miércoles, 22 de septiembre de 2010

La prensa, enfrentada

Estrictamente Personal September 22, 2010
— 12:00 am
Un editorial publicado el domingo pasado por El Diario de Juárez ahondó la división de los medios mexicanos, con lo cual coronaba una semana de recriminaciones recíprocas interminables. Fueron detonadas por la petición de asilo en Estados Unidos del ex camarógrafo de Televisa, Alejandro Hernández, que provocó una disputa abierta de periodistas, inclusive que cohabitan bajo el mismo techo, y se profundizó con la petición del periódico juarense que pidió tregua a los cárteles de la droga y les ofreció publicar –o dejar de publicar lo que ellos deseen- a cambio del respeto a la vida de sus trabajadores.

La postura de El Diario de Juárez, que es realmente un grito de angustia e impotencia, puede ser debatida en términos periodísticos y si bajo esos términos, el asesinato de uno de sus periodistas más respetados el año pasado y del crimen de un joven que tenía cuatro meses de haber ingresado al periódico, se justifica. Inclusive, se puede establecer una analogía con el semanario Zeta de Tijuana, que pese al asesinato de uno de sus fundadores y de uno de sus pilares, además del atentado en contra del legendario Jesús Blancornelas, jamás adoptó la posición de entrega de la línea editorial a los criminales del diario juarense.

Pero Tijuana no es Ciudad Juárez. Tijuana siempre fue propiedad de un cártel y en Ciudad Juárez todos los cárteles se disputan su propiedad.

Si la definición editorial de El Diario de Juárez debió haber sido compleja en cuanto a su discusión, poco ayudan posiciones radicales y absurdas de quienes se quejan de la mezquindad de otros medios cuando el suyo, o su persona, resultan los afectados. El más, Carlos Marín, director editorial de Milenio Diario, el periodista encumbrado en puestos de dirección que históricamente ha sido más insensible y menos solidario con los temas gremiales, quien escribió sobre el posicionamiento de El Diario: “En cuanto que lo que no se puede además de imposible y empresa y trabajadores de El Diario de Juárez están convencidos de no poder ejercer el periodismo, ¿por qué no cierran el periódico y se dedican a otra cosa, en vez de capitular ante la delincuencia?”.

Hay muchos periodistas, inclusive dentro de Milenio, que descalifican las posturas de Marín, pero este es un caso excesivo porque exacerba a todos. Fue Marín quien calificó originalmente de “mezquinos” a El Universal y La Jornada por la nula cobertura que realizaron sobre el secuestro de dos trabajadores de Multimedios, la empresa propietaria de Milenio, y dos de Televisa en julio pasado en Gómez Palacio, Durango, entre ellos Hernández. Ahora, Marín abusa de su cargo y del espacio privilegiado en la primera plana del periódico que encabeza no para ser mezquino, sino un miserable.

Denise Maerker, que escribe en El Universal, afirmó este lunes que su periódico sí guardó silencio, pero por petición expresa de ella que apeló a su discreción, pues uno de los secuestrados trabajaba directamente con ella en su programa de televisión Punto de Partida. En respuesta, el director adjunto de Milenio, Ciro Gómez Leyva, escribió: “Me dolió leer la columna de Denise Maerker… porque caminamos juntos aquella última semana de julio, la de nuestros reporteros tomados como rehenes en la comarca lagunera. Me cuesta comprender que cuando, a partir de un testimonio singular y cuestionable, se quiere hacer pasar con atropello la versión de que nuestros compañeros no fueron rescatados, sino liberados por los secuestradores”.

Gómez Leyva ratificó su agradecimiento con Facundo Rosas, comisionado de la Policía Federal, y con Luis Cárdenas, coordinador de Seguridad Regional de la Policía Federal y experto en secuestros, por el rescate con vida de los cuatro periodistas. Maerker y muchos los criticaron, y en varios espacios, desde la semana pasada, se acusó al secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, de haber hecho un “montaje”. El sustento fueron las declaraciones de Hernández, quien había dicho lo contrario cuando se le mostró ante la prensa –que decía que estaba muerto-, y que omitió ventilar que tras el secuestro pidió empleo, precisamente, en la Policía Federal.

