domingo, 8 de abril de 2012

Falsificadores de la historia; el odio al cura Hidalgo

 
Pedro Salmerón Sanginés
Los desmitificadores de que hablamos en el artículo anterior han dedicado miles de páginas a desacralizar a los falsos héroes, empezando por el primero de ellos: don Miguel Hidalgo y Costilla. Se han impuesto como tarea convencernos de que era un criminal y no hay razón ninguna para llamarlo Padre de la Patria, sólo que al hacerlo, como acostumbran, mienten y falsifican la historia.
Naturalmente, llamar Padre de la Patria a un personaje es una convención. Elegir alguna fecha para celebrar es también una decisión más o menos arbitraria: algunos de nosotros elegimos la madrugada del 16 de septiembre de 1810, como también podría ser el 6 de noviembre de 1813, e incluso el 27 de septiembre de 1821, como fecha para conmemorar la Independencia, de la misma manera que los estadunidenses eligieron la Declaración de Independencia, en 1776, y no la victoria final contra los británicos, ocurrida años más tarde. Cada quien, pues, elige. Nosotros hemos elegido a Hidalgo y aquella madrugada de septiembre; ellos han elegido el triunfal desfile de Iturbide y Guerrero en la ciudad de México. Para ambas elecciones hay fundamento, pero los desmitificadores se han empeñado en desmitificar a Hidalgo y, para hacerlo, tienen que mentir.

A José Manuel Villalpando, Hidalgo le cuesta mucho trabajo. En su biografía del párroco de Dolores, el encargado o ex encargado de los festejos del bicentenario (y parcialmente, de la famosa Estela de Luz) se deshace en elogios del buen sacerdote, mostrándolo siempre como tal, buen sacerdote. Hidalgo es un buen sacerdote imbuido de una causa santa.
¡Ah!, pero de pronto el buen párroco es arrastrado por las circunstancias y poseído por un frenesí libertario que lo arroja a inenarrables excesos y terroríficas matanzas. No es Hidalgo el que les horroriza sino la turba, la anárquica muchedumbre, la desordenada multitud que esa misma noche habría de convertirse en una horda sin control (Armando Fuentes Aguirre (Catón), Hidalgo e Iturbide, p. 39). Para Juan Miguel Zunzunegui, no hay nada en Hidalgo fuera de eso, como lo muestra desde el título capitular Hidalgo: ¿guerreros insurgentes o turba saqueadora?: y lo más importante, sus cuatro meses de saqueo, cuatro meses que fue lo único que duró su guerra, no tuvieron relación alguna con la verdadera obtención de la libertad, y se sigue de frente contra el bribón del cura (Zunzunegui, Patria sin rumbo, p. 58 y ss.)
Odian en Hidalgo que haya caído bajo el terrible influjo de las masas: el 14 de abril de 2010, en una videoconferencia, Villalpando afirmó que Hidalgo promovió el matar gente a diestra y siniestra, lo que explica las más de 22 mil muertes sufridas en el país desde 2006 a la fecha, como producto de la guerra contra el narcotráfico. El Hidalgo sanguinario y criminal prefigura, según ellos, la criminalidad inherente al mexicano (Luis Hernández Navarro, La Jornada, 3 de agosto de 2010).
Es esto: la canalla, la plebe, la turba que saquea y se baña en sangre lo que asquea a los Catón, los Villalpando, los Zunzunegui. El grueso de sus textos sobre Hidalgo se detiene en los ríos de sangre de inocentes y omite su proyecto revolucionario, continuado por Morelos. A ese tema, a los decretos de Hidalgo en Guadalajara, a su proyecto social, a sus ideas como caudillo revolucionario, Villalpando le dedica apenas dos párrafos (Miguel Hidalgo, pp. 99 y 123).
Zunzunegui es peor: repite hasta la náusea que Hidalgo nunca mencionó la palabra independencia, que no tenía proyecto y que sólo sus rencillas personales lo llevaron a desatar a aquella turba saqueadora (México: la historia de un país construido sobre mitos, pp. 26 y 75; y Patria sin rumbo, pp. 25 y 58-64). Incluso, afirma rotundamente, es imposible saber qué ideas tenía Hidalgo o si las tenía, pero si tuviéramos que basarnos en lo que gritó, vemos una invitación a pelear por el rey de España y del dominio de la religión (Patria... p. 62). Un poco más allá está la fabulosa posición de Luis González de Alba, quien afirma sobre Morelos, en una lectura de los Sentimientos de la nación aún más presentista y descontextualizada que las de Villalpando o Zunzunegui: ¿A esa canalla intolerante y fanática estamos celebrando? Pues sí, porque seguimos padeciendo los mismos defectos, y por ellos seguimos hundidos en la pobreza (Nexos, septiembre de 2009).

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