domingo, 14 de marzo de 2010

El Manifiesto comunista y el papel de la izquierda


Maciek Wisniewski*
En una célebre frase que abre el Manifiesto comunista , sus autores anunciaban que un fantasma –el del comunismo– re-corría Europa. Dicho fantasma ha sido acosado por todo género de fuerzas: desde el Papa y el zar hasta los espías policíacos. Si el Manifiesto... fuese escrito hoy, quizás dirían que el espectro que recorre Europa (del este), es más bien el del anticomunismo tardío. Acosarlo también es papel de la izquierda.

I

En el recientemente concluido mes de febrero se cumplieron 162 años de la publicación del Manifiesto comunista redactado por Karl Marx y Frederick Engels. El documento, pensado como un programa de partido y una herramienta para difundir las ideas comunistas, tiene dos vertientes: la teórico-analítica y la política. Contiene también un importante diag-nóstico social y político, y un recuento del debate acerca de las ideas socialistas.

Prácticamente terminado por Marx a finales de 1847, basándose en las ideas trazadas anteriormente por Engels, Marx hizo las últimas correcciones en enero y el documento salió a la luz pública en alemán a mediados de febrero de 1848.

El Manifiesto... es quizás el documento con la historia más tormentosa en el mundo; ha sido declarado obsoleto innumerables veces, censurado, quemado, prohibido y penalizado, la última vez hace un par de meses en Polonia.

II

En noviembre del año pasado, el Sejm –parlamento polaco–presentó una ley según la cual queda penalizada la propagación de materiales y textos que contengan cualquier “contenido comunista” (o nazi o “totalitario” en general); esto significa que el Manifiesto comunista quedará de facto incluido en un index , y su difusión sancionada con multa o cárcel.


La razón de lo anterior, según los legisladores, es que cualquier símbolo o material con un fondo “comunista” representa no sólo un legado de un sistema genocida, sino también una amenaza latente a la libertad. En la visión de los liberales polacos, la lectura de textos como el Manifiesto comunista necesariamente acabará con el retorno del totalitarismo y la construcción de nuevos gulag .

Poco antes tuvo lugar otro hecho sintomático : durante la feria del libro en Varsovia se había solicitado retirar los ejemplares del Manifiesto... , con base en un artículo constitucional que prohíbe la propagación de ideas nazis y comunistas. Aunque la Constitución no hace mención específica a ningún título, la editorial y los organizadores prefirieron ceder ante las amenazas de un proceso penal.

Todos esos son síntomas muy interesantes, pero sobre todo preocupantes, de un anticomunismo tardío , actitud que abunda en los países ex socialistas. Dicho anticomunismo tardío, a veinte años de la caída del Muro de Berlín, busca “purificar” la vida política y social, culpando ex post al comunismo de todos los errores de la transformación neoliberal. Pretende también igualar todas las expresiones del comunismo y socialismo, incluso teóricas, con el nazismo, y penalizarlas. De hecho, una de las primeras iniciativas de los nuevos miembros de la Unión Europea ( ue ) en el Parlamento Europeo, ha sido la prohibición de los símbolos comunistas, incluso la estrella roja, exactamente como quedaron prohibidos los símbolos nazis. Los promotores de medidas como éstas ignoran por completo –y sin que se nieguen los crímenes de ambos sistemas– que el nazismo y el comunismo tienen raíces distintas y deben ser considerados de manera diferenciada. Evidentemente, el Manifiesto comunista de ningún modo es lo mismo que Mein Kampf , de Adolfo Hitler.

Al mismo tiempo, este revisionismo reaccionario presenta al nazismo como si se tratara de una simple reacción al comunismo, ocultando que aquél más bien fue una reacción a la crisis capitalista, donde el antagonismo de clases fue reemplazado por el conflicto racial entre judíos y arios. De hecho, según el economista húngaro Karl Polanyi, autor de una obra fundamental, La gran transfor mación (1944), la mercantilización y la proliferación de una falsa idea del mercado autorregulado fueron las culpables tanto del auge del nazismo como el estalinismo.

La prohibición de facto del Manifiesto comunista no sólo es el resultado de esta actitud, sino también una manifestación de lo que el filósofo esloveno Slavoj Zizek llama Denkverbot (una prohibición-para-pensar), muestra de la hegemonía liberal y mecanismo con que ésta busca cerrar todos los caminos a los proyectos políticos contrarios al suyo.

III

Después de la caída del Muro (precedida, por cierto, por las primeras elecciones libres en Polonia, en junio de 1989), se declararon caducos a Marx y el marxismo: la doxa dominante hizo creer que sus predicciones fallaran en todos los aspectos y simplemente, sin ninguna necesidad de prohibir, en muchas partes dejó de ser leído. Las obras de Marx no sólo fueron d estinadas al “basurero de la historia”, sino algunas veces también a los basureros verdaderos, a donde fueron arrojados después de retirarlas de las bibliotecas.

Pero en Polonia quisimos ser más papistas que el Papa. Isaiah Berlin, uno de los padres intelectuales de los liberales, si bien rechazaba el contenido político del Manifiesto ..., aplaudía su extraordinaria belleza literaria y retórica. Sólo nueve años después de la desintegración del bloque socialista, para el 150 aniversario de la edición del Manifiesto comunista , en los círculos liberales y conservadores aparecieron unas “reseñas” bastante favorables del documento. Muchos de los analistas y publicistas pro capitalistas prestaban atención al documento para sus fines: por supuesto sólo miraban a Marx y Engels allí, dónde éstos expresaban su admiración hacia la fuerza y dinámica –también destructiva– del capitalismo, y su capacidad de revolucionar los modos de producción y las relaciones sociales, y cerraban los ojos dónde hablaban de crisis capitalistas, división del trabajo, o donde criticaban las fantasías sobre la libre competencia o la propiedad privada.

