sábado, 4 de julio de 2015

“Llevar la literatura a la vida cotidiana”: Gustavo Sainz

Gabriel Careaga, sociólogo; Gustavo Sainz y Luis Arturo Cárcamo en la colonia Hipódromo en 1986. Foto: Archivo Sainz
Gabriel Careaga, sociólogo; Gustavo Sainz y Luis Arturo Cárcamo en la colonia Hipódromo en 1986. 
Foto: Archivo Sainz

MÉXICO, D.F. (apro).- El 24 de enero de 1977, el escritor de La Onda, Gustavo Sainz, dio a conocer en una entrevista con el recién fundado semanario Proceso su proyecto como director del Departamento de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes.
De ahí saldría tres años después, tras el escándalo de una nota aparecida en el suplemento de la dependencia, La Semana de Bellas Artes, donde se aludía grotescamente a la entonces primera dama, Carmen Romano de López Portillo.
Y aunque Sainz declaró que la nota fue “colada” a la edición sin su consentimiento durante sus vacaciones, se le solicitó de inmediato la renuncia. A continuación la conversación donde expuso sus novedosas ideas para renovar Literatura del INBA.
Los “infinitos rostros” desconocidos de América Latina están ocultos en sus novelistas, principalmente los jóvenes, cuya búsqueda queda reducida a la clandestinidad.
Porque el mercado editorial de nuestros países obedece a presiones comerciales de muy distinta índole, provocadas por: estupidización de medios masivos, cercanía con Estados Unidos, costos de papel (que impiden que se edite, por ejemplo, la última novela de Fernando del Paso).
Porque América Latina es continente sin editores: el Fondo de Cultura no publicó más de 10 libros de creación literaria en el sexenio pasado (y su colección Letras Mexicanas quedó cuartada curiosamente); ERA dejó de publicar autores nacionales de narrativa; Joaquín Mortiz se limitó a presentar no más de 30 el año pasado. Y, además, la Losada de Buenos Aires desapareció: la Sudamericana argentina se redujo a traducciones; ni en Chile ni en Brasil los escritores pueden publicar; Mempo Giardinelli, de Argentina, vio incinerada su primera novela hace tres meses, Toño tuerto, rey de ciegos.
Gustavo Sainz describe así el panorama editorial. Y agrega: sin embargo, cientos de jóvenes participan en concursos de narrativa, escolares o nacionales, en México; el taller de Poesía Sintética de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM agrupa a 150 estudiantes; mientras que en Estados Unidos una primera edición es de 7,000 ejemplares, en México es de 5,000, aunque se trate de un autor joven (desproporción entre el país de la riqueza –210 millones de habitantes– y un país pobre, dato del novelista neoyorquino Donald Barthelme y, sobre lo mismo, en México hay autores que venden un millón de ejemplares (Luis Spota), y en Estados Unidos habrá unos seis escritores que alcanzan la cifra, con el apoyo tremendo que reciben de parte del gobierno (desde becas cuando estudian): y más sobre lo mismo: difícil que alguien en el Metro neoyorquino sepa sobre Faulkner, pero alguien sabrá en un vagón del Metro de aquí sobre algún autor del boom latinoamericano…
Gustavo Sainz fundamenta el haber aceptado la dirección del Departamento de Literatura de Bellas Artes en los siguientes propósitos:
  • Llevar la literatura, que en principio es pensamiento crítico, a nuestra vida cotidiana.
  • Promoción de escritores que nos ayudarán a conocernos a nosotros mismos y harán frente decidido al coloniaje cultural.
  • Por ser obligación del intelectual “vivir por las ideas, para las ideas y sufrir por su difusión”, asumir la responsabilidad total de dar a conocer obras de aquellos que escriben, “me gusten o no”.
  • Comunicar su propia experiencia como militante de la literatura para orientar en problemas legales, como el de derecho de autor, fomentando las asociaciones de escritores, que no han funcionado.
  • “¿Qué tal si a los premios nacionales creados por Oscar Oliva (ensayo, poesía, cuento), puedo agregar el de novela?”
  • Aprovechar fuerza política para que se publiquen materiales seleccionados, recomendados por el Departamento de Literatura, en el gobierno (FCE) o en editoriales de la iniciativa privada.
  • Crear asociaciones de escritores para ayudar a escapar a escritores de regímenes totalitarios o salvar sus textos (como es el caso, ahora, en Chile).
  • Coordinar a escritores, darles el lugar que se merecen, confrontarlos con el público, presentarlos ante él, ofrecer exposiciones didácticas para que los escolares se interesen por los escritores actuales (que sepan quién fue Guzmán, quién Revueltas).
  • Apoyado en el Estado, luchar para conquistar tiempo en estaciones de radio y televisión, y así marginar las aventuras de un detective de San Francisco y poner en ese espacio, por ejemplo, el programa de lo que leen los estudiantes del CCH.
Etcétera. El divorcio literatura-vida cotidiana es tal, que Sainz piensa solamente en lo que puede hacer.
