lunes, 12 de julio de 2010

La disputa por el botín


Jenaro Villamil

En un análisis de las recientes elecciones, el historiador Lorenzo Meyer abre con implacable bisturí la realidad política mexicana: la élite no está dispuesta a permitir que las “clases bajas” tomen decisiones para cambiar el estado de cosas en el país, lo que ha bloqueado la verdadera transición democrática. No importan los partidos, cualesquiera que sean sus siglas, en alianzas o solitos. La alternancia entre ellos es irrelevante. Todos van sobre lo mismo: la bolsa de poder y dinero que eventualmente significa el triunfo electoral. En ese sentido, los movimientos de Independencia y Revolución pueden considerarse un fracaso.



Para el historiador Lorenzo Meyer, las elecciones de 2010 constituyeron “un ritual sin contenido”, no existieron los ciudadanos ni las propuestas distintas, y “la atmósfera fue de una lucha entre los poquitos que se disputaban la bolsa de recursos electorales”.

Irónico, asesta: “Si esta es nuestra normalidad democrática, pobre normalidad, porque es una normalidad gris, sin entusiasmo”.

Este fenómeno es producto de nuestra historia, de la naturaleza de las élites políticas en México y de la confusión entre alternancia y transición a la democracia, resume el catedrático de El Colegio de México. Enseguida explica:

“Es la naturaleza de la sociedad colonial. México fue el resultado de una colonización de explotación y no de una colonización de poblamiento, como fue el caso de Estados Unidos. Para explotar una colonia como la Nueva España, los poquitos debían ser capaces de tener el mando y todos los demás debían obedecer.

“Ni la Independencia ni la Revolución cambiaron eso. Lo que vivimos ahora son los ecos de la fundación original del país. ¿Por qué fue más conflictiva la elección de 2006 y no la de 2000? Porque en la elección de 2000 la élite del poder decidió que la alternancia no era ninguna amenaza para el statu quo (...) pero en 2006 se abre la posibilidad de que la elección sea más de contenidos que de formas. Se ofreció la identificación entre el candidato presidencial y las clases más bajas.”

Meyer advierte que ni el proyecto de López Obrador ni el de la coalición que lo postuló para la Presidencia de la República eran radicales ni planteaban una revolución, pero “la élite del poder no quiso. Y ya se vio desde la Independencia, cuando Hidalgo quiso introducir a los pobres en los procesos políticos, esto es algo peligroso. Y la Revolución Mexicana introdujo a las clases peligrosas. No hay que hacer eso. Pero se supone que estábamos en el siglo XXI, que habíamos cruzado el Rubicón democrático”.

Con estos antecedentes, el investigador señala que los comicios de 2010 fueron “como retornar a 2000, pero ya se perdió la virginidad, ya se sabe a lo que conduce una alternancia vacía, ya no entusiasma a nadie”.

–La alternancia por la alternancia nos hizo creer desde 2000 que eso garantizaba la transición. ¿No sucedió lo mismo ahora? –se le cuestiona.

–Eso nos confundió a muchos. Me incluyo sin ninguna excusa, porque me pareció lógico que la primera etapa fuera para no darle miedo a las élites y pensábamos que Fox tenía cierto compromiso democrático. No lo veía ni lo creía tan vacío.

–Bueno, durante la campaña de 2006, ese panismo impulsó la frase del “peligro para México”…

–Eso del peligro es un discurso vergonzoso y revelador en extremo, porque alguien que es un peligro para un país tiene que ser eliminado. Es casi equiparable con el narco. Esa brutal definición de la campaña fue una demostración de que quedaba cero compromiso democrático, cero tolerancia en el PAN.

–¿Por qué los candidatos opositores de ahora están diciendo que es necesario el borrón y cuenta nueva?

–Se entiende que lo digan, pero qué estupidez querer quitar la historia. Es como querer borrar la memoria del pasado inmediato. Se entiende que lo digan, pero es un discurso vacío.

–¿Hay una asimilación del fracaso de lo sucedido en 2000? Los candidatos opositores no están ofreciendo nada.

–Es interesante este fenómeno. En un país con los problemas de fondo que tiene México, que su liderazgo político diga: “yo sólo quiero ver la superficie, no me obliguen a escarbar un poco, vamos a no complicarnos”, es tremendo. Alguien que niega la realidad, tarde que temprano se topa con ella o se vuelve loco.

“Abdicar de la responsabilidad es un camino hacia el fracaso. Un país que no enfrenta sus múltiples problemas (corrupción, fracaso educativo fantástico, injusticia rampante, pobreza) sólo administra el fracaso. Están administrando el fracaso.”

