sábado, 5 de febrero de 2011

Profesionalización del crimen Miguel Ángel Sánchez de Armas


Una explicación simple del por qué existe una amplia y bien estructurada organización criminal alrededor del narcotráfico es que hay consumidores dispuestos a pagar cantidades exorbitantes y, en un sentido más que figurado, incluso dar la vida para transportarse al nirvana prometido por los alcaloides.

Cálculos de las Naciones Unidas indican que un gramo de cocaína puede costar, según su grado de pureza, entre 60 y 200 dólares, equivalentes a entre 12 y 41 días de salario mínimo, es decir, entre 750 y dos mil 500 pesos mexicanos. No tengo idea de la cantidad diaria que consuma un adicto consuetudinario, pero por mínima que ésta sea estamos hablando de una cantidad muy considerable de dinero. Entonces, una vez más, la razón verdadera pasa por la relectura del apotegma de Dumas (padre): “Cherchez l’argent!. O, en términos de los angloparlantes, “Follow the money!” es la premisa para descubrir el crimen.

En un bien documentado informe del Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública (CESOP) de la Cámara de Diputados -que llega al escritorio de JdO gracias a los buenos oficios del maestro Efrén Arellano- se citan estimaciones de investigadores norteamericanos en el sentido de que los recursos manejados por los cárteles mexicanos en el 2008 ascendieron a 30 mil millones de dólares, lo cual representa poco más del 10% de las exportaciones mexicanas en ese mismo año. Otras aproximaciones señalan que esa cantidad es sólo la que ingresa anualmente a México como producto de las actividades del narcotráfico. Un par de datos más de ponderación de la fuerza económica de las organizaciones criminales: el valor del mercado al menudeo de la cocaína, heroína y metanfetaminas es de 55 mil millones de dólares, mientras que el valor mundial del de cocaína es de 88 mil millones de dólares.

Con tal volumen de recursos es comprensible que tanto líderes como empleados de las organizaciones criminales asociadas al narcotráfico estén dispuestos a matar y a arriesgar la vida. También explica la ferocidad con la que luchan por los territorios. Diversos estudios en Estados Unidos, comparados por el CESOP, consideran que las ganancias de los cárteles mexicanos oscilan entre 5 y 7.1 mil millones de dólares.

Con tales pedradas no hay sapo que aguante. O dicho de otra manera, este “unto mexicano” sirve tanto para garantizar la incondicionalidad de los militantes como para comprar lealtades en todos los niveles, y financia auténticas milicias de sicarios. Podemos suponer también que las tareas inherentes a la producción, distribución y venta de drogas se vuelven cada vez más especializadas y definidas, de tal modo que la información sobre las asignaciones de trabajo queda fragmentada para resguardar la identidad y ubicación de los líderes. Es imaginable considerar que la dimensión alcanzada por los mercados de la droga requiere un manejo de planeación financiera y operativa cada vez más compleja, más profesional. Quizá por esa razón se dice que anteriormente el narcotráfico era manejado por capos y actualmente lo es por yuppies, como los acicalados, sonrientes y bien vestidos traficantes que recientemente las autoridades han presentado ante las cámaras de televisión.

El acopio de información del CESOP señala que aproximadamente el 70 por ciento de las drogas que se consumen en Estados Unidos proviene de México –principalmente marihuana y cocaína- y se calcula que el 90 por ciento de la producción mundial de la última es consumida por los estadounidenses. Se ha identificado asimismo que cerca de la mitad de la marihuana consumida por nuestro vecino del norte es ahora de producción local y casera la máxima del “hágalo usted mismo” hasta en los vicios, lo cual ha disminuido una parte del mercado de los cárteles mexicanos. En materia de cocaína los cárteles mexicanos se ocupan básicamente de la distribución, ya que ésta se produce en la región de los Andes.

