domingo, 25 de noviembre de 2012

Lluvia fecal: justicia poética



Durante el desfile militar del 20 de noviembre, al pasar justamente delante del balcón presidencial, una pirámide humana formada por jinetes del cuerpo de caballería del ejército se vino abajo. Dos de los acróbatas que se encontraban en la cima de la figura sufrieron durísimos golpes al chocar contra el asfalto del Zócalo y perdieron el conocimiento.

    El accidente impresionó en forma notable los rostros de Felipe Calderón, Margarita Zavala y sus dos hijos varones (la niña, en esta ocasión, no asistió o no fue captada por las cámaras de la prensa que registraron la escena). Cuando los médicos detectaron signos de gravedad en la salud de los caídos ordenaron su traslado al hospital de la Zona Militar Número uno, ubicado en las Lomas de Sotelo.

    Para socorrerlos, acudieron dos enormes helicópteros de la Fuerza Aérea, pero al descender sobre la plancha de la también llamada Plaza de la Constitución, el viento de las poderosas hélices removió el excremento que habían dejado más de mil caballos y levantó una pestilencia insoportable, que obligó a los niños Calderón Zavala a oprimirse las fosas nasales con expresión de asco.

    Un instante después, pequeños y medianos fragmentos de heces fecales volaron hacia el balcón presidencial y cayeron sobre Calderón, Margarita y los niños, quienes como si hubieran sido atacados por una plaga de piojos comenzaron a quitárselos de la cabeza y de la ropa e incluso de la banda tricolor que el mortífero hombrecitos de Los Pinos se colocó el primero de diciembre de 2006, iniciando una de las etapas más sangrientas y desastrosas en la historia de nuestro país.

    Para quienes observan la agonía del sexenio contabilizando en términos generales el abrumador número de vidas humanas que Calderón sacrificó en el altar de su inútil guerra “contra” el narcotráfico –que fortaleció como nunca al narcotráfico-- y para quienes bien saben que el felipato, espuriato o fecalato si por algo se distinguió fue por la corrupción ilimitada que se desató desde el primer día de esta tragedia, de la que el país tardará muchos años en recuperarse (si acaso lo logra), la lluvia de estiércol fue un acto de justicia poética.

    Una metáfora de incomparable belleza que ni el más ácido de los poetas satíricos, ni el más feroz caricaturista, ni el más socarrón de los escritores pudo haber imaginado con mayor precisión y exactitud.

     El video que registró este paradójico y a fin de cuentas feliz incidente fue grabado por una cámara de Milenio y, por lo que se aprecia en el ángulo inferior derecho de la imagen, transmitido a las 22:05, supuestamente, del día de la fecha. No obstante, la noticia no estremeció a la opinión pública pues fue ocultada por todos los diarios (o escondida en alguna página donde nadie la vio), lo que ilustra el terrible momento histórico por el que atraviesa la gran prensa del país.

    Peor aún, tampoco parece estar disponible en Youtube, pero si alguna de las personas que lleguen a leer esta columna lo encuentra, mucho se le agradecerá que proporcione el link para que todo el mundo lo conozca. Reponiéndome de un leve malestar que me impidió escribir el Desfiladerito de ayer, hoy también estaré en Twitter, en la cuenta @Desfiladero132, atento a los preparativos de las protestas contra la toma de posesión de Peña Nieto, que en la ciudad de México se realizarán el primero de diciembre a partir de las 10 de la mañana en el Angel de la Independencia. Y sin otro asunto que tratar por ahora, aquí nos leemos el lunes, como de costumbre. 
   
    
Jaime Avilés

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