Manuel Feregrino, ejecutivo en el Grupo Radio Fórmula y comentarista en el programa radial de Gómez Leyva, dijo que en el fondo de la discusión, o quizás mejor dicho, aprovechando esta coyuntura, se encontraba “la animadversión de varios o muchos periodistas (contra) García Luna”. Quizás, en el ajuste de cuentas permanente contra García Luna se encuentran en efecto nuestras contradicciones y nuestros riesgos.

Todo la crítica está demasiado focalizada en García Luna y en el gobierno federal, aunque muchos casos de periodistas agredidos o asesinados pertenecen al ámbito local. Lo de Gómez Palacio, por ejemplo, era responsabilidad de la autoridad local, no federal. En todo caso, habría que denunciar a García Luna, a Rosas y a Cárdenas, por meterse en un tema que debió haber resuelto la policía local y la procuraduría de Durango. La acusación tendría que ser por metiches y comedidos.

Entrenanto, en los medios seamos congruentes y quitémonos las máscaras. Comencemos por la Secretaría de Seguridad Pública Federal. Exijamos que no se vuelvan a meter en un tema que deben resolver las autoridades locales, como el secuestro y asesinato que no esté debidamente comprobado que tiene que ver con delincuencia organizada. Que los dueños de los medios regresen las escoltas de la Policía Federal que tienen comisionados y que, junto con otros encumbrados, declinen los privilegios que buscan en términos de protección y seguridad para familiares y amigos. Que se le dejen de pedir favores a la Policía Federal, pero también a la PGR y a la Secretaría de la Defensa Nacional. Si no creemos en ellos, ¿por qué refugiarse tanto a ellos?

Pero también estemos claros. Al escoger a nuestros adversarios y a nuestros amigos, no podemos presentarnos como un gremio desunido, atomizado y enfrentado, pues este es el mejor escenario para atacarlo, tanto los narcotraficantes como aquellas personas que tengan motivos personales y que en esta turbulencia quieren cobrar facturas a cuentas de otros, como se ha visto en algunos casos en el pasado. Ya son decenas de periodistas asesinados o atacados en más de tres años y medio de lucha contra el narcotráfico.

También es cierto que ningún crimen ha resuelto la PGR en todo este periodo. Un muerto sería demasiado si tuviéramos una mayor sensibilidad y conciencia del campo por el cual atravesamos, pero no terminamos de aprender. En Colombia tuvieron que secuestrar durante nueve meses a Francisco Santos, periodista y miembro de la familia que controlaba El Tiempo, el periódico más importante de Colombia, y asesinar a Guillermo Cano, director de El Espectador, el segundo periódico en importancia nacional, para que, aunque efímeramente, los medios comprendieran que o se unían o irían muriendo uno por uno.

¿Necesitamos que lo mismo suceda en México para comprender que las diferencias gremiales son menores a nuestras vidas? La respuesta lógica es no, aunque lamentablemente, en nuestros tiempos lo único que no gobierna, es el sentido común.

rrivapalacio@ejecentral.com.mx

El otoño mexicano - Carlos Murillo González

Los meses de septiembre, octubre y noviembre son muy significativos para las y los mexicanos. Es la época en que suelen suceder los movimientos sociales más trascendentales para nuestra historia. En septiembre la Independencia, en octubre el movimiento estudiantil de 1968 y en noviembre la Revolución de 1910.

¿Qué tendrá esta estación del año que nos pone a sacudir gobiernos y conciencias? También en otoño se levanta la cosecha del maíz, tan importante en la dieta mexicana; ¿será que el viento fresco por las noches y las mañanas frías nos enfrían la mente y pensamos mejor? En noviembre conmemoramos a los muertos(as) les hacemos su comida y sus altares, sus calaveritas de azúcar, justo en la época en que las hojas de los árboles se tiñen de un dorado opaco para luego caer desnudándoles, ¿será que tomamos conciencia de los ciclos del tiempo, nos recordamos mortales y de ahí la necesidad de hacer cambios sociales?

