jueves, 24 de marzo de 2011

RATÓN DE CAMPO (I)

El aire era fresco, el sol se largaba y David gritaba; gritaba solamente murmullos,
creía decir palabras pero se anticipaba su risa y aventaba su camisa como arrojaba su
vida al aire. Portaba unas botas vaqueras, que combinaban con un short amarillo, al cual
su madre le decía correctamente calzoncillo, y mientras la baba seca se posaba alrededor
de la boca, sus ojos expresivos decían mas que sus gritos.
Su madre lo quería bañar, él gritaba, caminaba sin rumbo, sin conciencia, abrazaba
a las personas ajenas con amor, lloraba y no sabia por qué. Si no lo entendían o si no
entendía, el chiste es que no podía entender nada, ni a nadie. Solo quería que lo
escucharan, pero los niños lo tomaban de diversión, gritándole loco, animal, baboso o
simplemente generando un sonido para llamar su atención. Al aviso, David corría tras de
ellos, como jugando a las traes, con un deficiente aparato psicomotor generalmente se
desplomaba en el suelo polvoso y todos se burlaban de él. Dándose cuenta de que
generaba unas risas, lo repetía varias veces hasta que caía la tarde y llegaba doña
Luzberta, su madre, apenada a recogerlo para por fin bañarlo. Su padre era un hombre
serio, trabajaba en el campo y llegaba poco después que doña Luzberta, montado en un
burrito y quemado por el sol, aunque con poca hambre; porque cuando alcanza, en su
itacate incluye frutas, tortillas y agua pura.
Doña Luzberta y Don Gerardo se preguntan aún ¿qué culpa pagan? ¿cual fue el
pecado cometido? Tienen en duda los actos de sus padres, inclusive de sus abuelos... y
aun no encuentran respuesta a la maldición de David; por que así le llamo el padre Vicario
(Párroco de la iglesia del pueblo San Sansan), una maldición, resultado de un pecado no
revelado, pero si visto por Dios, cuya implacable justicia fue a posarse en el pequeño
cuerpo recién nacido de David.
Ellos, a pesar de su ignorancia, su humildad, su temor, su duda, su dolor, cuidan a
su hijo David y lo procuran, lo mantienen, lo quieren aún siendo una “maldición”, lo bañan
por las tardes, le ponen la ropa que él escoge previamente; ropa desgastada, remendada,
agujerada, decolorada, asoleada -pero David la escoge-. Mejor aún, se siente seguro en su
mundo, combinando botas con calzoncillos, corbatas con calcetas de futbolista... nunca
se ve al espejo, él está seguro de él, no está esperando quien lo quiere, quien lo acepta;
tiene un amor enorme a sus padres, a su parque y a su perro, el que come cada vez que
hay sobras; a veces no alcanzan comida porque dependen del temporal y con tantos
cambios en el clima han perdido cosechas o en ocasiones no logran sembrar.
Doña Luzberta y Don Gerardo, cuidan de David en su tierra natal, sin olvidarse de
sus actividades; el hogar y el campo respectivamente. Asisten seguido a la iglesia y desde
el nacimiento de David no tienen relaciones -piensan que su lujuria pudo ser factor
importante de la enfermedad de David-.
Por esos días se escuchaba un anuncio importante por la radio -es necesario
mencionar que solo agarra la señal cuando porta pilas alcalinas, porque si no, se oyen
solo ruidos extraños y de repente un corrido norteño antiguo, que entretiene y alegra
bastante por algunos minutos-. Dicho anuncio exhortaba al pueblo de San Sansan, y
municipios circundantes, a que ayudaran este próximo mes de Diciembre a la colecta
nacional para niños discapacitados: Se debe de ayudar donando desde un pesito hasta lo que
de tu corazón para esta campaña de amor y altruismo... debemos cumplir otra vez el milagro.
Dicho pinche milagrito era exceder la meta de hace un año, aunque fuera por un pesito.
