sábado, 16 de octubre de 2010

Los mineros de Juárez - Carlos Murillo - Abogado


La noticia más importante del martes no fue el tísico discurso de Calderón en Juárez, ni la visita de su torpe gabinete de seguridad, ni sus agoreros que viajan en avión oficial a todo lujo; ni ese montón de sinvergüenzas de la avanzada, que no se midieron a la hora justificar el gasto inicuo del Estado Mayor, para venir a inaugurar un parque y una clínica, que, en una ciudad de 1.3 millones de habitantes, sólo puede significar hacer el ridículo.

Tampoco la visita de una mermada Selección Mexicana de Futbol –digna de su fanaticada–, llamó tanto la atención y ni siquiera las caderas de Shakira en El Paso hicieron tanta alharaca.

El martes, la primera plana fue arrebatada por los mineros de Chile. En nuestra época, globalizada y mediatizada, es un espectáculo testimoniar un éxito de la humanidad civilizada, ante el fracaso generalizado de la modernidad.

Pocas veces, la psicología, la ingeniería, la medicina, la filosofía y todas las disciplinas cultivadas por el hombre, adquieren sentido como en el escenario de sobrevivencia.

Y, si es un invento del “presidente Piñeiro” –como dicen algunos–, es genial, porque nos enfrenta al problema ético de los casos trágicos de vida o muerte, presentado entre la penumbra de la condición humana, de sus vicios, de las desvirtudes anidadas por siglos entre nuestro instinto animal, y, ante esta situación, cualquiera hubiera pensado que los mineros optarían por el desconcierto, la desesperación y arrebatarse el micrófono para gritar auxilio. Pero no fue así.

El pueblo chileno deja una estela de virtudes, que pocas veces se encuentran en la historia. Por principio, fueron guiados por el orden, la estrategia, la razón y la disciplina que les permitió trazar el plan que durante 66 días tuvo con vida a los hombres que se vieron de tú a tú con la muerte y con la demencia. No había conocido de un caso tan parecido a la novela “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago, un lugar en donde de pronto la gente pierde la vista por una epidemia de ceguera, convirtiendo aquel lugar en un muladar humano. El Nobel de Literatura diría después: “no soy pesimista, el mundo es pésimo”.

En este contexto, donde la crisis es el común denominador y ante una sociedad convulsa, vale la pena regresar unas cuantas páginas en la lectura de la realidad y entender que estamos ante el gran momento de nuestra época y debemos contestar ¿qué haremos?

Los expertos –en el caso chileno–, segmentaron tres grupos, los hábiles, los débiles y los fuertes y en ese orden fueron saliendo uno por uno. Aquí en Juárez, como en cualquier crisis, debemos voltear a ver a los menos aventajados, a los niños y jóvenes que son víctimas y en muchos casos huérfanos de la violencia, a ellos debemos atender, a los más vulnerables ante la oferta del crimen, a los eternos desposeídos que sirven de cantera para el narco.

La esperanza se encuentra depositada ahora con la designación de juarenses en el primer cuadro del Gobierno del Estado. Hemos decidido creer en el trabajo que encabeza el ex rector de la UACJ, Jorge Quintana Silveyra, enarbolando la bandera de la Educación, la Cultura y el Deporte y que tiene el reto de atender a una sociedad ultrajada por la muerte, que respira por la profunda herida de la desigualdad y la ignorancia. Debemos transformar esa realidad.

En el gabinete del gobernador César Duarte Jáquez destaca también Graciela Ortiz, mujer de alto relieve, con experiencia en la operación política de grado quirúrgico y desde ahora una pieza de unión entre las expresiones de la sociedad chihuahuense.

Y, también otro juarense se integra en el tema de seguridad, Carlos Manuel Salas, un hombre de Estado, experto en las lides del derecho, inteligente y capaz. Ellos cargan en su agenda la palabra empeñada de Duarte Jáquez ante tres millones de chihuahuenses secuestrados. Nosotros, tenemos la esperanza de salir de la mina.

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