jueves, 30 de diciembre de 2010

Por Mi Monsi, Bohemios

Carlos Monsiváis : ¡ Qué falta nos haces !
Jenaro Villamil

Es inevitable un balance de pérdidas, encuentros y desafíos frente a un año que termina. Para un servidor y para muchos otros de sus amigos, lectores, familiares y hasta adversarios, la pérdida más entrañable es la muerte de Carlos Monsiváis.

Ya no estará físicamente con nosotros. No habrá año nuevo qué compartir con él. El ejercicio constante de elaborar la columna “Por mi Madre, Bohemios” se ha suspendido, pero no así sus lecciones y observaciones más agudas.

Paradójicamente, su presencia crece. Escribir sobre él puede ser un acto íntimo, pero también una forma de compartir y mantener su obra frente a tantos que nos sentimos un poco desorientados sin el diálogo constante con él.

Por mi Monsi, bohemios, es una forma de tenerlo siempre presente por las siguientes razones:

a) Constituye el intelectual público más importante de la segunda mitad del siglo XX mexicano y, en muchos sentidos, quien adelantó muchos de los tópicos que este desastroso inicio de siglo XXI plantea para una sociedad como la mexicana.

b) En muchos sentidos, Monsiváis fue una mezcla de Voltaire, de Oscar Wilde, de Truman Capote, de Umberto Eco y a veces hasta de Noam Chomsky, pero también en su obra están las huellas y la herencia de los liberales mexicanos más agudos como Ignacio Ramírez, el Nigromante, o cronistas y escritores como Artemio del Valle Arizpe, Salvador Novo, Octavio Paz y José Revueltas.

c) Pero también en Monsiváis está La Familia Burrón, la impronta de Rius, de los cómics norteamericanos, de los grandes cartonistas mexicanos, desde José Guadalupe Posada hasta Helioflores, Naranjo, El Fisgón o Hernández y Helguera (los inigualables Hommo Sapiens). Y difícil olvidar que en su lenguaje y en su forma de explicarse la cultura mexicana están décadas de los boleros, de la música ranchera, de la época de oro del cine mexicano, de los grandes fotógrafos y, sin duda, de pintores extraordinarios como Francisco Toledo o Vicente Rojo.

d) Su universalidad no radica en su pasión por entender, cronicar, divulgar e ironizar en torno a los procesos cívicos mexicanos, la difícil secularización de una sociedad profundamente aterida a las tradiciones confesionales, sino en su capacidad para proyectarla con los instrumentos de la modernidad y de la posmodernidad. Y uno de esos instrumentos más eficaces fue el periodismo. A Monsiváis no se le entiende sin su pasión periodística, sin su voracidad informativa y su gran capacidad de leer circunstancias, contextos y personajes.

e) Aplicó la observación activa en todos los procesos y batallas sociales y culturales más duras de este país. Vivió y escribió intensamente los momentos claves que le tocaron generacionalmente: el movimiento del 68, la liberación gay de los setentas, el sismo del 85, la irrupción de la epidemia del VIH, el movimiento feminista, el fraude del 88, la aparición del neozapatismo en 1994, el ascenso de una nueva derecha al poder, los crímenes de Estado (desde los políticos hasta los del narcotráfico), el fraude del 2006 (a pesar de que ironizó en contra de quienes aún ven con la óptica legalista lo que fue una abierta campaña de odio y estigmatización contra buena parte de la población que optó por la izquierda), la invasión norteamericana a Irak, el ascenso de los movimientos de defensa de los derechos humanos.

f) Polemizó con la ultraderecha –tanto de origen religioso como empresarial-, pero también con el sectarismo de izquierda. No separó nunca la liberación de clase, con la liberación de género y la diversidad sexual. Por eso, una de sus críticas más férreas fue contra la homofobia de los regímenes y de los movimientos que se decían de izquierda, pero que aplicaron la moral unilateral, proveniente de un orden religioso y prejuicioso. Su laicismo, paradójicamente, era una profesión de fe en los procesos civilizatorios y libertarios.

Por estas y otras razones más, en este 2010 que se va, sólo nos queda levantar una copa y abrir un libro, por mi Monsi, bohemios.

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