En Polonia ha sido peor; lo común es negar la existencia del capitalismo mismo. Mientras algunos aseguraban que no vivimos en el capitalismo, sino en otra sociedad regida, no por la explotación, sino por una cooperación voluntaria ( sic ), otros lamentaban que todavía no llegábamos al capitalismo, porque los polacos no tenían propiedad privada, y que había que privatizar más (como si con el avance del neoliberalismo después del 1989 no se hubieran privatizado casi todos los sectores de la economía, y cómo si el capitalismo fuera un sistema donde todos son felices propietarios que participan en un juego entre iguales).

Se escuchaban incluso las voces, provenientes de los sectores muy “serios”, de que ni siquiera había neoliberalismo, que desgraciadamente nadie seguía tal política, y que todo se quedaba en una mera retórica, lo cual en realidad ha sido otra forma retórica que buscaba encubrir los escombros que dejó en su camino el huracán neoliberal y la implantación en Polonia de la doctrina de choque, como lo demostró Naomi Klein en su libro The Shock Doctrine (2008).


Esta explicación de que todavía no había capitalismo, ni siquiera neoliberalismo; de que el sistema estaba secuestrado por la vieja Nomenklatura , es muy común en Polonia y en otros países ex socialistas, siendo una de las expresiones del descontento hacia las reformas de “libre mercado” y la desilusión ante las nuevas realidades sociales. Pero como apunta ZiZek, lo que estos “anticomunistas tardíos denuncian como un capitalismo “inacabado” y pervertido por las oscuras fuerzas postcomunistas, es en realidad capitalismo tout court .

Aunque la visión del capitalismo que emergía de los escritos de sus apologetas normalmente resultaba profundamente ingenua y no tenía nada que ver con el capitalismo realmente existente, la izquierda polaca que obedeció a la prohibición de pensar y dejó de leer a Marx y estudiar de manera crítica al capitalismo, muchas veces se mostraba incapaz de responder a estas expresiones de un common sense neoliberal. Como escribieron Marx y Engels en el Manifiesto ..., las ideas imperantes en una época han sido siempre las ideas propias de la clase imperante.

Sólo hasta la reciente crisis financiera global se descubrió en Polonia que al fin y al cabo ya vivíamos en el capitalismo; el término milagrosamente reapareció en las bocas de los políticos y analistas y en los encabezados de prensa. No deja de extrañar que justo ahora el Manifiesto... acabe por segunda vez en el basurero, esta vez censurado.

IV

En un prólogo a la edición polaca de 1892 (la primera traducción a este idioma no tardó en publicarse poco después de la primera edición en alemán) Frederick Engels ofrecía una razón simple para explicar la creciente demanda y necesidad de estudiar el Manifiesto comunista : el rápido desarrollo de la industria en Polonia (entonces parte del imperio ruso) y el avance del capital, hacían indispensable la búsqueda de las explicaciones de las relaciones de clase entre los obreros; de igual manera podríamos decir que hoy en día el avance del neoliberalismo en Polonia (y el ocaso de su hegemonía) otra vez hace fundamental su estudio.

El análisis y la crítica de la sociedad burguesa (Marx y Engels no usaban el término “capitalismo”, ya que éste fue acuñado años más tarde por el sociólogo alemán Werner Sombart) contenidos en el documento, nunca perdieron su relevancia, a pesar de algunas limitaciones y lagunas teóricas (Marx estaba todavía por desarrollar los fundamentos para su “crítica de economía política”). Pero el mundo plasmado en el documento de 1848 es el mismo que nos rodea hoy; se antoja decir que la descripción de los mecanismos del sistema contenido allí es hoy más relevante que nunca, pero eso lo decimos siempre, sobre todo, en las épocas de crisis.


Así lo subraya David Harvey, geógrafo y marxista inglés, en el prólogo a una nueva reedición del Manifiesto ..., editada por el 160 aniversario (2008): el análisis acerca del potencial destructivo del capitalismo y la inevitabilidad de las crisis es inagotable.

Harvey va incluso más allá. Invita a poner el Manifiesto comunista al lado del otro documento, cuyos espíritu y contenido moral según él se asemejan – La declaración universal de los derechos humanos –, y subraya, refiriéndose a su parte política, que juntar los sentimientos contenidos en ambos escritos resulta de la mayor importancia, tanto para explicar nuestra condición contemporánea como para alumbrar los caminos de la lucha colectiva; el Manifiesto ..., según el marxista inglés, es un documento lleno de intuiciones, significados y posibilidades políticas: de nosotros depende cómo lo leeremos ahora y cómo lo incorporemos a una lucha progresista y un nuevo proyecto político.

Esta tarea es de la mayor importancia en Polo nia, atrapada entre fuerzas liberales-conservado ras y conservadoras-liberales, igualmente procapitalistas. Pero la búsqueda de salidas políticas a este cul de sac no sólo se ve obstaculizada por el orden establecido, sino también por el Denkverbot , la prohibición-para-pensar, que manda poner el Manifiesto comunista al lado de Mein Kampf , cuando no forman parte del mismo estante.

A la izquierda polaca antes que nada le toca rearmar su biblioteca: si no, lo harán los neoliberales. Ya lo empezaron a hacer.

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