domingo, 9 de enero de 2011

Líder de partido, no jefe de Estado Miguel Ángel Granados Chapa


Distrito Federal– Con los nombramientos y remociones anunciados el viernes, el presidente Felipe Calderón confirmó que se contenta con ser líder de su partido en vez de ejercer la jefatura del Estado, a que lo obliga su calidad de titular de poder Ejecutivo federal. Al mismo tiempo, consolidó la posición de la tecnocracia panista, la nueva clase dominante en un partido que nació con aliento humanista, de cuyos frutos aún pretende vivir, aunque lo desconozca y en los hechos milite en su contra.

Juan Molinar Horcasitas salió del gabinete legal antes de cumplir dos años en él. Fue nombrado secretario de Comunicaciones y Transportes en marzo de 2008, para suplir a Luís Téllez, que ahora prospera como presidente de la Bolsa Mexicana de Valores, mudanza que en su momento y ahora evidencia la imbricación de los intereses del capital especulativo y los poderes políticos, sean los de la Federación o los de los estados.

Molinar Horcasitas había sido, también por un lapso corto, menor de dos años, a partir de diciembre de 2006, director general del Instituto Mexicano del Seguro Social. Tres meses después de dejar ese cargo, el crimen en que murieron quemados o asfixiados cuarenta y nueve niños, y muchos más padecen y sufrirán a lo largo de sus vidas profundas lesiones físicas y psicológicas, le estalló en las manos. No era ya el responsable de las guarderías, una de las decaídas prestaciones sociales del IMSS. Pero durante su ejercicio en ese instituto había crecido el régimen de subrogación, al margen de la ley, en cuyo esquema fue autorizada la guardería ABC de Hermosillo, propiedad de familias tan bien situadas en Sonora que hasta ahora han eludido la acción de la justicia, aunque algunos de los propietarios estén sometidos a proceso, que viven tranquilamente desde sus refugios.

Como secretario de Comunicaciones, la gestión de Molinar Horcasitas se distinguió por su empeño en hacer que Televisa ingresara en la telefonía celular, quizá el único espacio de las telecomunicaciones que ha sido ajeno a la familia Azcárraga, que reina sin disputa casi en la televisión abierta y en la de paga. Para conseguir ese propósito Molinar Horcasitas no vaciló en incumplir la ley, no sólo desatendiendo mandamientos judiciales sino designando presidente de la Comisión Federal de Telecomunicaciones a un permanente colaborador suyo, dueño de muchos atributos pero carente del que le permitiría acceder a ese cargo, que es la participación sobresaliente en ese campo.

En una discusión memorable ante la bancada panista en San Lázaro, el diputado Javier Corral demandó a Molinar Horcasitas apartarse del gobierno porque dañaba al presidente Calderón y a su partido con aquellos empeños en el ámbito de las telecomunicaciones. No ha sido por ello, por supuesto, que Molinar Horcasitas renunció a su cargo. A pesar de que erró en otros relevantes asuntos de su incumbencia, al no decretar la requisa de Mexicana, operación administrativa que no implica privatizar una empresa en apuros sino garantizar la continuidad de un servicio público, no fueron sus deficiencias las que causan su tránsito al partido Acción Nacional, en que mañana será designado Secretario de Elecciones, sino las necesidades personales de Calderón de asegurar su control sobre el PAN en el siguiente bienio, crucial en esa materia.

Molinar Horcasitas es un experto en el análisis electoral, lo que no lo hace apto necesariamente para el manejo de la participación panista en los comicios. Ya mostró su ineficacia práctica durante la campaña legislativa de 2003, que resultó adversa al PAN, en parte porque cundía desde entonces la desilusión de quienes supusieron milagrosa la alternancia en la Presidencia, y en parte por la deficiente operación sobre el terreno. No puede decirse que ese fracaso del PAN y de Molinar quedó compensado tres años después con la victoria de Calderón, en cuya campaña el ahora renunciante quedó a cargo de la estrategia electoral, porque ese cuestionado triunfo no derivó de tal estrategia sino de factores tales como la intervención de Elba Ester Gordillo y sus huestes en la manipulación del voto, incluyendo el prematuro, deliberado y por ello punible anunció del resultado a cargo de Luís Carlos Ugalde, presidente del IFE.

