jueves, 9 de septiembre de 2010

El Infierno – 2010: nada que celebrar




Meterte a El Infierno es una experiencia sofocante. El fuego no cesa ni un momento. Ahí están todos los pecados humanos individuales: se mata, se roba, se tortura y se mutila. Pero también habitan en El Infierno los pecados colectivos: la pobreza, la injusticia y la corrupción sistemática de criminales y gobierno.

El Infierno es una película. Pero también es la realidad de este país. Un trepidante relato fílmico que te deja sin aliento. En el que cada palabra y cada imagen cobran sentido. Una mirada inclemente al fenómeno del narcotráfico en México. Sin concesiones. Con toda su carga de sangre y de drogas. Incluyendo algunas dosis de comedia negra y humor involuntario.

Incluso antes de entrar a la sala, porque en la taquilla misma hay un letrero que dice: “Se les informa que la película El Infierno es de clasificación ‘C’, por lo que se pedirá credencial de elector tanto en la taquilla como en el acceso”. Una censura tardía, como si los del Conaculta y el Imcine se hubieran arrepentido de apoyar su producción y ahora quisieran sabotearla. Como si no se tratara de fondos públicos. Como si en los noticiarios no se transmitieran las atrocidades de esta guerra.

Ya adentro, en la sala, todavía no acaban los créditos iniciales cuando “El Benny”, un mojado fracasado y de vuelta de los Estados Unidos, ya ha sido asaltado y esquilmado por el ejército. Hasta que llega a San Miguel Narcángel, un pueblo dejado de la mano de Dios pero en el puño del crimen organizado.

A partir de ahí, el relato no te da tregua con un protagonista al que la miseria y la desesperación empujan a trabajar —“porque no hay de otra”— para el cártel local de Los Reyes del Norte en una cadena vertiginosa de sucesos e imágenes: el capo despiadado que maneja como monigotes a policías y autoridades; los curas que bendicen las armas; los encobijados, los descabezados, los empozolados y los montones de muertos por todas partes; sin faltar por supuesto algo de sexo adrenalínico.

Pero El Infierno no se limita a un recuento de la violencia. Hay en la película una cuasi permanente actitud de denuncia. Así que no es casual que se muestren fotografías del narco mayor y su esposa muy apapachados por Fox y Marthita. Ni que el JR se burle de la campañita esa de que “En la batalla contra el crimen organizado, aunque no lo parezca, vamos ganando”. Ni las alusiones a los festejos del bicentenario. Tampoco que, con la fotografía oficial de Felipe Calderón al fondo, un corruptísimo capitán policial se queje de “una guerra que ha dejado más muertos que la revolución”.

Es probable que alguien diga que es una cinta demasiado violenta. Pero le puedo asegurar que no más que la realidad de cada día. Después de todo, como ahí se dice, “el infierno es aquí merito”. Cuenta además con actuaciones magistrales de Damián Alcázar, Joaquín Cosío, Ernesto Gómez Cruz, María Rojo, Elizabeth Cervantes y Daniel Giménez Cacho. Por ello y más, es una película que tenemos que ver. Y un ícono más de mi fraterno Luis Estrada, productor y director de El Infierno

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