En otoño suceden cosas extraordinarias. En 1985 un terremoto destruye parcialmente la ciudad de México, un jueves 19 de septiembre. Miles de muertes, desolación y corrupción, pero la sociedad se organiza y empieza a surgir la solidaridad espontánea; todos y todas ayudando de una u otra forma con el gobierno y a pesar del gobierno a rescatar víctimas y reconstruir la ciudad, ¿se cumple eso que las y los mexicanos solemos unirnos en tiempos de catástrofes? La experiencia del 85 influyó en el fortalecimiento de la sociedad civil defeña, en las asambleas de barrios y otras organizaciones que fortalecieron en su momento a la izquierda partidista.

En la sierra de Chihuahua y 20 años antes (1965) un 23 de septiembre, la guerrilla del mismo nombre ataca el cuartel militar de la ciudad de Madera como respuesta a décadas de explotación e injusticia en la sierra; la gesta inspiraría a formar la Liga Comunista 23 de Septiembre con presencia en todo el país, en la época de la guerra sucia (terrorismo de Estado). Tres años después, un 2 de octubre, un mitin estudiantil es masacrado por el ejército en la Plaza de las Tres Culturas en la ciudad de México; las demandas estudiantiles de apertura democrática son un hito en la historia contemporánea del país además de la incorporación protagónica de este importante sector social. También en este mes hay una fecha muy importante y poco recordada: el 17 de octubre de 1953 la mujer adquiere igualdad de derechos a los hombres en la Constitución.

Curioso, mas no por eso poco importante, es que festejemos el inicio de la guerra de independencia y no su consumación oficial el 27 de septiembre de 1821, ¿será que es una independencia no consumada todavía? Importante recordar también que la Revolución de 1910 iniciara el 14 y no el 20 de noviembre, pues en Cuchillo Parado, Chihuahua, Toribio Ortega se levanta en armas contra el gobierno al ser descubierto como parte de la conspiración del 20, como igual le sucede a Aquiles Serdán en la ciudad de Puebla el 18, siendo asesinado ese día.

¿Por qué se concentran tal cantidad y calidad de movimientos sociales por esas fechas?, ¿coincidencias?, ¿ciclos?, ¿conciencia colectiva?

El otoño mexicano se presenta retador al destino en lo político, envalentonado y hasta cierto punto suicida, pues no escatima peligros. No es que toda la sociedad participe de su emancipación, aunque pudiera estar de acuerdo o no en ello, sino que se trata de una temporada de inicios: es cuando disponemos de la voluntad, el empuje de hacer las cosas pese a los riesgos. El otoño concentra el resurgimiento de la sociedad mexicana en cuanto que se hacen visibles y presentes movimientos de aquí y de allá, como anticipándose a no repetir el mismo ciclo nocivo o para romperlo definitivamente y re direccionar hacia otro destino.

Otoño iniciático a la mexicana, cuando se siembra la semilla de la esperanza.

visite: http://carmugosociologico.blogspot.com/

¡Goya, goya! Carlos Martínez García

¡Goya, goya!
Carlos Martínez García
E

sta es una confesión de amor a una centenaria: la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). En ella innumerables estudiantes tuvimos la oportunidad de ensanchar nuestros horizontes, de ampliar nuestro estrecho marco conceptual y comenzar a nombrar nuevas realidades nunca percibidas.

Como yo, miles y miles, hijos e hijas de obreros, atónitos incursionamos en las aulas unamitas con escaso bagaje educativo y escuálidos recursos culturales. Mi padre concluyó sus estudios primarios, y de ahí se incorporó directamente al mercado laboral. Mi madre solamente completó el tercer grado de escolaridad primaria, y desde muy niña debió emplearse en tareas domésticas para contribuir al sostén de su familia, cuya cabeza masculina había muerto súbitamente de un letal infarto al corazón.

Mi infancia escolar, mi universo vital, se limitó exclusivamente a dos colonias de la ciudad de México: la Doctores y la Obrera. De tal manera que cuando ingresé al bachillerato de la UNAM, desde el primer día caí en cuenta que me estaba aventurando a lo desconocido, a un espacio en el que entonces me sentí incómodo y sin saber bien a bien cómo relacionarme con mis nuevos compañeros.

