miércoles, 3 de febrero de 2010

Astillero


Artistas Asesinos (¿A.A?)
La coartada del narco
Gastritis crónica juvenil
Ocultismo televisivo
Julio Hernández López



El calderonato ensaya hasta la ofensiva saciedad su coartada oscura de que ciertos mexicanos no merecen atención ni justicia en los incidentes criminales que les afectan porque estarían tocados por el presunto estigma del narcotráfico, adjudicable a conveniencia de ese gobierno de trampas y odios. Conceptual y ejecutivamente fallido, el seudogobierno felipista cree que al etiquetar un asunto como relacionado con la delincuencia organizada queda exento de indagaciones, procuración de justicia y responsabilidad. Miles de mexicanos han muerto en circunstancias complejas o insuficientemente explicadas y sus casos han sido tirados al indolente cesto de la basura institucional porque, al cómodo decir de la claudicante administración federal, estarían contaminados del virus justificatorio del mercadeo ilegal de estupefacientes.
Desde Tokio llegó esta vez la línea presuntamente justificatoria de las inacciones discriminatorias. En el paquete de una conferencia de prensa, sin tomar antes el teléfono para expresar pesares, como sí lo había hecho con televisivo acomedimiento en el caso de un deportista involucrado en un incidente con tufo a cobros por narcotráfico, el comandante Calderón se permitió la ligereza de deslizar que la reciente masacre de jóvenes (los Muertos de Juárez) habría sucedido por una rivalidad entre bandos. Nada de “confidencialidad” de la investigación o tiquismiquis judiciales: los chavos asesinados andaban en malos pasos y por eso les tocó muerte. Sólo le faltó decir, al responsable histórico de llenar de sangre el país, que nadie es inocente mientras no juegue en el América, o que nada es verdad o mentira mientras no concuerde con los guiones diseñados por el vicepresidente ejecutivo (es decir, de ejecuciones) mejor conocido como García Luna Productions.
El apunte artístico (doble A) fue plasmado ayer en Chihuahua por los ayudantes locales en un lienzo sombrío (el góber José Reyes Baeza como pintor de brocha gorda), en una especie de gastritis crónica juvenil, pues de pronto los chavos que habían sido descritos por el alcalde de la mártir ciudad como deportistas, estudiosos, ejemplares y no involucrados en asuntos delictivos, aparecieron en la galería de la doble A (apuntes artísticos) como parte del lumpen que necesariamente debe ser exterminado para dar paso a la aurora del México libre del narcotráfico que el etéreo Felipe sueña: marginados sociales que en buena hora se exterminan entre sí, para que eviten ser pasados por las armas oficiales. ¡Vamos ganando, aunque la juventud perezca!
Pero, aun cuando la causa real de esa masacre fueran venganzas entre bandas rivales, y sin entrar al análisis de fondo sobre la injusticia social y la falta de oportunidades que empujan a muchísimos mexicanos a buscar en el falso paraíso del narcotráfico lo que el sistema les niega, lo que debe hacer el comandante Calderón es someter esos incidentes a un esfuerzo serio de procesamiento judicial, esclarecimiento y asignación de castigos cumplibles. De otra manera, el recurso de culpar de todo al narco es una anchísima puerta de impunidad e irresponsabilidad que fácilmente cumple la autoridad fraudulenta pero formalmente responsable de dirigir el país.
Para fortuna del lic. Calderón, el principal medio de información del país, Televisa, le regaló la noche del lunes una joya de ocultaciones periodísticas dignas de estudio en las escuelas de comunicación social del país y el extranjero. En su noticiario estelar, y bajo la magistral conducción de su principal estrella del ramo, Joaquín López Dóriga, México pudo concentrarse en los incidentes menores de la recuperación médica y otros detalles individuales del caso de un futbolista, cuya agresión en un antro de privilegios parece cada vez más densa en cuanto a sus causas (el viernes pasado fue colocada, y rápidamente retirada, una manta en Periférico y Constituyentes en la que se amenazaba de muerte a La Chiva y se mencionaba que el pleito había sido porque el futbolista se había metido “con Arlet”). Televisa dio la vuelta al mundo informando a los mexicanos de detalles de noticias absolutamente lejanas, y se entretuvo revelando trascendentes riesgos de dos actrices que cantaban mientras se caía la mitad del templete en que actuaban, sin que la masacre de 14 jóvenes estudiantes y dos mayores de edad consiguiera colarse a los tiempos de mayor audiencia televisiva. Luego, ya al final, a unos minutos de cerrar la entrega, se dio la información cuyos apuntes se habían adelantado un par de veces. Minuto y medio de datos firmes y, luego, las reacciones institucionales del Poder Legislativo, entre ellas la exigencia de investigaciones y castigo que hizo el docto presidente de la mesa directiva de San Lázaro, el represor gramatical Francisco Ramírez Acuña, quien se manifestó contra los asesinatos “perpetuados” en la urbe fronteriza.
Por razones extrañas (aunque ese día el IFE le había impuesto una multa de 72 millones de pesos por irregularidades en la transmisión de anuncios electorales pasados), Televisión Azteca dio amplia difusión a los asuntos de Ciudad Juárez y Torreón, todo salpicado con el tono escandaloso de la casa. La mejor cobertura y presentación estuvo a cargo de Milenio Televisión y Ciro Gómez Leyva.
¿Quiénes son, pues, los verdaderos artistas asesinos? ¿Qué realidad se pretende encubrir, disfrazar, recrear? ¿Bocetos federales, aplicaciones locales, cofradía múltiple de engaños luego acallados o deformados por el poder televisivo cómplice? ¿A.A. sólo significa Artistas Asesinos? ¿Quién es el responsable artístico de pintar de rojo el país?
Y, mientras los tíos le buscan a Marianita algún cargo diplomático, como sucedió con el ex director de la Lotería Nacional pillado en transas electorales, ¡hasta mañana, en esta columna que ve a 13 varones ocupar con cinismo las curules dejadas por diputadas juanitas!
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