lunes, 29 de diciembre de 2008

Echarle ganas - Sergio Aguayo Quezada

Noche de paz, seguida de días propicios para la reflexión. ¿Por qué la mayoría de los mexicanos son tan pasivos y dejados? ¿Sacudirá la crisis esta actitud?



"Ésa o ése, tiene problemas con la autoridad". Así descalifican a quienes se inconforman con la ineficiencia gubernamental, o con el mal servicio de alguna empresa. Olvidan cuán irritantes son la desigualdad, las injusticias y los modos de los poderosos de este país. Por otro lado, los protestones somos una minoría superada por dos tercios de conformistas que, según encuestas, hacen chuza con las normas del sentido común más elemental. Aquí no aplica el enunciado de Nicolás Maquiavelo: "lo que importa no son las intenciones del Príncipe, sino los resultados". En México a nuestros "Príncipes" y "Princesas" (Presidente, gobernadores, munícipes, líderes sindicales, etcétera) se les disculpa todo.



En la encuesta publicada por Reforma el 1o. de diciembre del 2008, el grueso de la población acepta que, en los dos años de Felipe Calderón, se ha deteriorado la economía y la seguridad, pero aun así sus tasas de aprobación se mantienen por arriba de los 60 puntos. Cuando Reforma preguntó a los entrevistados sobre la "principal razón por la que usted aprueba el trabajo de Felipe Calderón como Presidente", un 33 por ciento respondió con un sonoro "¡le está echando ganas!", otro 20 dijo que se preocupa "por los problemas de los mexicanos", un 8 piensa que "al Presidente hay que apoyarlo incondicionalmente", y un 5 que "(Calderón) es una buena persona". En suma, ¡un 66 por ciento juzga la gestión presidencial por subjetividades!; sólo el 17 por ciento tomó en cuenta que estuviera "dando buenos resultados".



Lo mismo aparece con otros gobernantes. En las encuestas levantadas por Consulta Mitofsky sobre Vicente Fox había consenso sobre su incapacidad para resolver problemas y sobre lo deficiente de su liderazgo; pese a ello, más del 60 por ciento lo aprobaba. En el 2008 se difundió un estudio de opinión hecho por Gallup en toda América Latina: ¡el 68 por ciento de los mexicanos expresó satisfacción con nuestro sistema de educación pública! Vistas así las cosas, si nos gobernara el caballo de Calígula, el equino recibiría mención honorífica hiciera lo que hiciera.



Ahora bien, es difícil saber el tamaño de la pasividad porque una parte de ese 68 por ciento aprueba lo que sucede porque se beneficia del orden existente. Supongamos que los pasivos auténticos son ese 33 por ciento que aplauden a Calderón por "echarle ganas". Es probable que en ellos pensara Octavio Paz cuando escribió ensayos indispensables para entender ese girón de la identidad nacional. El mexicano, escribió, es "silencioso y tímido, resignado... Sonríe siempre, espera siempre"; también aseguró que "más que el brillo de la victoria nos conmueve la entereza ante la adversidad".



Pasemos a los orígenes de la pasividad. La disciplina de los pueblos precolombinos se reforzó con los férreos controles impuestos por un conquistador inspirado en esa versión del catolicismo según la cual la santidad, y por tanto el éxito, se concede a personas fracasadas. Un buen número de santos y santas padecieron tortura y muerte con la resignación, y la paciencia, de quienes confían en que la recompensa llegará en la otra vida (ver el Sermón de la Montaña -Mateo capítulos 5 a 7).



Esta conciencia colectiva siguió afianzándose a medida que México fue cincelando su historia de país independiente. Salvo contadas excepciones, nuestros héroes tuvieron existencias por demás trágicas. Eso sí, le echaron muchísimas ganas hasta que se corrompían, se pudrían en el exilio o se paraban frente al pelotón de fusilamiento.



Lógicamente, la sociedad se acostumbró al modelo. El mexicano es luchón pero pareciera estar condicionado a rendirse tan pronto se topa con el sistema de siempre, ese que se basa en, y que sostiene a, la desigualdad y la impunidad. Cuando nos instalamos en la actitud de que "contra el destino nadie la puede", florece la pasividad, la evasión o el humor negro. Son las estrategias más aptas para sobrevivir en México; o eso sugiere Jorge Ibargüengoitia, ese muralista literario de las tribulaciones de quienes vivimos en México.



Siempre ha existido una minoría de rebeldes e inconformes dispuestos a combatir las injusticias. Después de todo, otra parte del mensaje de Jesús -nacido, según la tradición, un 24 de diciembre- es aquel que exhorta a sus seguidores a construir el Reino de Dios en la tierra, y a luchar por la justicia con métodos pacíficos. Creo que hay motivos para pensar que en el 2009 se fortalecerán quienes exigen el respeto de los derechos. Todo depende de la manera en que se alineen las diferentes variables.



La recesión y la crisis financiera golpearán con brutalidad a las mayorías, y los inconformes seguiremos difundiendo una visión crítica por aquellos medios de comunicación dispuestos a difundirla. En esas condiciones, ¿se reducirá el número tan alto de conformistas? La respuesta, en primer lugar, en las instituciones que deberían, en teoría, captar y canalizar el desconten- to. En el 2009, ¿superarán los partidos, aunque sea un poquito, su mezquindad e ineficacia?



En ello será determinante la capacidad de reacción de organismos sociales y cívicos que han ido aprendiendo cómo aprovechar a) los espacios creados para el ejercicio de libertades, b) las leyes que dan acceso a la información pública y c) los tribunales que cumplen con la función para la cual fueron creados. Es una coyuntura ideal para repensar, renovar y reactivar la agenda ciudadana, para lo cual se requiere una mayor claridad sobre la forma en que se disputa y distribuye el poder.



Para que ello suceda se requiere, como paso previo, identificar mejor los puntos neurálgicos en los cuales una ciudadanía, minoritaria pero consciente, puede concentrar su energía y forzar algunas transformaciones. Ahora más que nunca adquiere consistencia la tesis de que la participación social organizada es la mejor esperanza que tenemos para reducir el número de quienes se conforman con gobernantes duchos en "echarle ganas".



Esta columna se benefició con las opiniones sobre pasividad y religión de Ignacio Cuevas de la Garza (profesor de la Universidad Iberoamericana), y de José Antonio Crespo, "Misteriosa popularidad presidencial", Excélsior, 9 de diciembre del 2008, y Andrés Oppenheimer, "El gran engaño latinoamericano", Reforma, 5 de diciembre del 2008.



Correo electrónico: saguayo@colmex.mxEsta dirección de correo electrónico está protegida contra los robots de spam, necesita tener Javascript activado para poder verla

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