lunes, 27 de febrero de 2012

Cárcel y drogas .

La opinión pública no pasa lentamente de un tema que la motiva a otro; lo hace a saltos, bruscamente, inducida y alentada por los medios de comunicación, especialmente por la televisión y sus programas reiterativos y amarillistas; se comete un crimen en un casino y todos vuelven (volvemos) los ojos a las casas de juego; hay una masacre en una cárcel y todo mundo discute sobre reclusorios.


Hasta que murió mucha gente en un casino de Monterrey las autoridades empezaron a preocuparse por las licencias de esos centros de vicio, por sus sistemas de seguridad y por su carácter de negocios que facilitan el lavado de dinero; en algunos lugares se prohibieron, varios se clausuraron y se opinó acerca de su pertinencia como atractivos turísticos y sobre la posibilidad de proscribirlos definitivamente.


Algo parecido sucedió cuando varias decenas de pequeñitos murieron en el incendio de una guardería del Instituto Mexicano del Seguro Social; hasta que aconteció la tragedia, todo mundo, empezando por las autoridades, se dio cuenta de que la concesión del servicio a particulares era muy arriesgada y de que se trataba de un negocio lucrativo, con poca inversión y discreto, propio para beneficiar, otorgándolo, a familiares y amistades.


Matan a más de 40 personas, para que algunos delincuentes de alto rango puedan escapar de la cárcel, y la opinión pública, agitada por la noticia terrible y solidarizada con los familiares de los reos que exigen información, clama por que se tomen cartas en el asunto. De golpe, recordamos que hay hacinamiento, violencia, armas, drogas, alcohol en los reclusorios y que es uno de los pendientes más graves de nuestra sociedad.


Como la atención social va a saltos, a brincos, de un tema a otro, podemos hoy aprovechar para señalar la estrecha relación que hay entre el problema de los reclusorios y el más grave y amplio de las drogas; son dos fenómenos entrelazados que se han agravado y crecido juntos. Los reclusorios siempre han sido lugares de sufrimiento e injusticias. Recordemos que la Penitenciaria era conocida como el Palacio Negro de Lecumberri; sin embargo, desde que la vida de estos centros llamados de readaptación social gira alrededor de la droga, la corrupción y la violencia se han recrudecido.


Un tema de actualidad, nuevamente, es el de la legalización de estas sustancias. Hay bandas armadas, luchas entre ellas y en la sociedad un clima crispado, porque las drogas están prohibidas y quienes trafican con ellas son perseguidos como delincuentes. Los accionistas y directivos de las grandes empresas alcoholeras son personajes muy reconocidos en sociedad, en cambio los vendedores de mariguana son entes rechazados y perseguidos; ambos sin duda envenenan, cada uno a su modo, a las personas.


No sería fácil y quizá imposible, por la globalización y la dependencia creciente de la primera economía del mundo, que de un plumazo y de un día para otro se despenalizaran las drogas, pero es conveniente, en primer lugar, discutir con amplitud y con inteligencia el tema y después formular una estrategia para cambiar el actual modelo de atención al problema, que tantos daños acarrea.


Durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador en el Distrito Federal, en mi calidad de procurador general de Justicia, propuse que como parte de los programas de salud en los centros de readaptación social se estudiara la posibilidad de entregar drogas a los reclusos que las requieren, procurando simultáneamente que los adictos se sujetaran, cuando fuera posible, a tratamientos para su curación.


La propuesta iba encaminada a remover la principal herramienta que los delincuentes tienen dentro de las prisiones para controlarlas y gobernarlas en sustitución o a la par que las autoridades legítimas. Un adicto, urgido por la necesidad, es capaz de todo con tal de obtener la sustancia que su organismo le exige. De esa manera, quien puede proporcionársela se convierte en su amo o jefe, y el adicto hará lo que se le ordene y conseguirá lo que se le pida con tal de satisfacer su ingente necesidad.


En los reclusorios quienes controlan la droga controlan la economía interna y se convierten literalmente en señores de horca y cuchillo; en sus manos están las vidas y la suerte de los reclusos. Si las drogas se proporcionan bajo estricto control sanitario y por la autoridad legítima hay una oportunidad de cambiar las cosas y experimentar, en un universo cerrado controlable, la posibilidad de combatir estas sustancias tan nocivas a los seres humanos, individual y colectivamente, con métodos distintos a los de la persecución, las balas y las altas penas de prisión.


La propuesta abrió un debate que se interrumpió lamentablemente con los intentos del gobierno federal por desestabilizar al de la capital, que tuvo que defenderse de los ataques económicos y neutralizar el intento absurdo del desafuero. Nuevamente por los acontecimientos de estos días, el tema se pone en el tapete de la discusión.

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