viernes, 6 de agosto de 2010

Renunciar es lo que tendría que hacer


María Teresa Jardí

Obligado por la sangre derramada. Veintiocho mil asesinados en cuatro años. Veintiocho mil ejecutados que tenían familia, amigos y compañeros de trabajo. Veintiocho mil bajas humanas. Cuando la guerra de Vietnam, con la que entre otras cosas se convirtiera a los gringos en adictos a las drogas, tuvo cuarenta mil muertos. Número que Calderón, por mucho, va a rebasar con su absurda y mentirosa guerra, con la que soñó que se legitimaría el usurpador, que no se legitimó, pero con la que desprestigió al Ejército nacional y con la que al país adentra en un futuro incierto de aterradoras, predecibles, consecuencias.

Veintiocho mil ejecutados. 28 mil personas: hombres, mujeres, niños y niñas asesinados. La mayoría sin haber merecido no digamos el inicio de una averiguación como la ley le manda hacer a Calderón. Cancelada por el “ajuste de cuentas” ha sido en México la integración de una averiguación. La impunidad garantizada. Ni siquiera el levantamiento de un acta circunstanciada han merecido veintiocho mil mexicanos privados, ilegalmente y de forma por demás violenta, de la vida. Acta circunstanciada debida, al menos, a la forma tan “irregular” en la que les fue arrebata la vida a 28 mil personas en un país que formalmente no está en guerra.

Debido a la sangre derramada el usurpador hace foritos en los que nada escucha. Por supuesto que la forma de acabar con el narcotráfico es legalizando las drogas, atendiendo la salud de los drogadictos y educando a los jóvenes sobre los riesgos, como se hace con el alcohol y con el tabaco.

Debido a la sangre derramada, que ya a todos los mexicanos ahoga, Calderón hace foritos. Como antes los hicieron sus pares De la Madrid y Salinas, cuando las instituciones procuradoras de justicia ya era público que tenían muchas manzanas que estaban podridas. Los mismos foritos. En lugar de dedicarse a componer lo que ya olía a podrido en el aparato procurador de justicia. Con Zedillo quedó destruido el aparato impartidor de Justicia y con Fox contaminadas hasta la médula las policías. Obligado por la sangre derramada hace foritos, cuando Calderón, asumiendo su incapacidad probada para gobernar, lo que tendría que hacer es renunciar.

Pero ya que busca consejos y siendo claro hasta para alguien tan mentalmente limitado, pero quien, a fin de cuentas, por la Escuela libre de “derecha”, aunque de noche, se supone que hubo pasado, lo que tendría que hacer de inmediato, si realmente algo quiere hacer, es ordenar que se vuelvan a iniciar las averiguaciones en el caso de cada ejecutado, como si de personas se tratara y como le mandata la ley que haga y como señala la razón que se debe hacer, como la forma de conocer quién era el asesinado, en qué andaba, si la muerte fue debida a un error y reivindicando en esos casos su memoria de cara a la familia y asumiendo el castigo que merece el que a otro priva de la vida, con los matices que la propia ley establece. Nunca será lo mismo el homicidio cometido por quien encuentra en su cama con otro a la mujer que ama. El que merece ser juzgado, obviamente, pero quien no es de suyo un asesino y no amerita la severidad de la pena que sí amerita el que se contrata, porque se sabe que impune quedará el crimen, para asesinar a otro a cambio de lana.

Si se acaba la impunidad y si se barren las escaleras de arriba para abajo, todavía, quizá, México pueda recuperar la esperanza de caminar otra vez hacia adelante en lugar de seguir en reversa adentrado ya en el abismo que convierte a un país en infierno cuando pierden la seguridad sus habitantes de que al salir de casa no van, quizá, a encontrarse con la muerte adelantada: porque sí, por error, porque estuvieron en el lugar incorrecto, porque se toparon con un retén con soldados o con policías drogados, porque se vieron en medio de un ajuste de bandas de sicarios, porque los paramilitares decidieron ese día salir a matar al primero que encontraran…

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