jueves, 15 de enero de 2015

La oligarquía quiere todo el poder del fuego contra el descontento popular

Por:  / 15 enero, 2015
violencia, represión
Para algunos miembros de la oligarquía resulta inexplicable que las fuerzas armadas no respondan con todo el poder de fuego que les da el Estado a lo que llaman “provocaciones en busca de mártires”. Consideran que sería muy fácil acabar con el descontento popular ordenando a las tropas usar sus armas, tal como se hizo en 1968. Argumentan que la decisión de Gustavo Díaz Ordaz de reprimir el movimiento estudiantil “salvó al país”. Nada más alejado de la realidad, pues México no sólo es una nación mucho más compleja que lo que fue hace cinco décadas, sino que el entorno internacional es también mucho más dramático.
Los acontecimientos en varios estados demuestran que la escalada de protesta social aumenta cada día, no porque el pueblo quiera “mártires” sino porque el grupo en el poder le está cerrando las vías pacíficas para dirimir controversias. El colmo será que en los comicios de julio próximo la derecha quiera hacer de las suyas en las urnas, entonces sí la situación nacional adquiriría perfiles de ingobernabilidad de alcances impredecibles. Al justo descontento de las masas por las terribles condiciones que se están viviendo en la mayor parte del territorio nacional, se sumarían las protestas de carácter político y sería muy difícil apagar el “incendio” social consiguiente.
La élite oligárquica y no pocos miembros de las clases medias conservadoras están muy alarmados, no por la descomposición del tejido social sino por la “pasividad” de las fuerzas armadas para reprimir a quienes osan protestar contra la realidad que se está viviendo en Guerrero y Michoacán. Quisieran que los soldados usaran sus armas con la fiereza que se usó para matar a Rubén Jaramillo y su familia en el sexenio de Adolfo López Mateos. Afirman que tan extrema medida puso fin a las protestas en el agro porque se estaba frenando la reforma agraria. No fue así de simple: lo que se logró con ese incalificable homicidio múltiple fue poner fin a una etapa y dar comienzo a otra en Morelos, exclusivamente.
El narcoestado que desgobierna al país se vería rebasado si las movilizaciones masivas de tipo espontáneo se salen de control. Esto es lo que ha frenado una respuesta como la de Díaz Ordaz en 1968, no la falta de “huevos” de los altos mandos para reprimir con la mayor violencia a las masas contestatarias. Ciertamente, si quisieran podrían hacerlo, pues para eso se modernizaron las tropas de tierra, mar y aire. Sin embargo, una vez activada la represión, el enojo popular sería muy superior a la capacidad de respuesta que tienen las fuerzas armadas, sobre todo en el aspecto psicológico.
La moral castrense se derrumbaría muy pronto, mientras que la del pueblo iría al alza, no sólo por el incremento de su rabia largamente contenida, sino porque surgirían líderes sociales carismáticos que sabrían, por mero sentido común y conocimiento de la gente, enardecer a las masas sin importar entonces el número de mártires que haya que poner. Así que se equivocan rotundamente quienes consideran que lo que hace falta en esta hora es reprimir arteramente a los grupos que protestan en Guerrero, Michoacán y otros estados donde hay graves conflictos, porque una decisión de tal magnitud pondría en marcha la fuerza de las masas para responder a las injusticias, abusos y provocaciones de la oligarquía.
Lo perturbador de la situación actual es que la falta de oficio del gobierno federal está orillando a que la crisis política que se está viviendo, desemboque más temprano que tarde en una violencia que se puede salir de control, como sucedió el lunes en Iguala, donde un grupo de familiares y amigos de los normalistas de Ayotzinapa desaparecidos, se manifestaron violentamente frente al cuartel del 27 Batallón de Infantería. Poco faltó para que el zafarrancho resultara con un alto número de “mártires”, cuyas consecuencias serían terribles para el país.
Más alarmante es que las cosas seguirán cada vez peor, porque el grupo en el poder no acepta que sus políticas públicas son las causantes directas de la crisis generalizada que estamos viviendo los mexicanos. No es que queramos “mártires”, sino que nos están cerrando las puertas de una civilidad democrática, cada vez más lejana por la voracidad de la oligarquía, la corrupción imperante y la falta de oficio político de la alta burocracia.

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