viernes, 11 de diciembre de 2015

Alianzas perversas .- Francisco Ortiz Pinchetti


Sin Embargo
Es cierto por supuesto que las alianzas electorales son una práctica corriente en prácticamente todas las democracias del mundo. Resulta lógica la suma de fuerzas para conseguir objetivos comunes, superiores. Son válidos la negociación y  el acuerdo entre partidos políticos para esos fines. Lo que resulta una aberración es plantear una alianza electoral a partir de las debilidades de los partidos  participantes y no de sus fortalezas. Es el caso de México, donde las dirigencias nacionales de Acción Nacional y el Partido de la Revolución Democrática plantean por esos días recurrir a esa práctica para enfrentar cuando menos la mitad de las 12 elecciones estatales que ocurrirán en 2016.
Tanto el PAN como el PRD han planteado como rezón central de su eventual alianza su común temor a un supuesto “enemigo común”, el PRI. Argumentan  que es indispensable cerrarle el paso al nefasto partido en el gobierno para evitar que replique en 2018 su victoria de 2012 y se quede a vivir en Los Pinos. Es difícil justificar con tales razones el sacrificio de principios y posiciones, de identidades,  que una coalición implica.
Lo peor de esas afirmaciones, sin embargo, es que además son falsas. Lo que realmente mueve a las dirigencias panistas y perredistas es otra vez la ambición desmedida de poder. Eso está demostrado. Quieren su parte en el botín nacional.  Es claro que estamos ante un caso patético de indecencia política, para usar un término casi olvidado pero exacto. Ya no hay recato ni vergüenza: se buscan cínicamente alianzas a la manera de los capos, como complicidades, para obtener canonjías. Visto así, es simplemente una forma de delincuencia organizada. Sin  eufemismos.
Atrás –en la basura–  quedan definitivamente los principios, los postulados doctrinarios, los ideales, las historias, para dar paso a un pragmatismo atroz que lo único que busca es puestos públicos para enriquecerse. A estas alturas no podemos ya engañarnos. Luego de atestiguar durante los últimos años cómo las motivaciones centrales de los políticos mexicanos son sólo el poder y el dinero, así de crudo, difícilmente nos podemos tragar la falacia de la búsqueda de un bienestar para el pueblo mexicano. Si las alianzas entre el PRI y el Partido Verde son absolutamente perversas, las del PAN con el PRD también lo son.
Tan grave es el tema, que podría provocar una nueva ruptura interna en el PRD ante la posibilidad de una alianza con el PAN para postular en común al hoy militante y diputado panista  Miguel Ángel Yunes Linares, ex priista destacado, como candidato a la gubernatura del estado. Ocurre que Yunes Linares tiene un historial como represor de movimientos campesinos y populares de izquierda cuando fue secretario de Gobierno durante la gestión del priista Patricio Chirinos Calero (1992-1998), según fe de al menos seis recomendaciones de las comisiones Estatal y Nacional de Derechos Humanos y de varias averiguaciones pendientes en la PGR. Y es el más probable candidato de la alianza para 2016.
Hoy los dirigentes repiten los argumentos del 2010 para justificar la reincidencia aliancista. Vuelven a invocar los más caros anhelos populares  y la necesidad de terminar de una vez por todos con la tiranía y la corrupción del PRI. Parecen no darse cuenta ni de su propia corrupción ni del fracaso lamentable de los experimentos de ese año en tres entidades donde los candidatos postulados conjuntamente por el PAN y el PRD, los tres por cierto ex militantes del PRI, ganaron la elección respectiva. Ni Gabino Cué Monteagudo, ni Rafael Moreno Valle ni Mario López Valdés, alias Malova, formaron un gobierno de coalición, como era de suponerse, ni respondieron en absoluto a las expectativas del electorado que votó por ellos como una alternativa diferente a la tiranía priista. Cué  Monteagudo hizo en Oaxaca un gobierno timorato e ineficiente; Moreno Valle se ha significado en Puebla por sus actitudes autoritarias y represivos y su desmedido afán protagónico –con el consiguiente despilfarro de recursos públicos– con vistas a los comicios presidenciales de 2018,  y Malova resultó ser un priista mediocre, incapaz de cambiar un ápice el destino de los sinaloenses, que ahora regresa al seno materno tricolor, como si nada.  Ninguno de los tres por supuesto sirvió como ejemplo de los beneficios que una política de alianzas puede acarrear para el país.  Y en el 2012, el PRI ganó muerto de risa las elecciones federales. Y regresó a Los Pinos luego de 12 años de ausencia.
En aquella ocasión, los dirigentes de la alianza fueron el panista Cesar Nava Vázquez, de muy lamentable recuerdo, y el perredista Jesús Ortega Martínez, líder de Los Chuchos. Hoy son el sucesor y delfín de Gustavo Madero Muñoz, el joven queretano Ricardo Anaya Cortés, y el  ex priista Agustín Basave Benítez. Sus ofertas son exactamente las mismas, con el agravante que ambos partidos se hayan sumidos en el más oscuro desprestigio luego de los escándalos de corrupción que han sacudido sus entrañas.  Van a sumar sus miserias.
Se dice que en el caso del PAN y el PRD se trata además de una alianza anti natura. En términos razonables, no podría concebirse que corrientes ideológicamente no solo distintas, sino  antagónicas,  se sumaran en una coalición. Eso no ocurre en ninguna parte. Pienso, por citar obviedades, en los diputados perredistas gritándoles traidores a sus colegas panistas apenas el martes pasado, culpables los albiazules de complicidad con el PRI para aprobar la reforma al Pensionissste. Pienso en la legalización del aborto y de los matrimonios entre homosexuales, prohijados por el PRD. Pienso en las políticas antipopulares y represivas apoyadas por el PAN a nivel federal, como la privatización de Pemex y la reforma educativa. Pienso en el desplegado de plana entera publicado el martes en Reforma por dos centenares de cuadros perredistas veracruzanos que rechazan la alianza con el PAN y advierten que no permitirán la postulación de un represor como Miguel Ángel Yunes Linares, al grado de tomar “otra alternativa”.
Con diferentes palabras pero en el mismo sentido, el brillante ideólogo panista Carlos Castillo Peraza alertó en su momento que “el partido que en la práctica muestra que no cree ni confía en las propias ideas ni respeta su propia historia, acaba por darle la razón y el poder a las ideas ajenas, por mentirse a sí mismo y engañar al elector”. Válgame.

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