“Sí –reafirma–, divorcio absoluto… como en la mayoría de los países capitalistas. Pero por ejemplo, en Cuba, Checoslovaquia, la URSS, donde hay una literatura oficial, ésta inunda el mercado, y al aparecer una obra se forman largas filas para conseguirla. En México, afortunadamente, no tenemos cultura oficial (claro que Monsiváis piensa que el homenaje semanal a la bandera en los colegios es cultura oficial). Porque en la cultura oficial están gentes tan disímiles como Rivera, Huerta, Siqueiros, Novo… es una situación dúctil, abierta.”
Y añade, con su voz pareja, con su mirada directa bajo cejas pobladas:
“El paternalismo de Estado siempre ha alcanzado en México a escritores y artistas. Pero muchos han sabido mantener una tradición de lucidez y crítica.”
Ejemplifica: Sociedad Mexicana de Pintura, la joven literatura mexicana, “la cual da carta de ciudadanía a las palabrotas de un época excesivamente pudibunda, los sesenta”.
Pero esa distancia literatura-vida cotidiana (en una sociedad donde ser escritor, ha explicado Sainz, es “la última o casi la última de las profesiones”)… ¿cómo se acortará?
“Con la imaginación”, dice:
–¿Y el presupuesto, la economía?, se le pregunta.
–La economía está supeditada a la imaginación.
Pero no quiere decir con esto que el dinero no cuente, ya que comprende que entre nosotros “como el que el escritor pobre es bien visto”. Será necesario el dinero para sacar al escritor del clandestinaje, a través de: carteles que anuncien actos, publicaciones dignas y circulación eficaz, buena redistribución para que compre libros (pues las bibliotecas en México no sirven) e inclusive para que tenga una máquina de escribir.
Dignidad del escritor: que le paguen sus intervenciones en la televisión, porque resulta que nunca sucede así, mientras que una intervención del “último actorcito” es remunerada.
No está de acuerdo en que el INBAL desaparezca, porque es toda una infraestructura cultural indispensable.
“Si revisamos los últimos 30 años, no hay artista o escritor que haya podido dar la espalda al INBAL; es necesario como organización, formar artistas, imparte docencia. De acuerdo a los hombres que lo ocupan, puede ser práctico y estimulante, o nefasto.”
Se refiere así a su director:
“Afortunadamente, el licenciado Bremer, que a su juventud suma optimismo a prueba de balas, tiene una enorme capacidad de trabajo y una imaginación diabólica.”
La relación entre intelectuales y artistas con el poder ha sufrido una revalorización en México en los últimos años: ¿Siente el autor de Gazapo un conflicto en su nuevo puesto?
“Hay que pensar que México es un país de sexenios –contesta– y hay que pensar que el escritor es como el chivo expiatorio de la humanidad. Tiene que escribir los sueños de los demás y padecer la picota por los demás. Alguien tiene que asumir la promoción de la literatura desde el ángulo oficial. Creo que la mejor estrategia ahora (y ésta cambia con los años), es presentarse a la lucha desde esta trinchera.”
Acepta que corre el “riesgo oficial”, pero rechaza que perderá independencia:
“Como muchos hombres me comprometo a ser fiel a mis principios y tratar de mantenerme fresco.”
Pero añade:
“Tampoco quiero ser campeón de la moralidad pública: pienso que la mayoría de la gente busca ejemplos morales en los hombres públicos porque siente vergüenza de su propia inmoralidad”:
–¿Es que la gente no tiene derecho a exigir moralidad de los funcionarios públicos?
–Sí –ataja–, como yo también tengo derecho de exigir credibilidad; hay que creer en los hombres hasta en la hez, hasta en el escenario.
Y enumera problemas de México: mala distribución, demasiada verborrea oficial, ciudades cada vez más incómodas, violencia en ascenso, lucha encarnizada entre grupos inescrupulosos por el poder, millones que no hablan español, hambre. Y se pregunta: ¿Qué puede hacer, ante esto, la novela?
“Su función –dice–, es evidente: acusar que esto existe, señalar qué tan estúpida es la burguesía, cómo se enajenan los jóvenes, mostrar la vida sexual del obrero o del estudiante universitario.”
Señala que “los intelectuales norteamericanos no pararon la guerra de Vietnam”, pero “escandalizaron al público diciéndole que la guerra estaba ahí”. Dice que “pocos libros han cambiado al mundo” (y, desde luego, ninguna novela), pero demuestra cómo revolucionadores de nuestro tiempo (Marx, Freud, Darwin, Einstein), leían o escribían novelas o se inspiraban en ellas. Porque la novela:
“Amplía nuestro campo de experiencia; agudiza nuestra sensibilidad; nos enseña a mirar sobre nosotros mismos; enriquece el vocabulario; nos modifica.”
Añade:
“Es muy dudoso que un delincuente se inspire para sus crímenes en la lectura de libros; así como siento que quien lee novelas se vuelve un poco más triste. El mundo es inconcebible sin libros: es la memoria de la humanidad.
“Los adolescentes mexicanos saben más de la Guerra de Secesión, del FBI y de los arsenales del ejército de Estados Unidos, que de la Decena Trágica, la muerte de Rubén Jaramillo o la Intervención Francesa. Es que ven las escenas de la televisión… y éstas las hacen los escritores.
“Mientras no tengamos escritores conscientes de sus deberes sociales y políticos, no tendremos buenas historias de televisión.”

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