sábado, 27 de octubre de 2012

Vivir del plagio

 

El escritor peruano Bryce Echenique en un retrato de 1982. Foto: Juan Miranda
El escritor peruano Bryce Echenique en un retrato de 1982.
Foto: Juan Miranda
MÉXICO, D.F. (Proceso Jalisco).- En apenas un mes, dos premios artísticos relacionados con la Universidad de Guadalajara –uno que pretende ser de carácter nacional y otro de alcance internacional– fueron concedidos a otras tantas personas que probadamente han recurrido al plagio.
El caso más reciente es el de la recién rebautizada Bienal Nacional de Pintura José Atanasio Monroy, organizada y patrocinada por el Centro Universitario de la Costa Sur de la UdeG, con sede en Autlán. El otro es el del vergonzoso Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances de este año, un galardón que entre 1991 y 2006 fue conocido como Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo. Esa denominación se perdió a causa de un conflicto entre los herederos de Rulfo y el comité organizador del premio, particularmente con el exrector Raúl Padilla, presidente de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) y mandamás de la UdeG.
Aunque el premio Monroy nunca ha sido particularmente cotizado, venía resultando de particular interés para pintores primerizos de Jalisco que aspiraban a ganarse un dinero (varias decenas de miles de pesos), aun cuando se tratara de un concurso de adquisición, pues desde que fue instituido, a finales de los noventa, el CUC Sur se queda con los cuadros ganadores. Sin embargo, la bolsa de dichos premios vino drásticamente a la baja (el primer lugar pagaba 50 mil pesos y este año se redujo a 30 mil), y de ser un concurso anual fue convertido en bienal y todavía sus organizadores han tenido las ínfulas, o más bien la demencia, de querer convertirlo en un pretendido certamen “nacional”.
Para colmo, este año, en su debut como “Bienal Nacional”, el primer lugar del premio José Atanasio Monroy recayó en un cuadro de un joven que responde al nombre de César Julián Cervantes Terríquez, quien literal y descaradamente utilizó como elemento central de su obra tres fotografías de la serie Smoking Kids, realizada el año pasado por la artista belga Frieke Janssens. En las tomas aparecen dos niños y una niña fumando. Luego de que Alejandro Alvarado descubriera y exhibiera en el diario Mural (jueves 11 de octubre de 2012) esta copia descarada de las imágenes de Janssens, tanto los sorprendidos integrantes del jurado como el ladino pintor premiado salieron a dar explicaciones tan descosidas como poco convincentes, aduciendo que no se trataba propiamente de un plagio, sino de una “recreación”, de una “hibridación”, de la “utilización de imágenes que están al alcance de todo mundo” y que, por lo tanto, no hay motivo suficiente para retirarle el premio a un pintor bueno para hacer copias… y pasarse de listo.
Triste caso el del joven Cervantes Terríquez, quien comienza su carrera con una mala carta de presentación: como un pintor tramposo, a quien le da por apropiarse de creaciones que no son suyas y que consigue sorprender a un jurado desaprensivo, un jurado cuyos integrantes seguramente actuaron de buena fe, al desconocer que el cuadro que habían premiado no era una obra original. Hasta ahí todo se explica. Pero, ¿por qué al ser descubierta la artimaña no decidieron revocar el premio? ¿Acaso por orgullo y por un amor propio mal entendido?
Cuando en el ámbito deportivo se descubre que equis competidor se ha valido de sustancias prohibidas para mejorar su rendimiento, no sólo se le retira el galardón obtenido de mala manera, se le sanciona severamente. ¿Y por qué en las competencias que tienen que ver con las manifestaciones artísticas e intelectuales no debería ocurrir lo mismo? ¿Por qué lo que es transa en el deporte, en el arte no ha de ser también una chapuza? ¿Y por qué incluso hay quienes hasta tratan de presentar esa conducta deshonesta como virtud?
Estas mismas preguntas valen para el caso del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, el cual recayó este 2012 en un autor que se ha vuelto tristemente célebre por ser un plagiario serial: el escritor peruano Alfredo Bryce Echenique.
Por múltiples razones, este caso es mucho más grave que el anterior. Y ello porque, por principio de cuentas, los integrantes del jurado sabían perfectamente que el autor de Un mundo para Julius había sido denunciado como plagiario por escritores de varios países, quienes en su momento no daban crédito cuando vieron la publicación de artículos y ensayos de su autoría firmados por Bryce Echenique. Los jueces del Premio FIL sabían también que el mencionado escritor plagiario había sido hallado culpable por los tribunales de Perú, donde le impusieron incluso una sanción por más de 50 mil dólares.
Y aun con ese antecedente, el jurado conformado por el peruano Julio Ortega, el mexicano Jorge Volpi, la colombiana Margarita Valencia, la argentina Leila Guerriero, la puertorriqueña Mayra Santos-Febres y el británico Mark Milligng­ton decidió elegir “por unanimidad” a Bryce Echenique como ganador del Premio FIL 2012, dotado con una bolsa de 150 mil dólares, un dinero que mayoritariamente aportan instituciones y organismos públicos, como la UdeG, el gobierno de Jalisco, los ayuntamientos de Guadalajara y Zapopan, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, el Fondo de Cultura Económica y el Banco de Comercio Exterior.
Hasta el momento de entregar este artículo (martes 16 de octubre) ningún representante de las instituciones mencionadas, que con el dinero de los contribuyentes patrocinan el premio en cuestión, se había pronunciado sobre el particular, no obstante la indignación que este caso ha despertado entre círculos intelectuales y académicos del país y aun del extranjero. Ante el asedio de reporteros, sólo dos funcionarios de la UdeG (el exrector Raúl Padilla, en su condición de presidente de la FIL, y Dulce María Zúñiga, directora del Comité Técnico del Premio FIL), dijeron que respaldaban el fallo del jurado.
Por su parte, el jueves 4 dicho jurado se curó en salud al emitir un comunicado para confirmar su postura de otorgar a Bryce Echenique el Premio FIL 2012 por “su aporte a las letras hispanoamericanas”, y que si el escritor peruano estaba involucrado desde 2007 en acusaciones y sanciones legales por casos de plagio, eso era competencia del “ámbito penal y corresponde a los tribunales –no a un jurado literario– decidir sobre ese asunto”.
De manera simultánea a la difusión de ese comunicado, tanto Ortega como Volpi, integrantes del jurado de marras, salieron a responder “a título personal” a quienes no son partidarios de que se premie, y menos con fondos públicos, a un escritor adicto a robar escritos ajenos. Para ellos, la oposición y el alboroto sólo se pueden explicar por la “envidia” de los espíritus mezquinos que siempre le andan buscando defectos a la grandeza ajena. Volpi, en particular, publicó en su blog (Boomeran(g)) que se trata de simples “alaridos de la inquisición literaria”, cuya “actitud, disfrazada de cruzada moral, en realidad esconde el virus de la intolerancia y el autoritarismo” (La Razón, lunes 8). ¡Quién lo dijera! ¡Ahora resulta que oponerse a que un escritor tramposo y delincuente sea premiado con dinero de los contribuyentes es signo inequívoco de “intolerancia” y “autoritarismo”!
Sin embargo, más allá de quienes pretenden defender lo indefendible con declaraciones ingenuas, desinformadas, ridículas o biliosas, lo verdaderamente grave del caso es que la UdeG y otras instituciones públicas vayan a premiar a dos personas tramposas (a un pintor primerizo y a un escritor añejo) que tienen otra cosa más en común: parecen estar muy frescos y cómodos en su papel de plagiarios.

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