miércoles, 24 de agosto de 2011

Sicilia, Wallace, Martí, Morera

Miguel Ángel Granados Chapa.

La insólita fuerza del Movimiento por la paz con justicia y dignidad logró, por su componente ético y su capacidad de integración de distintos reclamos sociales, forzar a los tres poderes de la Unión a un diálogo sobre la grave emergencia nacional, del que surjan soluciones que sólo pueden ser acordadas con, y puestas en práctica por el Estado mismo. Conforme esa fuerza moral y esa capacidad de movilización social se han delineado, han surgido desde reticencias hasta francos ataques a demandas que inicialmente parecieron ser bien acogidas.

El propio Movimiento quedó en riesgo de quedar pasmado en la sola agitación social, pero superó ese escollo y reanudó sus encuentros con el Congreso y el Ejecutivo. Ante la inminencia de ese restablecimiento de vínculos con los poderes, militantes de otro movimiento civil previamente instalado en la escena pública, No más sangre, reprocharon esa línea de acción a Sicilia. Ya antes, grupos que se agotan en la protesta y la denuncia habían censurado el propósito del pacifismo de Sicilia de encontrar caminos que derroten a las graves deficiencias y deformaciones que han puesto casi en la postración a la sociedad mexicana.

Desde otros ángulos, se desató una campaña destinada a desprestigiar al poeta que inspiró el Movimiento por la paz, y a la conducción del mismo. Se buscó presentarlo como un líder vulgar, de una movilización social sin ninguna singularidad o, al contrario, como mero cascarón de proa de intereses ocultos. La implicación más burda de esa descalificación conducía a tener al escritor como agente de la delincuencia organizada, en cuyo papel proponía con insistencia el repliegue de las Fuerzas Armadas que combaten a las bandas del narcotráfico.

Desde el gobierno federal se procuró abrir otro flanco desde el cual debilitar la preeminencia social que por su personalidad y su intuición ha adquirido Sicilia. El secretario de Gobernación convocó a los dirigentes de agrupaciones civiles que han recibido atención pública por su activismo en contra de la violencia, uno de los blancos del pacifismo. Dado que el Movimiento impulsado por Sicilia concentró por un momento su esfuerzo en combatir la reforma a la Ley de Seguridad Nacional, Gobernación y buscó apoyo para esa reforma en dirigentes significados por la búsqueda de justicia en asuntos propios, que por lo mismo no parten de una visión amplia del origen de la criminalidad en la gestión de sus propias causas. El Gobierno federal se propuso aminorar así la fuerza del pacifismo siciliano. Al reunir en torno suyo a personas como Isabel Miranda de Wallace, María Elena Morera y Alejandro Martí, el secretario Blake Mora buscó recordar que los reclamos de esas personas son anteriores a los de Sicilia y, aunque sólo fuera por eso, tienen tanto o más derecho que el escritor a ser interlocutores del Gobierno. Ya lo han sido de tiempo atrás y su activismo ha conseguido legislación puntual en torno a delitos en que concentran su atención, el secuestro en particular.

El propósito de Bucareli parece resumirse en la vieja tesis de la manipulación política: Divide y vencerás, y en mostrar que el Gobierno federal no ha esperado a las presiones pacifistas para atender demandas ciudadanas. Habrá que recordarle a su vez al secretario Blake, que entonces estaba lejos de los conflictos nacionales, en su Baja California natal, que hace tres años -cumplidos precisamente ayer domingo- fue suscrito un Acuerdo nacional por la seguridad, la justicia y la legalidad, una suma de compromisos más retóricos que prácticos, en cuya presentación participaron algunos de los activistas que ahora son, en los hechos, tenidos como leales al Gobierno, y que ese acuerdo generó muy escasos resultados, como lo reconoció la señora Morera, antes cabeza del Movimiento Ciudadano Contra la Delincuencia y hoy presidenta de la asociación Causa en común.

Puesto que son personas de buena fe, las señoras Morera, Wallace y Alejandro Martí, que tuvieron dolorosas pérdidas en su ámbito familiar y transformaron su pesar personal, como lo hizo Sicilia, en activismo civil, no serán instrumentos del Gobierno para dividir los esfuerzos de la sociedad en contra de la violencia, tanto la suscitada por las bandas delictuosas como la causada por el Gobierno mismo. Al contrario, es claro que depondrán las diferencias que guardan entre sí o las convertirán sólo en pareceres diferentes, porque al fin y al cabo los anima el mismo propósito: Lograr que los mexicanos vivan seguros y tranquilos. Sería ingenuo ignorar que la cercanía de algunos de esos dirigentes con el aparato gubernamental -la señora Wallace y el señor Martí figuran en una lista de ciudadanos sin partido a los que el PAN podría impulsar a la candidatura presidencial- pueda influir en su visión de los fenómenos sociales. Pero no son quintacolumnistas destinados a estorbar los pasos del pacifismo siciliano.

Los esfuerzos que todos ellos encabezan no contienden entre sí, ni disputan espacios de representación social. El de Sicilia es un movimiento, renuente a adquirir organicidad que puede esterilizarlo; no es una asociación civil como el resto. Éstas tienen objetivos específicos. El Movimiento recoge preocupaciones de mayor latitud y que fueron resumidas por Emilio Álvarez Icaza en San Lázaro el jueves pasado: Cambio de enfoque a la estrategia de guerra; atención integral a víctimas, fortalecimiento del tejido social; y mejor democracia representativa, democracia participativa y democratización de los medios.

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