En los auditorios unamitas escuché por primera vez a una orquesta sinfónica, tuve la oportunidad de disfrutar del jazz, antes ausente en mi ámbito familiar y cultural. Me fui adentrando en el teatro y la literatura, aprendí a disfrutar del cine y a gozar intensamente el intercambio de ideas. De súbito descubrí el arrebatador encanto de la lectura. Comencé a frecuentar obras de autores cuyos nombres nunca había escuchado. Debí acrecentar mi manejo del lenguaje para comprender lo que intentaba descifrar en páginas que me confrontaban por primera vez con vocablos desconocidos. Sin nombrarlo de esta manera, estaba ejercitando la ampliación de mi horizonte cultural. Muchos años después habría de encontrar en una frase de Ludwig Wittgenstein la descripción del proceso iniciado en la UNAM: Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo. Poco a poco los límites iban cayendo.

El proceso de enseñanza-aprendizaje es en la Universidad Nacional Autónoma de México tan intenso en sus aulas como fuera de ellas. En sus corredores, bellos jardines, plazas, instalaciones deportivas, comedores y garnacherías se ve uno confrontado con la diversidad, con la pluralidad en todos los ámbitos de la vida social. Mi grupo de amigos y amigas estaba conformado mayoritariamente por historias familiares parecidas a la mía. Es decir, casi todos carecíamos de antecedentes universitarios en nuestros árboles genealógicos. Quienes sí los tenían, y también mucho mejores condiciones económicas que los demás, desarrollaron entrañables cercanías con nosotros, los que cada día debíamos estirar recursos para completar los gastos de transportación al paraíso universitario. Unos y otros establecimos una negociación cognoscitiva, existencial, valorativa y volitiva.

En el contacto con los otros y otras, en algunos aspectos muy distintos a mí y en otros muy similares, fui tejiendo un ejercicio comunitario llamado tolerancia e inclusión. Me hice consciente de mi reducido mundo al contrastarme con los otros, al intercambiar nuestras concepciones, prejuicios y esperanzas. Lo ha dicho mucho mejor Ryszard Kapuscinski: “Y eso que la cultura –vaya, también el mismo ser humano– se forma en situaciones de contacto con Otros (por eso todo depende en tal medida de este contacto). Para Simmel el individuo no se forma sino en un proceso de relación, de vinculación con los Otros. Lo mismo afirma Sapir: ‘El verdadero lugar donde se desarrolla la cultura está en la interacción entre personas’. Los Otros –repitámoslo una vez más– son el espejo en que nos reflejamos y que nos hace conscientes de quienes somos” (Encuentro con el otro, Editorial Anagrama, 2007).

Tal vez una de las funciones esenciales de la UNAM sea la de fungir como espejo tanto de aquellos y aquellas que han realizado sus estudios allí como de la sociedad mexicana en general. Por ello es muy importante mantener a ese espejo limpio de obstáculos que le impidan reflejar la verdadera imagen de quienes se miran en él. Hay que vencer las intenciones, y no pocos actos, de sus malquerientes que buscan resquebrajar el espejo que capta la pluralidad, y/o inutilizarlo regateándole el presupuesto para que amplíe sus alcances.

No se trata de idealizar a la UNAM ni de cerrar los ojos a los muchos aspectos en que puede mejorar su desempeño. Con todo la centenaria institución, cuyos antecedentes se remontan al siglo XVI, ha sido central en el desarrollo de la nación al ejercer la crítica en su seno. A diferencia de los centros educativos privados, en la UNAM se ejercita con mayor intensidad la construcción del pensamiento crítico, se estimula el aprender a preguntar. Ésta es una herramienta epistemológica fundamental, porque, como dijo Gaston Bachelard, la fuente de todo conocimiento es la pregunta.

Con emoción y agradecimiento a mi alma máter, que me gestó espiritualmente, me recibió en su generoso regazo, me levanto y entono un sentido ¡Goya, goya!

