miércoles, 29 de diciembre de 2010

Reconciliación oaxaqueña. Editorial EL UNIVERSAL

Oaxaca ha sido desde hace décadas un estado marcado por los conflictos y la violencia social. El episodio que en 2006 paralizó su capital durante meses, por las movilizaciones de la APPO, fue sólo el ejemplo más vistoso. El gran reto del nuevo gobernador Gabino Cué, y del priísmo que ahora se transforma en oposición, es hacer a un lado las viejas rencillas para entonces poder exigir lo mismo a sus pobladores. De otro modo será muy difícil combatir los enormes rezagos económicos y sociales de la entidad.

Las elecciones de julio pasado para la gubernatura terminaron con 80 años de hegemonía priísta, y la relación entre el gobierno saliente de Ulises Ruiz y el entrante estuvieron lejos de ser tersas. Ruiz fue reticente a la transición, incluso trato de “blindar” de auditorías su gestión, lo que echó abajo la Suprema Corte. Fue hasta noviembre, poco antes del cambio de poder, que el ahora ex mandatario aceptó iniciar la entrega-recepción del gobierno.

El panorama es incluso peor en el caso de una decena de presidencias municipales en el estado. A 96 horas de que se realicen los relevos municipales, grupos de inconformes se preparan para evitar a toda costa las tomas de posesión.

Hasta cierto punto los conflictos dentro de Oaxaca son naturales. Se trata de un estado con 570 municipios, varios de ellos integrados por grupos indígenas de diferente etnia, religión y con añejas disputas de tierra. La entidad cuenta con 194 conflictos agrarios activos. ¿Cómo reconciliar semejante diversidad si los partidos políticos añaden un ingrediente adicional de encono a esta zona minada?

Quizá por ello se explica lo difícil que ha sido erradicar problemas locales centenarios como la desigualdad. El promedio nacional de pobreza en México es de 44.2%, pero Oaxaca está 18 puntos porcentuales por encima. De acuerdo con Gabino Cué más de 62% de la población en la entidad está en algún grado de pobreza. Las cosas no están como para perder el tiempo en disputas electorales eternas.

Sin unidad, así sea mínima, entre los oaxaqueños, los programas de desarrollo social se verán afectados por los conflictos políticos, pero también la coordinación en materia de seguridad y las inversiones de la iniciativa privada. Sin esos factores resultará imposible sacar al estado de la miseria.

El momento actual es idóneo para iniciar con la reconciliación necesaria. El nuevo gobierno estatal tiene la oportunidad de demostrar que es diferente, más enfocado en las necesidades de la ciudadanía que en retener el poder y denostar al adversario

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