viernes, 11 de febrero de 2011

Imperio del Silencio: de Ciudad Juárez al caso de Carmen Aristegui. José Antonio Trujeque


Los regímenes autoritarios tienen la tendencia a silenciar las voces y expresiones de inconformidad, de oposición. O de castigar, “reduciendo al silencio”, a las personas que osan y se atreven a cuestionarlas. Es el caso del reciente despido tajante y sin guardar las mínimas formas de respeto a Carmen Aristegui, periodista profesional e independiente. Aunque la administración de Calderón se empeña en lavarse, como Poncio Pilatos, las manos teñidas de su responsabilidad en este grave suceso, nos queda claro que se ha dado una maniobra entre una empresa (MVS) que quiere ser objeto de tratos especiales para hacerse de concesiones, junto con un grupo encabezado con Calderón, quien una vez más, muestra su talante altanero y autoritario.

Se trataba de condenar a Carmen Aristegui al Gulag del Silencio.

Por otro lado, en el país resulta cada vez más tenue esa delgada línea roja entre la violencia administrada por el Estado (militares, policías y paramilitares) y la que resulta de la actividad de la delincuencia organizada. Es de verdad inquietante el preguntarse a dónde va a llegar la escalada ya no digamos en el número de víctimas y de fallecidos, sino en los modos cada vez más descarnados y atroces de una brutalidad cuyos métodos nos dejan atónitos, indignados.

Como es el caso de la familia de Josefina Reyes Salazar, activista de Ciudad Juárez asesinada por manos anónimas en el 2010: el lunes 7 de febrero, fueron víctimas de un secuestro Malena y Elías, de 47 y 58 años de edad, hermanos de Josefina Reyes Salazar, así como Luisa Ornelas Soto, de 52, esposa de señor Elías. Es una familia de activistas y ciudadanos comprometidos, contra quienes parece haber una orden de reducirlos “al silencio de los sepulcros”. ¿Quiénes son los perpetradores y qué fines persiguen? ¿Se trata de la mano de delincuentes, de autoridades corruptas o, como lo presumen los familiares aún con vida, de una simbiosis tipo paramilitar entre delincuentes y “autoridades”? En tal caso, se trata de la prefiguración, sombría prefiguración, de un tipo de paramilitarismo “delincuencia-gobierno” dedicado a silenciar a luchadores sociales.

Es el escenario, ni más ni menos, de una “guerra de baja intensidad” contra la población civil, no sólo a través de la actividad de estos grupos, sino también a través de extender una deliberada y sistemática política para sembrar con el silencio a los espacios públicos.

Nadie mejor que el gran periodista y humanista Ryszard Kapuscinski (testigo directo de las atrocidades de gobiernos autoritarios como el de Trujillo en Dominicana, Somoza en Nicaragua, Rezah Pahlevi en Irán, Duvalier en Haití, Castillo Armas y sus herederos militares en Guatemala, Idi Amin en Uganda, y un largo etcétera) para mostrarnos por qué para un gobierno de tintes autoritarios y molesto con la observancia de los derechos humanos, es crucial el agudizar y profundizar el imperio del silencio.

“Los que se dedican a escribir libros de historia prestan demasiada atención a los momentos llamados “sonados” y no estudian suficiente los períodos de silencio. Se trata de una falta de intuición, de esa intuición infalible en cualquier madre cuando se da cuenta de que de que de la habitación del hijo no le llega ningún ruido. La madre sabe que ese silencio no presagia nada bueno. Que es un silencio en el que acecha algún peligro. Corre a intervenir porque sabe que el mal flota en el aire.

El mismo papel lo desempeña el silencio en la historia y en la política. Es señal de una amenaza y, a menudo, deun crimen. Es un instrumento político tan eficaz como el fragor de unas armas o de las palabras en un mitin. Necesitan del silencio los tiranos y los ocupantes, que velan para que su actuación pase inadvertida. Fijémonos en el celo con el que lo han cuidado y lo han mimado todos los colonialismos.

Con qué discreción actuó la Santa Inquisición. Con qué empeño evitó toda publicidad Leónidas Trujillo.

¡Cuánto silencio emana de los países con cárceles llenas a rebosar!... ¡Cuánto empeño ponen los dictadores en mantener ese ideal estado de silencio que a cada momento se ve amenazado! ¡Cuántas víctimas causa y qué costes ocasiona… El silencio exige de un aparato policial gigantesco. Necesita ejércitos de delatores. El silencio exige que sus enemigos desaparezcan de repente y sin dejar rastro.

No le gusta que ninguna voz, ya sea de queja, ya de protesta, ya de indignación, turbe su paz y su tranquilidad. Allí donde tal vez se deja oír, el silencio golea con toda su fuerza y restablece el estado anterior, es decir, el estado ideal de silencio.

El silencio posee la facultad de expandirse, de ahí que usemos expresiones como “el silencio lo envolvía todo”, o “el silencio reinaba por doquier”. También tiene la capacidad de aumentar de peso, y por eso hablamos del “peso del silencio”, lo mismo que del peso de los cuerpos sólidos o líquidos.

La palabra “silencio” casi siempre aparece asociada con palabras como “sepulcro” (silencio sepulcral), “campo después de una batalla” (reducir al enemigo al silencio), “mazmorras” (el silencio de las mazmorras). No se trata de asociaciones gratuitas…

Sería muy interesante que alguien investigara en qué medida los sistemas de comunicación de masas trabajan al servicio de la investigación y hasta qué punto al servicio del silencio. ¿Qué abunda más? ¿Lo que se dice o lo que se calla? Se puede calcular el número de personas que trabajan en publicidad. ¿Y si se calculase el número de personas que trabajan para que las cosas se mantengan en silencio? ¿Cuál de los dos sería mayor?

Ryszard Kapuscinski: “Por qué mataron a Karl von Sprett” (fragmento).

----- José Antonio Trujeque -----

http://www.youtube.com/watch?v=u4zgm5ur81Y

http://www.infonorte.net/noticias.php?subaction=showfull&id_fixed=1297229441&archive&start_from&ucat=14&go=AlNorte

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