Entonces a Don Mario Elvo el presidente municipal de San Sansan, se le ocurrió
una idea, para el brillante. Fue a casa de Luzberta y Don Gerardo y les dijo que le dieran
todo lo que su corazón pudiera dar, pero con billetes porque que si daban un pesito era
su corazón muy poco y jodido; en pocas palabras, unos humanos sin sentimientos. Para
entonces, no existía la posibilidad de ayuda sobre su amado hijo por parte de esta
campaña de altruismo - por que a pesar de que era para niños con pocos recursos,
inclusive los padres de los niños de la ciudad habían hecho largas filas para obtener cita
y se les había negado el servicio por la elevada demanda y los pocos recursos
recaudados en la última campaña -. Pero si vendían algunos de sus animalitos o sus
tierras, existía una mayor posibilidad de que la caridad visitará al pequeño David; sabían
que si no se mochaban no serían recibidos jamás. Agradecieron a Dios por ser tan
bondadoso y empezaron a contar sus pocos recursos monetarios.
A la mañana siguiente, Don Gerardo amarró de las patas a los tres únicos
guajolotes que llevaban engordando desde enero, para irlos a vender a la placita que se
ponía los domingos enfrente de la cabecera municipal. Además, desensilló su burrito,
pensando que podía caminar para ir a la labor; justificando por esa razón que no era
necesario y que podía ofrecerlo a la venta junto con los tres guajolotes. Llegó con la
ilusión de sanar a David o de al menos darle mejor calidad de vida... después de las
cuatro de la tarde se acerco una señora y le pregunto que cuanto quería por los
guajolotes. A lo que Don Gerardo contesto.
- Setenta y cinco pesos por cada uno. Pensando que abusaba al dar ese precio y
ver el hambre de la señito que preguntaba por ellos, acompañada de sus seis
chilpayates... pero en ese momento recordó que un peso era nada y que eso significaba
no tener sentimientos, según lo que platicaba Mario Elvo. Confundido, preguntó:
- ¿Doñita cuanto trae? ...aparte del hambre de usted y sus seis hijos - pensaba Don
Gerardo.
- No pues apenas le junto treinta y siete pesos - contesto con una voz muy
desgastada, entrecortada y desganada.
- ...Con eso no cubro ni siquiera lo que le he invertido desde enero dándoles de tragar a
estos dinosaurios - pero la nobleza y el verdadero corazón de Don Gerardo, ahora se
expreso en voz alta -. Mire Sra. le doy este guajolote, creo que es el mas llenito por lo
tanto dará de comer mínimo por tres días a usted y a sus hijos, y con los treinta y siete
pesos vaya a comprar frutita y verdura para sus hijos, por que están muy pequeños para
tener tanta pereza y marcas en su carita.
Tomándo de las patas al bofito dinosaurio y estirando el brazo duro de trabajar el
campo, exclamó:
- ¡Se lo regalo!
La señora aseguró en su sonrisa que esa acción era un milagro, y dijo.
- ¡Gracias Señor! Dios se lo ha de pagar, mis hijos por fin comerán correctamente.
- ...Sencillamente lo merecen estos niños. Comer, eso deben de hacer, comer – pensaba
Don Gerardo -. No tuvo que pensar en una distinción para hacer tan noble gesto, el sabía
que al ayudar a esos niños se sentiría bien.
Caía la tarde y Don Gerardo tenia dos guajolotes, un burro y una desesperación un
poco más grande que su hambre. Y como el hambre es cabrona, tomo sus guajolotes,
monto su burro y se dirigió a su casa; después de una hora de camino, llegaron sus
guajolotes, el burro y Don Gerardo a donde en el lavadero ya lo esperaba su esposa y
David, que con la mirada perdida señalaba hacía el cielo con su índice mientras se reía,
gritaba y lloraba. Don Gerardo se daba cuenta de las mil y un necesidades que estaban
rotando a su llegada en casa. Caminó hacía David, se quitó el sombrero y con el pañuelo
de algodón limpió su frente, le dio un abrazo fuerte y susurrándole al oído le dijo:
– Tranquilo mi niño, vas a estar
mejor. Eso de pende de mi y de tu madre -
David restregaba su cabeza en la mejilla de
su padre y reía puramente, sin maldad,
encontrando un rato de paz y confianza
por las palabras de Don Gerardo. Doña
Luzberta con alegría y apretando sus
manos le pregunto:
- ¿Vendiste un guajolote?