–¿Qué pasa con los partidos?

–Son partidos de cuadros, alejados de la sociedad, que encontraron su marco, que es el IFE y las reformas electorales, y ahora están blindados frente a la sociedad. Las encuestas pueden colocarlos en el último lugar de la opinión social, pero ellos ya lo saben, dicen: “desquítense, elijan lo peor de nosotros, pero los privilegios no los vamos a perder”.

Para Meyer, este es el “gran punto de acuerdo” entre las oligarquías de todos los partidos: “Son los pocos que lograron monopolizar la representación”, “es el grupo de los pocos que cerró el círculo de hierro que los separa de los millones de mexicanos”.

Ante estas circunstancias, la alianza entre el PAN y el PRD se estableció desde que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación le entregó a Jesús Ortega el control de su partido.

–¿No es paradójico que el liderazgo social más amplio que existe, como el de López Obrador, no cuente ahora con partido?

–Es certísimo. El único movimiento social ya masivo (dicen tener 2 millones y medio de afiliados) no tiene partido. Esas oligarquías partidistas tienen la legalidad, pero no la representatividad. Y a López Obrador sólo le queda el tenue punto de apoyo del PT y de Convergencia.

–¿Y qué representa el PRI?

–El PRI son los gobernadores. En algunos estados fracasaron, como en Oaxaca, Puebla y Sinaloa. El PRI desde su origen necesitó una figura fuerte que lo cohesionara, como fue Plutarco Elías Calles, quien no tenía ninguna representatividad institucional pero era el jefe; después (el partido) da el salto hacia la figura presidencial, desde Lázaro Cárdenas, y ahora vuelve a sus orígenes con Salinas, que es como una especie de Plutarco Elías Calles del siglo XXI.

“El PRI se acostumbró a tener un jefe y se fragmentó en varios señores feudales después de la derrota de 2000. Pero esos virreyes necesitan tener un emperador porque, si no, se pueden matar. Para su propia salvación necesitan un emperador, pero ese emperador de ahora no tiene ninguna institucionalidad.

“Lo paradójico es que el poder de Salinas es un reflejo de la debilidad del PRI. Si cambiaran las cosas, Salinas saldría sobrando. Hay que reconocer que Salinas, en esta transición que no cuajó, supo encontrar su lugar.”

–Pero el PRI sigue triunfando en los estados…

–Eso no refleja el triunfo del PRI, sino el fracaso del PAN como gobierno.

–¿Qué le queda al gobierno de Calderón de su origen como gobierno panista, de sus ideólogos?

–Calderón quemó lo último que quedaba de la herencia panista. Este PAN en el gobierno no tiene nada que ver con el que fundó Gómez Morín. Es un gobierno que se quedó sin energía, está a merced de lo que establezca Estados Unidos a través de la Iniciativa Mérida.

Ante este panorama, Meyer advierte que la demanda maderista de “sufragio efectivo” sigue siendo válida, a 100 años de distancia:

“Para recuperar la efectividad del sufragio, se hace una revolución social en México. ¡Cuánta resistencia habrá en las élites políticas, que a pesar de la Revolución el sufragio sigue siendo inefectivo! El voto es muy difícil de respetarlo. ¿Por qué?”

La resistencia al cambio



En su interpretación de los resultados de los comicios recientes, Calderón afirmó que fue un voto por la paz, en contra de la violencia. Por eso se le pregunta al doctor Meyer cuánto influyó el contexto de inseguridad en el proceso electoral.

–Hay que analizar de dónde viene esa violencia. Es un fenómeno muy complejo, como en Tamaulipas, donde asesinaron al primer candidato del PRI a la gubernatura.

“Hubo una economía política del narco de los años cuarenta hasta los ochenta, con el asesinato de Enrique Camarena. En toda esta etapa hubo un Estado fuerte, centralizado, que pudo controlar al narco como no pudo hacerlo Colombia porque no tenía este tipo de Estado. Pero con el desmoronamiento de las antiguas formas priistas, el aumento del mercado y la proliferación de los corredores hacia Estados Unidos hicieron que surgiera una violencia que amenaza al Estado.

“En Tamaulipas tenemos un episodio histórico que recuerda el asesinato del gobernador de Sinaloa, Loaiza, muerto en 1944, en Mazatlán, porque los que cultivaban la amapola, el opio, consideraban que los traicionó. Entonces, da la impresión de que retornamos al origen.

“Esa economía política del narco no se introducía en las elecciones, como ahora, donde está presente en todos los municipios, como sucedió en Tamaulipas.”

–¿Cuándo empiezan las elecciones competidas en el país?