Caso Diego: Análisis de los “Misteriosos Desaparecedores”



El último boletín de los “misteriosos desaparecedores” es muy diferente a los anteriores, escribe el investigador Jorge Lofredo. En comparación con “secuestro”, desaparición es un término que en este caso se vincula con una situación política determinada y se deslinda del lenguaje del narco.


Por Jorge Lofredo

El último boletín de los “misteriosos desaparecedores” es muy diferente a los anteriores. Su eje ha variado notablemente y, además, procura obtener legitimidad por el secuestro de Diego Fernández de Cevallos: allí se exponen algunas razones con las que se pretenden validar las circunstancias que han generado y donde se enumeran argumentos de la captura; sin embargo, no puede obviarse que todo ello puede resultar una coartada o maniobra distractora.

En comparación con “secuestro”, desaparición es un término que en este caso se vincula con una situación política determinada y se deslinda del lenguaje que se refleja a diario en los medios de comunicación cuando se enmarcan dentro de la “guerra contra el narco”. También otorga una imagen de contrapoder –con la decisión y capacidad para ejecutar una acción semejante y además sostenerla en el tiempo– en una lucha que requiere el absoluto anonimato de sus ejecutores. La desaparición necesita alguna justificación que no necesariamente demanda un secuestro. Hasta la propia denominación elegida por sus ejecutores (“desaparecedores”) omite deliberadamente el uso de “secuestradores” –tal como lo hizo notar un colega– procurando establecerle una suerte de definición y contenido para sustentar este acto.

Ello no tendría sentido en otro contexto que no fuese político, excepto si se busca un efecto distractor, a lo que deben agregarse las fotografías que se adjuntaron en cada comunicación. En ellas se expone a un Poder que ha sido desnudado, vulnerado y ultrajado. Por los costados de la imagen se cuela un lenguaje cuidado y lúdico: su último boletín se desliza sobre una línea muy tenue que adrede no permite descifrar entre la vida y la muerte. La justificación de la desaparición aspira a cargar de significado político al escrito.

En esta significación reside el efecto distractor porque, imprimirle un contenido político a un mensaje que no persigue el mismo fin, es equivalente a transferir la culpabilidad a otro ámbito en pos de un chivo expiatorio. Al mismo tiempo, el símbolo del poder queda al descubierto con el que se busca ocultar aún más el verdadero objetivo del acto. Todos estos elementos sugieren que los “misteriosos desaparecedores” están montando una gran puesta en escena.

En el mensaje se habla con un “otro”: el reiterativo “dicen” asemeja lo que se dice del hecho y lo que quiere expresar del mismo. El tiempo pasado de sus párrafos recurrido en este escrito también abreva en una circunstancia indefinida. De esta provocada indefinición en discurso y lenguaje se desprende la idea de la responsabilidad guerrillera en este hecho, no obstante que el desarrollo de la infraestructura de las organizaciones clandestinas armadas mexicanas difícilmente alcance para ejecutar una acción con estas características.

Ello puede explicarse, a la vez, al menos por dos razones: la primera debido a la presencia, poderío y expansión demostrado por los demás grupos y bandas que no sustentan objetivos políticos; y la segunda es la que refiere al grado de debilidad luego de la diáspora que han sufrido desde los años 1997-98.

Por esta razón, no todas estas organizaciones político-militares se encuentran en la misma etapa. De hecho, la única proclamación como organización armada no alcanza para que se considere tal sino que debe contener la decisión política para utilizar ese medio como forma de intervención política. En esta misma línea de razonamiento, tampoco una definición ideológica sugiere que sus acciones se encuentren delimitadas a razones y objetivos estrictamente políticos. Para este caso en particular, paradójicamente, el boletín resulta la llave para no comunicar, para ocultar la intención que este hecho guarda, sea ésta ideológica, política, económica, o cualquiera otra razón.

Aunque quiera argumentarse alguna razón política, este “decir sin decir” contiene un elemento constituyente: el “anonimato radical” de sus ejecutores, quienes no sólo omiten dar a conocer su identidad sino que la desvirtúan. (Con ello se aseguran que se hable de ellos aunque se desconozca su filiación y objetivos.) Respecto a otras acciones producidas recientemente, esta reivindicación no lleva una “firma” definida; sin olvidar que aquí el “objetivo” es lo más importante, que posee una alta carga simbólica y que se lleva a cabo con una baja comunicación y una identidad desvirtuada de los responsables.

