a los poderes y el estado de derecho. ¡Hasta mañana!
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