Hoy sabemos que Yarrington siempre fue aliado y defendido, de manera pública, por su amigo, Enrique Peña Nieto. Foto: Especial.
+ Exhiben las complicidades entre priistas
+ ¿Hasta dónde cantará el ex gobernador?
Exhibido a nivel internacional como un gobierno encubridor de gobernadores ligados al narco; mostrado como un club de delincuentes que solapa actividades ilícitas, el gobierno de Peña Nieto ha quedado desnudo y frágil ante los ojos del mundo, hundiéndose en un desprestigio cuyo fondo parece no tener fin, tras la captura del ex gobernador priista Tomás Yarrington en Italia.
Tuvo que ser la justicia de EU la que investigara, rastreara y emitiera una orden de aprehensión internacional en contra de Yarrington, ante el cúmulo de pruebas en su contra por actividades como introducción de cocaína a gran escala a territorio americano, lavado de dinero y varios delitos graves.
Y tuvo que ser la policía italiana la que, a petición de EU y no de México, detuviera al salir de un restaurante, en la bella ciudad de Florencia, a un irreconocible Tomás Yarrington que mostraba otro rostro y nueva identificación, y que le había valido ya en dos ocasiones para escabullirse de revisiones policiacas. Se le acabó la suerte.
Pero en medio de toda esta trama policiaca internacional – muy al estilo de novela de John le Carré-, la pregunta obligada es: ¿qué papel jugó el gobierno de Enrique Peña Nieto en la detención de Yarrington? Prácticamente, ninguno. Fue mero espectador cruzado de brazos que, en un desplante de complicidad y cinismo, solamente observaba como el tamaulipeco se escabullía disfrazado y oculto en una nueva vida.
“Las autoridades mexicanas no jugaron ningún papel en el arresto (de Yarrington)”, citaron fuentes de la justicia estadounidense.
Aún más:
De acuerdo al diario Reforma, una fuente anónima citada por el sitio conservador Breitbart Texas, señaló que “la PGR se habría tomado crédito indebido por la captura de Yarrington en Florencia, Italia”. Es decir: nuestra timorata Procuraduría se adornó con sombrero ajeno.
Hoy sabemos que el gobierno mexicano, desde hace varios años, dejó de investigar e intentar localizar a Tomás Yarrington.
Hoy sabemos que la administración peñista no movió un dedo para detenerlo.
Hoy sabemos, también, que el gobierno mexicano quedó como cómplice de ese delincuente, y que de no haber sido por el trabajo de la justicia ítalo-americana, seguiría cenando en lujosos restaurantes italianos. O de otras partes del mundo.
Pero no es todo.
Hoy sabemos que Yarrington siempre fue aliado y defendido, de manera pública, por su amigo, Enrique Peña Nieto.
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Dos postales – vergonzantes-suspicaces-, retratan a la perfección el grado de cercanía que había entre los priistas Peña Nieto y Yarrington.
La primera cuando, en vísperas de la elección presidencial del 2012 y en plenas campañas electorales, surgieron las acusaciones cada vez más sólidas en contra de Tomás Yarrington por sus ligas con el narcotráfico, y públicamente, en un lance tan penoso como lamentable, el candidato Peña lo defendió de la siguiente manera:
“Siempre estará despertando esta sospecha, de que este tipo de señalamientos y descalificaciones, provengan justamente cuando estamos en plena campaña política…ahora resulta que todo este tipo de indagatorias y versiones es justamente ahora que están teniendo lugar (sic), lo cual despierta sospechas”.
¿Seguirá pensando el ahora Presidente de México que las acusaciones internacionales en contra de Yarrington son, simplemente, “señalamientos y descalificaciones”, como en algún momento erróneamente las calificó? ¿Continuará bajo la misma ceguera personal de que eran parte de una estrategia más de corte político que de carácter de justicia contra un gobernador claramente ligado al narcotráfico?
La segunda postal es, igualmente, vergonzante: Peña Nieto sirviendo de chofer de Tomás Yarrington, a su lado en el asiento del copiloto. En política, la forma es fondo: el mensaje de Peña fue su cercanía y confianza con el todavía gobernador de Tamaulipas, a quien consideraba de los suyos, y de allí la intención abierta de aparecer juntos, a la vista de todos, como aliados políticos. Bonita cosa: el hoy Presidente de México arropando y consintiendo a un gobernador amafiado con cárteles de la droga. ¡Vaya vergüenza internacional!
Por eso Peña Nieto sigue escondido debajo del escritorio, ante la exhibida brutal a su gobierno a nivel mundial.
Por eso el titular de la PGR, Raúl Cervantes, prefirió enviar a un funcionario de mediano nivel a balbucear e intentar justificar lo injustificable: que México sí había cooperado en la detención de Yarrington. Chorradas. Se cruzaron de brazos, se voltearon hacia otro lado, y se olvidaron del tamaulipeco.
Pero ya la están pagando: han quedado en ridículo a la vista del mundo.
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Los cargos atribuidos en EU a Tomás Yarrington son graves: siete en total, entre ellos, lavado de dinero, conspiración para defraudar, conspiración para hacer declaraciones falsas a bancos estadounidenses y violación a la Ley de Sustancias Controladas, principalmente.
En EU, a Yarrington le esperarían noventa años de prisión. Jamás saldría. Y ya con morbo, se espera que el ex gobernador de Tamaulipas comience a “cantar” todo lo que sabe, buscando una menor pena carcelaria si es extraditado al país que gobierna Trump. ¿Qué tanto sabe Yarrington que era tan protegido por Peña Nieto? ¿Acaso se habría financiado parte de la campaña presidencial priista del 2012 con dineros ilícitos?
En México, bajo la benevolencia de la justicia priista para los amigos, Yarrington tendría tan sólo 20 años de cárcel.
Sin embargo, de acuerdo a los especialistas, es más factible que sea llevado a EU porque es en ese país donde se le formulan los cargos de mayor gravedad.
Así que, por bien de todos, ojalá Tomás Yarrington sea trasladado, presentado, juzgado y sentenciado por un tribunal estadounidense.
Mientras tanto, la exhibida al gobierno peñista fue de antología: quedó, nada menos, como ineficaz, encubridor y corrupto.
Nada menos.
TW: @_martinmoreno
FB / Martín Moreno