Este “anonimato radical”, que resguarda la secrecía de su identidad como parte fundamental de la operación, junto al bajo desarrollo de infraestructura de las organizaciones político-militares conocidas, alcanza para volver improbable la participación de éstas en el hecho. Más aún, el conjunto de todas las siglas (hecho que también es muy difícil de considerar debido a sus pugnas) tampoco alcanzaría para llevarlo a cabo. Cabe agregar además si el “modus operandi” es asimilable a experiencias anteriores.

Quedan pendientes los argumentos que refieren a la existencia de algún grupo armado político que se ha mantenido en secreto hasta la fecha o la “contratación” de alguna banda por parte de alguna organización político-militar. Sobre la primera cuestión, todo continúa en el terreno de las conjeturas; mientras que la segunda opción nos presentaría un nuevo escenario, que refiere al de una organización infiltrada o en proceso de descomposición. En este orden, si se trata de infiltración entonces debe considerarse la provocación como objetivo; en cambio si se trata de descomposición ideológica que necesita recurrir a grupos ejecutores para realizar acciones que escapan a sus fuerzas, el precio es abdicar de lo ideológico y la segura condena al aislamiento.

Ante la existencia de tantas bandas armadas –que no son políticas, tampoco ideológicas ni revolucionarias–: ¿cuáles son los argumentos reales, los datos duros, para considerar a la guerrilla como una hipótesis de fuerza en el secuestro, fuera de reportes de inteligencia o provenientes de las corporaciones de seguridad? Para el caso, es necesario releer el trabajo del periodista Alejandro Jiménez, quien señala que la especulación sobre un hecho se repite hasta el momento que se diluye, pero en la historia queda como una verdad incuestionable.

lofredo@riseup.net

www.cedema.org

Desmentido-Hernández

Desmentido-Hernández
Valga la rebuznancia-Rocha

Vocero de sí mismo-Helguera

Vocero de sí mismo-Helguera

Nuevo término-Fisgón

Nuevo término-Fisgón

Centenaria Universidad Nacional - Miguel Ángel Granados Chapa

Distrito Federal– Hoy hace un siglo fue inaugurada la Universidad Nacional de México. La apertura de sus cursos, encabezada por el presidente Porfirio Díaz y el secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, Justo Sierra Méndez, fue la culminación de las fiestas del centenario del comienzo de la lucha por la Independencia.

La nueva institución, que reunía las escuelas de bellas artes, ingeniería, jurisprudencia y medicina, que con modalidades diversas habían sido parte del régimen colonial, y la escuela nacional preparatoria, surgida al cobijo de la restauración republicana, cristalizaba un viejo proyecto de Sierra. Antes de ingresar al gabinete de Díaz en 2005, el abogado campechano había cobrado prestigio como periodista, poeta, narrador y legislador activo. En los setentas del siglo XIX había formado parte del intento de crear una universidad libre, y en 1881 en la Cámara de Diputados a que pertenecía presentó un proyecto para crearla como institución del Estado. De esa suerte pudo convencer a Díaz de fundar la Universidad Nacional, cuya ley fue aprobada en mayo y abrió sus puertas el 22 de septiembre de 1910.

El proyecto así consumado no parecía parte de un régimen que concluiría apenas unos meses después. La universidad porfiriana no lo fue en el sentido peyorativo de la palabra. Al contrario, apareció como un renuevo, como un anticipo de tiempos nuevos. El después llamado Maestro de América dijo a los alumnos fundadores que estaban llamados a ser “un grupo en perpetua selección dentro de la sustancia popular”, a los que se encomendaría “la realización de un ideal político y social que se resume así: democracia y libertad”.

El primer rector fue un viejo profesor de derecho, que lo había sido del secretario que lo nombró. Joaquín Eguia Lis tuvo claro que la institución que dirigiría en los procelosos días de la caída del antiguo régimen y la incierta inauguración de uno nuevo, que la institución recién creada debía poseer “libertad absoluta respecto del poder público” y era consciente de que su deber consistía en “procurar que la universidad funcione por sí sola tan eficazmente, que su alteza y majestad sean bastantes a imponer respeto a todo gobierno, hasta que llegue a conseguir su autonomía plena”.

