sábado, 23 de enero de 2010

LA REVOLUCIÓN ES LA REVOLUCIÓN

Luis Cabrera


Las injusticias más grandes que puedan cometerse en la
historia de los pueblos, llega un momento que no pueden
deshacerse ya por medio de la justicia correspondiente,
sino que es necesario remediarlas en alguna otra forma.


L. C.



En La revolución es la revolución, Luis Cabrera sostiene que el antiguo régimen era una estructura en franca descomposición, por lo que el movimiento revolucionario tendría prácticamente asegurado su triunfo, casi sin necesidad de tomar las armas. Sin embargo, era necesario contar con un programa de reconstrucción que restableciera la paz por medio de transformaciones económicas, las cuales permitirían situar a los elementos sociales en conflicto en condiciones de igualdad.

Cabrera refutó a quienes acusaban al gobierno provisional revolucionario de ser nepotista, autoritario, militarista y arbitrario. Afirmó que algunos de estos vicios eran necesarios en todo proceso de cambio, pues sólo así se podía generar la transformación que la sociedad requería. El cambio de estructuras debía originarse desde el poder, por ello la toma del gobierno era el primer paso. En estas condiciones los medios constitucionales no serían suficientes para contener la resistencia natural de los opositores, por lo que el uso de la fuerza era inevitable.

“Las revoluciones son revoluciones, es decir estados patológicos y críticos de las sociedades y constituyen situaciones anormales […] por consiguiente no se les puede juzgar con el criterio o medirlas con la medida con que se juzgaría un gobierno constituido”.

Considerado el teórico más importante del carrancismo, Cabrera nació en Zacatlán, Puebla, en 1876. Alumno de la Escuela Nacional Preparatoria, ingresó a la Escuela Nacional de Jurisprudencia en 1896. Fue redactor del periódico revolucionario El Hijo del Ahuizote, donde denunció las arbitrariedades del régimen porfirista.

Fue defensor de la revolución maderista, aunque más tarde habría de reprocharle a Madero haber conservado en su gobierno la estructura porfirista y que no lograra cambiar las condiciones sociales y políticas del país, tal como se había propuesto.

Integrante de la XXVI Legislatura en 1912, se pronunció enérgicamente en la tribuna a favor de la restitución y el reparto de la tierra a campesinos e indígenas, sosteniendo que sus derechos provenían desde la época prehispánica.

Consideró que el cambio de gobierno por sí sólo no resolvía los graves problemas del país, particularmente el agrario, cuya complejidad requería de una gran cantidad de reformas. Sus ideas influyeron notablemente en la redacción del artículo 27 constitucional en torno a la cuestión agraria.

Fue secretario de Hacienda durante el gobierno carrancista y dictó medidas monetarias radicales. Acompañó a Carranza hasta su muerte en Tlaxcalaltongo en mayo de 1920, y condujo su cadáver a la Ciudad de México.

En 1931 fue aprehendido y deportado por sus críticas al gobierno de Pascual Ortiz Rubio. En 1933 rechazó el ofrecimiento del Partido Antirreeleccionista para contender por la presidencia, puesto que no creía que se pudiera ganar el poder desde una candidatura independiente. Su última actuación en la vida pública fue como consejero del presidente Adolfo Ruiz Cortines.

Al retirarse de la política se dedicó a revisar el movimiento revolucionario en sus ensayos El balance de la Revolución, Herencia de Carranza y Veinte años después. Tuvo además una destacada participación internacional en la Comisión Mixta México–Americana, así como en los países sudamericanos. Traductor del francés y del inglés, reunió una importante biblioteca de clásicos griegos y latinos, y de historia antigua de México. Publicó además el libro de poemas Musa peregrina. Famoso por su caústica ironía, son célebres sus artículos firmados con los seudónimos “Lic. Blas Urrea” y “Lucas Rivera”. Murió en abril de 1954 en la Ciudad de México.

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