Aparte las responsabilidades formales que le correspondan en el Comité Ejecutivo Nacional (en que previsoramente quedó incluido hace un mes), el chismerío palaciego difundido a través de la prensa a la antigua usanza, difunde versiones de que Molinar Horcasitas favorecerá en la contienda interna por la candidatura presidencial panista a Josefina Vázquez Mota, a punto de pedir licencia para muy anticipadamente participar en ese proceso. Otras versiones dicen que el beneficiario de esa encomienda de Calderón a Molinar Horcasitas es Ernesto Cordero. Se verá si esto es cierto o falso tan pronto el secretario de Hacienda designe a los dos subsecretarios que le hacen falta, para saber si el ascenso de los que lo acompañaban significa fortalecerlo o bien dejarlo en condición tan frágil que sea imposible que siquiera aspire a participar en la disputa interna que hacia el último trimestre de este año defina quién será el candidato presidencial panista.

Por lo pronto, resultó espectacular que en un solo acto dos subsecretarios de Hacienda hayan pasado a ser secretarios de estado, de Comunicaciones Dionisio Pérez-Jacome, y de Energía José Antonio Meade. Por su formación académica, su talante personal, su desempeño en la función pública, ambos representan típicamente una nueva clase, la tecnocracia panista. Aunque cada uno de ellos tiene sus atributos propios, sus méritos personales, no está de más decir que son hijos de funcionarios del antiguo régimen que cursaron carreras político-administrativas en una profusión de encargos que los dejaron en el umbral de los puestos a que ahora han accedido sus hijos.

El primer Dionisio Pérez Jácome, padre de su tocayo el secretario de Comunicaciones, llegó a ser subsecretario de Comercio en tiempos remotos y, más próximamente, de Gobernación. Como diputado fue un político rudo y se mantuvo siempre en las zonas de la mayor rigidez de un sistema autoritario. Su responsabilidad más reciente (salvo que el gobernador Javier Duarte le haya confiado una nueva, lo que ignoro) fue encabezar la Oficina del Programa de Gobierno de Fidel Herrera.

A su turno, Dionisio Meade –cuyo hijo José Antonio es ahora secretario de Energía– recorrió una eficaz trayectoria en el ámbito financiero del antiguo régimen, especialmente en la secretaría de Hacienda, donde ejerció repetidamente responsabilidades de director general. Sólo llegó a subsecretario, sin embargo, en la administración panista de Vicente Fox, cuando el secretario de Gobernación Carlos Abascal lo encargó, en aquel nivel, de las relaciones legislativas, el relevante nexo con el Congreso de la Unión. Ahora es, con funciones semejantes, director de relaciones institucionales del Banco de México, órgano constitucional autónomo.

Los nuevos secretarios desconocen las materias de sus dependencias, pero ese era también el caso de sus antecesores. Tanto Meade como Pérez Jácome han tenido necesidad de aprender pronto el tema que se les encarga, porque no han hecho huesos viejos en ninguna de sus responsabilidades anteriores. Medidos con los cartabones que importan a la eficacia tecnocrática, han sido funcionarios merecedores de sus ascensos, si bien en esta oportunidad su nombramiento no parece parte de un esquema de mejora administrativa sino componente de una operación política de que no son piezas principales.

Dentro del reajuste ministerial del viernes, Calderón nombró un tercer secretario particular. El primero, César Nava, fue reemplazado en 2009 por Luis Felipe Bravo Mena, que en su condición de ex presidente nacional del PAN era una figura demasiado grande para un cargo que si bien requiere competencias políticas es más de carácter burocrático. Ahora lo reemplaza Roberto Gil Zuarth, a quien sus aptitudes hacen que se le traiga de aquí para allá. Diputado que entra y sale de la Cámara, subsecretario de Gobernación por unos meses, engañado aspirante a la presidencia nacional de su partido, ahora trabajará de cerca con quien lo usó para su propio juego en esa lid por la dirección panista. Bravo Mena, por su parte, podría ser no consultor sino candidato en el estado de México, como ya lo fue.

El pasado presente.- El diez de enero de 1994, mañana hará de ello 17 años, Manuel Camacho renunció a la Secretaría de Relaciones Exteriores para ser designado Comisionado para la Paz en Chiapas, una responsabilidad que él mismo pidió al presidente Carlos Salinas, ante el levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Al cabo de ese tiempo, Camacho es uno de los más relevantes dirigentes de la izquierda en México, en su papel de coordinador del Diálogo para la reconstrucción de México (DÍA), el frente político que agrupa a los partidos de la Revolución democrática, del Trabajo y Convergencia, que en este preciso momento reconfiguran su relación en torno a la elección del estado de México.

