miércoles, 12 de octubre de 2011

Zedillo y los homicidios de Acteal, Aguas Blancas y El Charco



Alvaro Cepeda Neri
Conjeturas


Durante 1994-2000 la silla presidencial, ensangrentada por el crimen salinista del candidato del PRI a la Presidencia de la República: Luis Donaldo Colosio Murrieta, fue ocupada por Ernesto Zedillo Ponce de León, hoy a sueldo en dólares por las empresas que privatizó a favor de capitales estadounidenses y dizque profesor en la Universidad de Yale (¡qué desvergonzados!) para analizar los movimientos sociales contra el capitalismo salvaje y corrupto. Su secretario particular fue Liébano Sáenz Ortiz (hoy asesor de Peña). Los dos solaparon el genocidio que tuvo lugar en Acteal, Chiapas, (Zedillo y el güerito de Liébano odian a los indígenas); y la matanza en Aguas Blancas y El Charco, en Guerrero; porque estaban hartos de los campesinos y para echarle la responsabilidad al no menos nefasto desgobernador guerrerense de entonces Rubén Figueroa.
Zedillo, para dejar hablando sólo a Salinas y porque nunca se encontró a gusto en México, se fugó al país del Norte que ama. Nunca fue priísta, pero no obstante ser el coordinador de la campaña de Colosio, tras su homicidio, nunca fue a Lomas Taurinas, teniendo como espía a un cómplice que le notificaba, minuto a minuto el desenlace del asesinato del sonorense, y al que luego hizo gobernador de Oaxaca, como premio. Suponía Zedillo que sus omisiones en Acteal, El Charco y Aguas Blancas estaban olvidadas y en la impunidad. Y resulta que, domiciliado en Connecticut, ha sido demandado en la Corte de esa entidad por familiares de los 45 indígenas asesinados por la espalda, cuando hincados rezaban en su iglesia, como parte del Plan de Campaña: Chiapas 94, que buscaba exterminar a los integrantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).
En nuestro presidencialismo plagado de abusos, corrupción y decisiones a la luz de que “el poder es el poder de matar”, se han perpetrado homicidios individuales y colectivos cuando menos desde el porfirismo, acentuados desde el matón y alcohólico (como en los filmes: cualquier parecido con alguien es pura coincidencia) Victoriano Huerta y luego de Carranza hasta hoy. Así que los 45 indígenas que mataron en Acteal, cuando el hoy peñanietista Chuayffet dijo ignorar porque había ingerido “algunos chincholes”, tiene el tufo de haber sido ordenado desde los pasillos zedillistas (como el homicidio de Colosio y otros tantos, desde los pasillos del poder salinista).
Diez familiares de esas víctimas, con pruebas (pues de otra forma el despacho de abogados estadounidenses no lo llevaría a cabo), han acusado al hipócrita Zedillo como autor intelectual de esa masacre. Y ya es hora que un alto funcionario sea llevado ante los tribunales, como lo será Calderón por el abuso del poder militar y policiaco, con el que ha atropellado a mexicanos que nada tienen que ver con la delincuencia. Zedillo, su entonces procurador (Jorge Madrazo) y su todavía hoy, secretario particular Liébano Sáenz, deben ser presentados por su participación en esa matanza. Zedillo debe responder por actos y omisiones que repitieron tales masacres, en Aguas Blancas y El Charco.

cepedaneri@prodigy.net.mx

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