viernes, 3 de diciembre de 2010

El sartén favorito Carlos Murillo Abogado


Todo aquel que pise una cocina, ya sea para hacer un huevo frito, unos frijoles con queso, un asado de bodas o un pavo navideño, debe tener un sartén favorito, que por lo regular es aquel que más le sirve y que menos le provoca problemas.

Recuerdo que en una clase nos decían que el hombre desarrolla el razonamiento a partir de que cocina los alimentos, ya que con esto disminuye considerablemente el periodo de digestión en comparación con la carne cruda, este ahorro le permitió al ser humano tener más tiempo para dedicarlo a pensar y con esto se provocó la evolución del cerebro. Bueno, no a todos.

Cocinar entonces es un acto culturizante de la razón, es un vehículo para poder dedicarle tiempo al pensamiento, tal vez a filosofar o leer, aunque la gran mayoría –en México– lo use para ver las telenovelas de moda o ver el futbol, por cierto no entiendo por qué reciclan la misma historia mil veces, me gustaría ver una obra de Juan José Arreola o de Carlos Fuentes llevada a la televisión. Tal vez en otra vida.

¿Qué problemas puede dar un sartén? Uff, pues podemos comenzar por el caso de la comida pegada; el arroz por ejemplo, –que es la pata de la que cojeo–, es una pesadilla si no se tiene la inteligencia gastronómica; mire, mi mamá me dio una receta, doña Licha la señora de la tienda otra distinta y mi suegra por teléfono una más ¿cuál es la correcta? Todavía no lo sé, pero el reto es seguir intentándolo, aunque tendría que ser con otra paila, porque yo le atribuyo el fracaso al hondo metálico instrumento, esto resulta irracional porque ¿qué tiene que ver el sartén con mi falta de astucia?

Usted disculpe mi divagar, mi amigo el abogado Luis Alfonso Mayorga se estará preguntando ¿qué quieres decir? A lo que quiero llegar es que el PAN cumple 10 años en la Presidencia de la República y es como un viejo sartén cochambroso sin mango –el modelo político y económico–, con un pinche –que no chef– torpe y ciego, que quiere hacer sufflé de trufa negra –un platillo exquisito y exótico, pero complicado–, con estos factores el resultado necesario será el fracaso.

Si no hay nada qué celebrar con el bicentenario de la Independencia o el centenario de la Revolución Mexicana, mucho menos la transición a la democracia de papel que sufrimos. Que sellen las cajas presupuestales para evitar la tentación estatal y que no se desperdicie un solo peso para celebrar una década de pésimos gobiernos –ellos dicen que el anterior régimen era malo y es que un borracho ve a todos borrachos, literal–.

En Juárez ya no queremos la transición democrática, queremos al menos regresar al tiempo en que, como dijo doña Rosa, “estábamos mejor cuando estábamos más pior”. El gran reto de los juarenses es salir a la calle todos los días y regresar a casa sin ser víctima del mentado daño colateral que tanto ha presumido el gobierno federal, eso no es estado de derecho democrático.

¿Esto hicieron en diez años? ¿Qué harían en 80? Más pobreza, más desigualdad, más ignorancia, menos democracia, porque nos han convertido en un pueblo listo para seguir ceñido a la miseria, a la sombra del vecino del norte que goza de manipular el juego como si estuvieran en el tablero del Monopoly, al menos así aparece en Wikileaks.

Y es que el problema del panismo radical, que ahora tiene secuestrado el país, es una añeja tara y una exaltada estolidez.

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