–A finales de la Colonia, en 1813 o 1814, las Cortes de Cádiz deciden abrir la posibilidad de que en la Ciudad de México todos voten. Son elecciones competidas porque no hay la seguridad de quién vaya a ganar, hay un alto nivel de incertidumbre y entran todos a participar, hasta los indios, que acuden a las iglesias.

“En las boletas, las letras se parecen mucho. Hay historiadores que dicen, como Virginia Guedea, que alguien pudo inducir o decir por quién votar. En esa época hubo una fiesta cívica. Los resultados fueron tan adversos al gobierno, que no se volvió a convocar a elecciones. Fue nuestra entrada y salida de las elecciones competidas. Ahí se perdió la virginidad.

“Vienen todas las elecciones del siglo XIX, donde no hubo ciudadanos que participaran. Hay crónicas que dicen: yo nunca vi entrar a nadie a las mesas de votación. Estas mesas se arreglaban de antemano. Había votaciones, incluso, a mano alzada.”

–¿Por eso la fuerza de la demanda de sufragio efectivo, lanzada por Madero?

–Es una demanda tan sencilla y a la vez tan importante, la de Madero, porque existía sufragio, pero no era efectivo. El sufragio se gana desde finales de la época colonial, pero lo efectivo no. En este país se hace una revolución por eso.

“Es irónico. La revolución bolchevique se hace porque hay que acabar el capitalismo, formar una sociedad socialista. Aquí se hace por una cosa muy menor. Sin embargo, cuánta resistencia habrá en este país a las elecciones, que se hace la Revolución y el sufragio sigue sin ser efectivo. Se destruye el antiguo Estado y, cuando se vuelve a construir, otra vez se presenta esta resistencia.”

–¿Es un síndrome histórico? ¿Por qué se da esta constante?

–Nunca se reniega en México del voto como fuente original de legitimidad. No se niega eso, pero se niega la esencia del voto: que sea libre, en condiciones de equidad, de competencia.

“Es una hipótesis la mía: es la naturaleza de la sociedad colonial la que explica este fenómeno. México, como la capitanía general de Guatemala o el Virreinato del Perú, fueron colonizaciones de explotación, que contrastan mucho con la estadunidense, que fue una colonización de poblamiento.

“Vinieron muy pocos españoles. Aquí la gran riqueza que había era el exceso de mano de obra nativa. En la Colonia hay dos tipos de seres humanos: los poquitos, que tienen el derecho a mandar, los capaces de entender las complejidades de la vida política, y el resto, que son siervos. Y la Independencia no cambia mucho el modelo original.”

–¿La Revolución Mexicana incorpora a esas clases bajas?

–Abre una puerta, pero no incorpora hasta el fondo. Estamos en el siglo XXI y todavía vivimos esos ecos de nuestra fundación original. El sufragio sigue sin ser efectivo.

Peligro: pobres votando



Meyer se explaya en las consecuencias de la elección de 2000, que marca el fin del régimen priista, y las elecciones de 2006, que reviven el miedo de las élites a incorporar en las decisiones políticas a los sectores más amplios:

“La gran insurgencia electoral de 2000, que tiene ecos de la insurgencia electoral de 1988, es posible porque la alternativa llamativa, Vicente Fox, no era en aboluto una amenaza para el statu quo. Fue gatopardismo completo: vamos a movernos para quedarnos en el mismo sitio, pero con una ventaja, que ya no será el PRI que está tan desgastado, es alguien nuevo, con un partido (el PAN) que tiene una historia democrática. Vamos a hacer que el statu quo se revitalice, sin cambio, por puras percepciones.

“El 2000 salió a pedir de boca. Todo ese lastre que fue el robo electoral de 1988, se limpia. Parece que las manchas del pasado son lavadas. En 2006 se abre la posibilidad de que la elección sea algo más que forma. No había nada radical en las propuestas de López Obrador. Ofrecía un cambio moderado, sobre todo, una identificación del candidato presidencial con las clases bajas por su condición de tales.

“Esta élite del poder fue tan temerosa, tan mezquina, tan poquita cosa, que se espantó. Fue muy racista. El día que ganó Calderón, un periódico registró lo que dijo una señora en la sede nacional del PAN: ‘Se acabó el primero los huevones’. Ese es un resabio colonial. Es decir, los pobres son pobres por su propia culpa.

“Me parece que en 2006 se mostró el rostro, con su guerra sucia, de la voluntad de sacar los miedos seculares de esta sociedad. Por lo menos desde la Independencia, introducir a los pobres al proceso político, tal como lo hizo Hidalgo, es algo peligroso.” l

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