La primera década de vida universitaria reprodujo la agitación que vivió el país a partir del alzamiento maderista, sólo unas semanas después de su nacimiento. Sufrió embates del conservadurismo, que consiguió la escisión de una parte de la Escuela Nacional de la Jurisprudencia, de la que en 1912 surgió la Escuela Libre de Derecho, mata de los gobernantes de hoy. Regida por un ideario avanzado, sólo en la etapa del rector José Vasconcelos, diez años después de su fundación, comenzó a dar muestra de sus alcances y trascendencia para la vida nacional. Tuvo también aliento vasconceliano la autonomía alcanzada en 1929 y reforzada en el lustro siguiente con la libertad de cátedra, uno de los pilares de la institución, entonces y ahora.

Al cumplir cien años de edad, la Universidad Nacional cumple con creces el papel que le ha asignado la sociedad mexicana, que la sostiene a través del erario. Así lo hará constar hoy mismo el Congreso de la Unión en la sesión solemne citada expresamente para el caso. Lo confirmará en las próximas semanas cuando discuta y apruebe el presupuesto federal, que incluye el subsidio a la UNAM. Cerca de 25 mil millones de pesos serán asignados a ella, la principal institución de enseñanza superior del país. Demasiado dinero, se dice desde diversos géneros de mezquindad. Apenas suficiente, puede responderse cuando se cobra conciencia de las dimensiones de la casa centenaria. Si sólo se considera su planta física se percibe su capacidad de servicio y sus necesidades. Desde mediados del siglo XX cuenta con un predio central formidable, la Ciudad Universitaria, cuyo circuito inicial, que forma parte del Patrimonio de la Humanidad conforme a las reglas de la UNESCO, se ha completado con nuevas instalaciones académicas, un circuito consagrado a los institutos y centros de investigación y el espléndido Centro Cultural Universitario, en cuya sala Nezahualcóyotl se tocará esta tarde la sinfonía conmemorativa compuesta por el maestro Federico Ibarra, y que será interpretada por el Coro Universitario y la Orquesta Filarmónica de la propia UNAM. Amén de ese enorme campus, la Universidad enseña e investiga en instalaciones dispersas en el DF, los estados vecinos y disemina su conocimiento y su espíritu en sus propios territorios, en toda la república, desde Baja California hasta Yucatán.

En sus bachilleratos, licenciaturas y posgrados reciben clases más de 300 mil alumnos, que cursan tanto las carreras tradicionales como las nuevas opciones que el progreso social y técnico requiere. El Sistema Nacional de Investigadores se compone, en casi la mitad de su nivel más alto, de miembros de la Universidad Nacional, que desarrollan ocho mil proyectos. La difusión cultural, de amplísimos alcances, atiende en sus propias instalaciones a públicos para todas las artes.

La Universidad Nacional dista de ser una institución perfecta. Pero ella misma dispone de los mecanismos de corrección de sus defectos, que lo son de funcionamiento más que de estructura. En sus cursos transmite, además de saberes, valores que han contribuido al desarrollo nacional y, en estas horas oscuras pueden ser útiles para remontar las cuitas que padece el país.

¡Feliz centenario

Ciudad Juárez. Naranjo.

Cantaletas. Helio Flores.

El Diario de Juárez y la derrota de Calderón


Jenaro Villamil

MÉXICO, D.F., 21 de septiembre (apro).- Una conmoción fuera y dentro del país ocasionó el editorial publicado el domingo 19 de septiembre por El Diario de Juárez, bajo el título “¿Qué Quieren de nosotros?”. No es la primera vez que un medio impreso del norte del país decidía interpelar al crimen organizado para enfrentar la ola de intimidaciones y matanzas que alcanzaron ya al personal del propio rotativo.