En términos globales se considera que en Estados Unidos se consumen entre mil y cinco mil toneladas métricas anuales de marihuana, entre 165 y 207 toneladas de cocaína, 44 toneladas de heroína y 19 de metanfetaminas, a pesar de lo cual se estima que el consumo total ha disminuido, en tanto que el europeo ha crecido, de tal manera que se compensa la contracción del consumo estadounidense.

Las cifras colosales de droga consumida por los estadounidenses nos ponen a pensar seriamente en las condiciones de su salud física y mental y por lo menos nos llevan a preguntarnos si son válidos los argumentos de las autoridades de varios países que se resisten a considerar la legalización de las drogas como opción para resolver algunos de los problemas asociados a su consumo, por el ejemplo, el de salud pública.

Los gobiernos han emprendido acciones para intentar socavar el poderío económico de los cárteles. En la frontera se realizan operativos para detectar el traslado ilegal de dinero, procedimiento muy socorrido hasta hace poco pero que ahora se utiliza cada vez menos debido a los decomisos, especialmente desde que se penalizó la introducción de más de diez mil dólares. En 2009 se incautaron cerca de 125 millones de dólares y fueron detenidas 191 personas, cifra muy poco significativa comparada con los 29 mil millones de dólares que se calcula cruzan cada año a México. Para evadir los grandes decomisos, los cárteles prefieren actualmente las operaciones financieras hacia países cuya estructura de operación y sistema cambiario o monetario las facilitan. También echan mano del traslado hormiga para lo cual contratan personas que transportan hasta el límite de diez mil dólares por un pago de 500.

La banca mundial, en general, ha hecho poco para limitar las operaciones ilegales o para detectarlas. A ello responden las medidas gubernamentales aplicadas en diversas operaciones cambiarias. En México, por ejemplo, están los límites impuestos a las transacciones en efectivo y la reciente prohibición para que los comercios capten dólares en billete, así como las tareas de supervisión que realiza la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, creada en 2004, para identificar operaciones sospechosas.

Es incierta la repercusión que han tenido las acciones de los gobiernos de Estados Unidos y de México para minar la economía del crimen organizado, cuyos ingresos cuantiosos en dólares, siempre de acuerdo con datos del CESOP, se destinan al pago de pandillas que controlan las calles, cuidan las casas de seguridad y transportan dinero o personal. Se usan para cubrir los sobornos a políticos o cuerpos policiacos que protegen sus organizaciones, para comprar armas y para adquirir bienes muebles e inmuebles. Una parte queda a resguardo de los líderes que confían en la estabilidad del dólar.

La cara económica del crimen organizado es casi tan siniestra como la que a diario produce asesinatos sangrientos que estremecen a nuestra sociedad, pero es quizá mucho más amenazadora porque del poderío económico proviene su fuerza, sin olvidar que toda esa estructura criminal está soportada por un consumo escandaloso y por las organizaciones criminales que operan en Estados Unidos, lo cual mencionan poco o nada las autoridades de ese país, porque es mucho más fácil venir a dar palmadas en la espalda y declararse “fan” del Presidente por su lucha contra el crimen organizado, como lo hizo la secretaria de Estado, Hillary Clinton, cuando se trata de una batalla que deberían estar librando las dos naciones por igual.

Miguel Ángel Sánchez de Armas

sanchezdearmas@gmail.com

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Miguel Ángel Sánchez de Armas. Profesor – investigador de tiempo completo en el Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP). Doctorando en ciencias de la información en la Universidad de Sevilla, España. Autor de diversos libros, entre ellos Apuntes para una historia de la televisión mexicana; El enjambre y las abejas: reflexiones sobre comunicación y democracia, y En estado de gracia. Conversaciones con Edmundo Valadés. Fundador de la Revista Mexicana de Comunicación y de la Fundación Manuel Buendía, A.C. Ha sido conferencista en universidades del país y del extranjero y tiene numerosas participaciones en congresos nacionales e internacionales. Ejerce el periodismo desde 1968. Su columna semanal “Juego de ojos” se publica en México, Estados Unidos, Sudamérica y España.

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