- No Luz – le dijo Don Gerardo,
agitando la cabeza con un movimiento de
negación -, no se si estamos mejor o peor
que otros del pueblo.
Le explicó lo que había sucedido en
el pueblo. Doña Luz, orgullosa de su
marido, se quedó sin comentarios y lo
invitó a sentarse a comer, junto con David.
A la mañana siguiente, escucharon
en la radio comunitaria, un aviso que
invitaba a apoyar a los discapacitados: ayúdanos a construir un milagro, haz tus donaciones
en el banco del pueblo... dona, apoya, por ti será posible... Entonces los padres de David,
creyeron el mensaje del presidente de San Sansan que les había platicado unos días
antes en casa, e ilusionados discutieron.
– Viejo, crees que sea nuevamente una tomada de pelo, como el año pasado,
cuando los del gobierno federal nos pidieron una cuota para el levantamiento de un
hospital comunitario en el pueblo y mano de obra para su levantamiento; que hasta tu
trabajaste junto con los demás paisanos. Y si llego el material, bien buenote, y las
varillas... todo, todo, hasta doña Nacha la de la tienda y yo empezamos a creer que ya no
estábamos tan lejos de la visión del gobierno. Y entonces ustedes bien trabajadores,
como siempre, comenzaron a construirlo... hasta que llegaron los burócratas y les
pidieron el permiso... todavía ni estaba registrada la obra, según los abogados del
gobierno... y fue cuando nos dimos cuenta
que nos habían vuelto a ilusionar y
conjuntamente a chingar... ¡y acuerdate!
que a los quince días, dejó el mandato el
tal... el tal... el tal... sepa la chingada su
nombre, ni me acuerdo del presidente
municipal. Al ir a reclamar al palacio
nacional, allá en la capital, nos recibieron a
chorros de agua con unos tanques, que
hasta el Sr. de la forrajeria pensó que era
sabado de gloria... mientras que Luisa
trataba de llenar su botellita de agua, por
que no la dejaban entrar a ningún
restaurante al baño pa' llenarla, entonces...
¿no será la misma situación con este Lic.
el Sr. Mario Elvo?
Don Gerardo, no dejo de mirarla
ningún segundo. Entonces, contesto:
– Posiblemente tengas razón vieja, pero tu también acuerdate que en aquella
ocasión no había ningún anuncio por la radio, por lo tanto no creo que nuestro
presidente vaya abusar. Además, acuerdate que este diez de mayo les regalo unas
cubetas refuertotas y les trajo al cantante... ese que tanto te gusta y que por cierto a mi
me molesta bastante. Aparte los colores de su partido ya son diferentes; antes eran los
de la bandera, que los veíamos por todos lados con sus caritas de pendejos en los
plásticos, prometiéndonos cada cosa que después vimos que fueron puras mentirotas.
Es más, acuerdate que el mismo señor de la forrajería, los junto todos y después no los
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vendía rebaratos para tapar el maíz y los
demás granos. Ahora vieja, hasta se ve
mejor el escudo, solo dos colores azul y
blanco; bueno siguen poniendo sus
caritas de pendejos, pero creo que ya no
son tan pendejos y ellos mismos son los
que pusieron las bocinas en el pueblo pa'
decirnos las noticias mas importantes,
que eventualmente pueden suceder.
Se torno un silencio de pocos
minutos y retomaron al unísono, Don
Gerardo con un gesto le cedió la palabra a
su esposa:
Mira viejo, yo haré todo lo que
pueda y daré hasta mi vida con tal de que
David mejore su situación. No tenemos
otra mas que ayudar a mi David – decía
doña Luzberta al mismo tiempo en que
veía a su niño y le acomodaba el cabello
lacio y resquebrajado que obstruía su
mirada. Hizo a un lado su delantal, para no
ensuciarlo más, abrazo al pequeño David y
con un susurro, llorando le dijo:
- Te compondrás mijo, ya verás que
así será. Entonces se acerco también su
padre, David los abrazo mientras lloraban, sumidos en la desesperación que solo el
hombre humilde conoce... el pequeño solo bostezaba, cansado y con hambre, por el día
que paso en el patio buscando los guajolotes.

Por Juventino Potlatch

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