miércoles, 8 de septiembre de 2010

La nueva embestida clerical


Por Jorge Canto Alcocer

Parece sacado de una zarzuela decimonónica: cura rechoncho, mal hablado, grotesco incluso. Tan sólo el verlo mueve a risa, cualquiera pensaría que es un pícaro vejete al que simplemente hay que tirar a loco. Parece, pero sólo parece. En realidad Don Onésimo Cepeda no es un personaje para reír y celebrar. Todo lo contrario: es fiel reflejo de una clase decadente, pervertida, agresiva y extraviada, dueña de un impresionante poder material, detentadora aún de una bárbara influencia ideológica. Estamos hablando, por supuesto, de la jerarquía católica, infernal grupo salido al escenario público de la calamitosa caja de Pandora del salinato, y que desde aquellos años, hace ya casi un cuarto de siglo, no para de manifestar su egoísta interés, su ambición terrenal y su ceguera histórica.

“Eso del Estado laico es una jalada”, declaró hace unos días el robusto obispo de Ecatepec. Y vaya que lo sabe Don Onésimo, que convive un día sí y otro también con diputados, ministros y gobernadores de todos los signos políticos. Amigo íntimo del “góber precioso”, a lo mejor es incluso el confesor que le ha otorgado el perdón a las muy humanas flaquezas del gobernante poblano tan aficionado a las jovencitas como a las comilonas. Pero no crea Ud. que Mario Marín es el único mandatario que frecuenta la “divina” compañía del obispo de peso completo, pues también la “Barbie” Peña Nieto es comensal cotidiano en las nada espirituales fiestas de Cepeda, lo mismo que, entre los panistas de mayor renombre, Don José Ángel Montoya, el ineficiente y reaccionario secretario de Salud del muy espurio gobierno de “Felipillo” Calderón.

El cinismo grotesco y vulgar de Don Onésimo tiene la virtud de la honestidad. Mientras que Norberto Rivera y Juan Sandoval disfrazan sus ataques al poder político con un supuesto interés por “defender a la familia” –un interés que nunca mostraron estos Príncipes de la Iglesia en el caso de las familias de los cientos de niños abusados por curas pederastas-, al siempre bien comido jefe de la Diócesis de Ecatepec sólo le faltó decir, parafraseando a Luis XIV, “¿Estado laico? Pues si el Estado soy Yo”. Y es que en las manifestaciones de Don Onésimo vemos claramente la verdadera ideología clerical: estos curitas alzados ambicionan el poder, y más aún, TODO EL PODER.

Con sus cínicas y provocativas palabras, Onésimo Cepeda, el “cura banquero” que tiene expedientes abiertos por usura, fraude e incluso lavado de dinero, pretende borrar sin más trámite la histórica figura de Juárez, la enérgica firmeza del Constituyente de 1917, la inexcusable derrota que el Estado Revolucionario le endilgó a la rebeldía eclesiástica de los años veinte del siglo pasado, y la dimensión histórica del laicismo cardenista.

Hay voces dentro del movimiento popular que convocan a la prudencia y a evitar confrontaciones con la Iglesia. No concuerdo con ellas. Si doscientos años de historia nacional no fueran suficientes, baste recordar la experiencia de 2006, cuando Andrés Manuel fue especialmente cuidadoso en su relación con Don Norberto, en un intento por no conflictuarse con el poderoso cura, al grado –según trascendió- de haber sugerido a la Asamblea capitalina la no aprobación de la reforma civil que posibilitara la para entonces avanzada figura de las sociedades de convivencia, todo con el fin de no provocar disgustos al reaccionario Cardenal, quien, sin embargo, desde un segundo después de que toda la maquinaria gubernamental y oligárquica se lanzara desesperadamente para consumar el fraude, abrazó la causa de la mentira y atacó sin miramientos a nuestro líder y al movimiento.

Fieles al progresista espíritu de Valentín Gómez Farías, de Ignacio Ramírez, de Benito Juárez, de Camilo Arriaga, de los hermanos Flores Magón, de Salvador Alvarado y de Lázaro Cárdenas, es nuestra obligación combatir la nueva embestida clerical. La liberación del pueblo necesariamente pasa por la libertad de conciencia, y eso no lo podremos lograr si permitimos que los mercaderes del templo se paseen impune y groseramente por escenarios que no les corresponden. Alguien dijo hace más de dos mil años “Al César lo que es del César”. ¿No lo recordarán los Onésimos y Norbertos, o será que ya no creen en la palabra de aquel Jesús al que llamaban “El Cristo”?

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