La designación de Camacho ocurrió horas antes de que el EZLN proclamara una tregua unilateral y con ello forzara a que el gobierno anunciara la propia, pasos previos a la concertación de un proceso de diálogo de que Camacho fue figura central, al lado del subcomandante Marcos, por los insurrectos, y del obispo de san Cristóbal de las Casas, don Samuel Ruiz, en el papel de presidente de la Comisión Nacional de Intermediación, CONAI.

El diálogo para la paz empezó tentaleante en la catedral de aquella diócesis, en la antigua Ciudad Real. Hubiera llegado a buen puerto de no ser porque el zapatismo armado se retiró de las conversaciones después de que fue asesinado Luis Donaldo Colosio, el candidato presidencial del PRI, el 23 de marzo de 1994. Los insurrectos calcularon que no podían confiar en un régimen que resolvía sus querellas internas mediante el asesinato, implicando que no era cierta la atribución del crimen a un pistolero solitario que había actuado por cuenta propia.

Aun si el EZLN no hubiera optado por retirarse del diálogo, quizá Camacho hubiera tenido que abandonar su concertación. A pesar de que días antes del homicidio de Colosio ambos habían dirimido sus cuestiones, un sector de la opinión pública, aviesamente desorientado, atribuyó al negociador para la paz alguna intervención, así fuera de carácter político y no material en la consumación de la muerte de quien había sido designado por Salinas para sucederlo.

Camacho se había negado a saludar a Colosio luego de que el 27 de noviembre de 1993 éste, Secretario de Desarrollo Social y no el jefe del departamento del Distrito Federal, es decir Camacho mismo, fuera destapado como precandidato presidencial del PRI. El responsable del gobierno capitalino, que en muchos casos había actuado también como secretario de Gobernación, se sintió traicionado por su amigo el Presidente de la República y rehusó someterse disciplinadamente a la decisión que no le favorecía, como esperaba y estimaba la única posible.

Camacho fue engañado en efecto por Salinas. Pero también se engañó a sí mismo, creyendo que ambos participaban de un proyecto político común, que incluía la modernización de la vida pública, la apertura del sistema y la renovación de las relaciones del gobierno con los partidos. Se equivocó al suponer que Salinas lo escogería a él, su igual aunque fuera su dependiente, como su sucesor, y no a Colosio, cuya presencia pública había sido labrada a mano por el propio Salinas, a quien todo lo debía el joven diputado sonorense a quien desde años atrás el propio Salinas había hecho presidente del PRI y creado para él una secretaría dadivosa, la de Desarrollo Social.

De modo que, a diferencia de todos los presuntos aspirantes desplazados, Camacho rehusó acatar la decisión de Salinas y en vez de someterse a ella, renunció al gobierno capitalino. Sin embargo, aceptó ser secretario de Relaciones Exteriores, para evitar la ruptura total, en la que perseveró apenas unas cinco semanas. El estallido zapatista fue visto por Camacho como una nueva oportunidad de participación protagónica y renunció a la cancillería.

El propio Salinas se encargó de deslizar la especie de que había cometido un error al hacer candidato a Colosio y no a Camacho, y que su nueva condición al margen del gabinete lo ponía en situación de reemplazar al sonorense. Se gestó de esa manera una animadversión entre los colosistas y Camacho, aun más acusada que la que provocó la renuencia del ahora negociador por la paz ante la candidatura de Colosio. Para disipar ese antagonismo, Camacho y Colosio se reunieron pocos días antes de la jornada trágica de Lomas Taurinas. El propio Colosio tuvo ocasión de participar a varios interlocutores el resultado de esa reunión, que lo dejó satisfecho, pues quedó claro para ambos que el litigio no era entre ellos, sino auspiciado desde un nivel superior, según el propio Colosio indicó señalando con su dedo índice hacia arriba.

Camacho rompería definitivamente con Salinas poco antes de que éste concluyera su gobierno. Luego se apartó del PRI e inició una trayectoria con episodios diversos, los más de ellos encaminados a mejorar el régimen político nacional.

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