jueves, 18 de agosto de 2016

Castillo, un amigo incómodo

Alfredo Castillo, excomisionado para la Seguridad y el Desarrollo Integral en el Estado de Michoacán. Foto: Benjamin Flores
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Alfredo Castillo Cervantes tiene dos primos que están en las altas esferas del poder. Con ambos ha hecho un equipo para defenderse y posicionarse como lo ha hecho hasta ahora.
Se trata de Humberto Castillejos Cervantes, consejero jurídico de la Presidencia de la República, y Raúl Cervantes Andrade, senador y aspirante a ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Pero más allá del nepotismo familiar, tiene un amigo que lo protege: Enrique Peña Nieto.
Y así, como en la película de Pedro Infante “Los Tres García”, en las esferas del poder se conoce a estos tres personajes como los “Tres Cervantes”, porque han hecho un frente familiar y político que les ha permitido hacer sus propias alianzas y mantenerse en el gobierno.
El caso más evidente de los “Tres Cervantes” es el de Alfredo Castillo, un policía puesto al frente de la Comisión Nacional del Deporte (Conade) por decisión de su amigo Enrique Peña Nieto y con el apoyo de ese grupo familiar que ha tratado de impulsar sin éxito a Raúl Cervantes en la máxima instancia de justicia del país.

Alfredo Castillo es licenciado en derecho con especialidad en ciencias penales y criminológicas. Estudió Ciencias Políticas y Economía en la Universidad Iberoamericana y en la Escuela Bancaria y Comercial, y ha tenido varios cargos públicos, pero siempre bajo el cobijo de Peña Nieto, que siendo gobernador del Estado de México lo nombró procurador de Justicia para encargarse del caso de la niña Paulette.
Una vez que cumplió su cometido de sacar del atolladero a Peña Nieto al descubrir el cuerpo de Paulette –desaparecido por semanas– entre la cama y la pared de su cuarto, Castillo recibió como premio la Procuraduría mexiquense hasta el año 2012.
Nuevamente de la mano de Peña, se integró al gobierno federal como subprocurador regional de procedimientos penales y amparo de la Procuraduría General de la República (PGR), y luego fue llevado a la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco), en lugar de Humberto Benítez, que tras el escándalo de su hija, quien mandó a cerrar un restaurante por el simple hecho de no darle una mesa, tuvo que renunciar.
El amigo de Peña estuvo seis meses en la Profeco y una vez más, por decisión presidencial, fue enviado a Michoacán para pacificar la entidad que literalmente estaba cooptada por lo Caballeros Templarios.
Castillo se convirtió en “comendador” policiaco con el encargo de brindar seguridad a los michoacanos, tratados como encomendados. El amigo del presidente llevó a sus propios policías del Estado de México, que de inmediato empezaron a replicar al crimen organizado cobrando piso a empresarios y comerciantes, organizando las bandas de secuestradores y extorsionando a los ciudadanos.
Llamado “el virrey de Michoacán”, para lograr la tranquilidad del estado Castillo pactó con otro grupo del crimen organizado, el Cártel Jalisco Nueva Generación, y desapareció a las autodefensas una vez que cumplieron su cometido de acabar con el imperio de los Caballeros Templarios.
Pero Castillo fracasó. La inseguridad nunca se fue del estado, al contrario, regresaron las ejecuciones, secuestros, extorsiones, la producción de metanfetaminas y el cultivo de mariguana y amapola.
A pesar de su fracaso, fue impuesto en la CONADE, donde hace lo único que sabe hacer: comportarse como policía y como amigo de Peña Nieto.
Inexperto en los deportes, mal policía y pésimo servidor público, Castillo creó un caos en la Conade y se enfrentó con las distintas confederaciones de deportes, incluida la olímpica. Usando un lenguaje propio de policía, las acusó de mafias y luego él mismo hizo lo propio organizando su propia mafia de poder, impunidad y corrupción en el organismo.
Hoy, ante el desastre de la delegación mexicana en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, Casillo ha vuelto a hacer de las suyas al llevar a su séquito de servidores, su masajista y a sus amigas a Brasil, pero con gastos del erario.
Hoy, que ya no queda ninguna duda sobre su incapacidad e incompetencia, Castillo tendría que renunciar, pues su principal sostén, la mano presidencial, tampoco tiene mucho apoyo social y difícilmente podrá seguir sosteniendo a un amigo que ya es incómodo.

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