De los casi 70 reporteros y trabajadores gráficos que han muerto en los últimos diez años, casi 60% trabajaban para medios de comuinicación de Tamaulipas, Sinaloa, Chihuahua, Baja California, Sonora o Durango, “plazas” disputadas por los cárteles del narcotráfico. Algunos periódicos como El Mañana, de Nuevo Laredo, Tamaulipas, decidieron desde hace años dejar de firmar las notas relacionadas con el narcotráfico para no poner en riesgo a sus reporteros. Otros, como Zeta, han acusado abiertamente la complicidad entre políticos y narcotraficantes.

Lo diferente es que, a raíz del asesinato de su fotógrafo Luis Carlos Santiago Orozco, El Diario decidió hacer pública su interpelación a los cárteles que se disputan la plaza y descalificar con toda crudeza el operativo policíaco-militar ordenado por el gobierno de Felipe Calderón. Ciudad Juárez se mostró así como el ejemplo más claro de una “guerra” cuya estrategia no está clara y que ha llevado al hartazgo de la población civil.

La respuesta del gobierno de Calderón al editorial de El Diario recordó a la tristemente célebre reacción del presidente frente a la matanza de jóvenes en la colonia Villas de Salvárcar. Todos recuerdan cuando el primer mandatario dijo que la masacre fue el resultado de “un pleito de pandillas”. En lugar de ponerse del lado de las víctimas y dimensionar el tamaño del descontento ciudadano, el calderonismo asumió el papel de policía represivo y decidió incriminar a las víctimas sin que existiera una investigación acabada. El error provocó un airado reclamo público de una de las madres de las víctimas de Salvárcar durante una gira de Calderón a Ciudad Juárez.

A través de su vocero en materia de seguridad, Alejandro Poiré, el gobierno de Calderón repitió la misma actitud con El Diario. Indignado por las críticas, Poiré lanzó un reclamo que pretendió ser un mensaje para todos los demás medios impresos que han sido víctimas de las presiones de los cárteles y sus sicarios:

“No cabe en modo alguno por parte de ningún actor el pactar, promover una tregua o negociar con los criminales que son justamente los que provocan la angustia de la población”, sentenció Poiré.

“Que quede bien claro: negociar, postergar o suspender la lucha contra el crimen organizado, lejos de desaparecer la amenaza de la violencia, implicaría someterse a la ley de quienes agreden para intentar eludir la acción del Estado y perpetuar su acción impune, y eso no ocurrirá”, agregó.

Hasta estas frases, la posición del gobierno federal tenía una lógica, quizá cuestionable en su eficacia, pero legal en su planteamiento. El problema fue que el propio Poiré decidió erigirse en ministerio público y cuestionar la condición de víctima del fotógrafo Santiago Orozco, para minimizar la legitimidad de la denuncia de El Diario.

Poiré afirmó en rueda de prensa que las primeras investigaciones realizadas por la Procuraduría General de Justicia de Chihuahua, el atentado contra el reportero gráfico tuvo como móvil las razones “de índole personal, más que por sus actividades profesionales”.

La respuesta del subdirector editorial Pedro Torres se hizo en la tarde del mismo 20 de septiembre: “Con qué calidad moral nos van a decir esto si no hay garantías para la seguridad”. Torres criticó que a cinco días del asesinato de Santiago Orozco las autoridades judiciales pretenden dar por buena una versión que elimine la línea del crimen organizado. Recordó que a casi dos años del asesinato del reportero Armando Rodríguez Carreón, trabajador también de El Diario, las autoridades no han avanzado en nada.“Nos dijeron que tenían solucionado el caso y que hasta tenían identificados a los autores materiales e intelectuales del asesinato… No tienen nada”, afirmó.

Esta es la otra cara del alegato de El Diario y de decenas de otros medios mexicanos que se han enfrentado a las intimidaciones del narcotráfico. ¿De qué sirve denunciar ante las autoridades y a las fiscalías creadas si no se ha resuelto uno solo de los crímenes contra periodistas ni tampoco se han eliminado las amenazas de los cárteles?

¿Con qué confianza puede acudir un medio a las autoridades si éstas pretenden minimizar y reducir a “asuntos personales” los supuestos móviles?

Felipe Calderón ... ¿habrá otro peor ?